CIMI Odiel

Un menor infractor: “Ahora me meto en la piel de la víctima y sé que sufre”

  • M. ingresó por delitos de agresión sexual y violencia machista contra su pareja; ahora se ve rehabilitado

Una de las clases a las que asisten los menores, en el aula del centro.

Una de las clases a las que asisten los menores, en el aula del centro. / Josué Correa (Huelva)

"He acabado aquí por tonterías de la vida. Es mejor caer, quitar los cimientos malos y levantarlos. No pasa nada. Esto le puede pasar a cualquiera. Y al revés, esto es muy bueno porque te ayuda a decir, bueno, me he equivocado, es mejor que te pase ahora a que te pase dentro de diez años".

El que habla es M., un chico que fue internado en el centro de menores infractores de Huelva a finales de 2017. Tenía 17 años cuando fue condenado por delitos de violencia de género y agresión sexual a su pareja. Solo le faltaban dos días para cumplir los 18. "La verdad es que le doy gracias a dios por entrar aquí y no en el otro lado, que es peor", confiesa a este periódico haciendo referencia a la prisión.

Le costó al principio someterse a las normas, porque "uno no se da cuenta de cómo es el proceso y piensas que todos están en tu contra", hasta que se percató de que "es preferible cambiar y decir, mira, yo no quiero seguir siendo la persona que era cuando entré. Quiero ser una persona nueva y seguir haciendo las cosas bien".

M., en un momento de la entrevista en el centro de internamiento de menores. M., en un momento de la entrevista en el centro de internamiento de menores.

M., en un momento de la entrevista en el centro de internamiento de menores. / Josué Correa (Huelva)

Se ha puesto las pilas para sacarse el graduado escolar, aunque "me está costando muchísimo por el inglés". Nunca se había planteado estudiar, "pero si de verdad quieres, puedes, y me lo estoy demostrando".

El próximo 4 de enero saldrá el libertad. Entonces le gustaría "seguir toreando, que es el sueño de mi vida". M. también quiere retomar el trabajo que tenía en un taller de mecánica antes de ingresar en el centro Odiel.

Su paso por él le ha servido "para darme cuenta de muchísimas cosas, por ejemplo, de que tu familia también tiene fallos, de que puedes aportarle cosas para que esos fallos mejoren, de que no estás solo, que tienes a una multitud de personas ayudándote y de que la libertad tiene un precio. Uno no se da cuenta en la calle de ese precio que tiene".

Está convencido de que no volverá a delinquir. "Si no hubiera pasado por aquí, no hubiera sido consciente de las cosas que estaba haciendo. Creo que lo hemos cogido a tiempo, como una enfermedad de la que te vas curando: ahora pienso que ya estoy en planta y que lo más importante es darte cuenta, sé porqué he tomado esta actitud y esta determinación".

M., que ahora tiene 19 años, estima que cuando salga "podré tener pareja tranquilamente y no me va a afectar. Además, es una cosa que me encantaría contarle para que sepa que he cambiado". Tiene claro que "son cosas de las que uno no está orgulloso pero a la misma vez sí lo está, porque el orgullo está en levantarse".

Afirma que "cuando yo veía antes los casos de violencia de género en la tele no pensaba nada, lo dejaba pasar, y ahora lo veo y me entra de todo". Cuando escucha en televisión a una víctima de violencia machista "me meto en su piel y sé que sufre". Es algo que ha aprendido, a empatizar.

La psicóloga del centro, Inmaculada Vázquez, destaca de M. que "ha sido capaz de darse cuenta de sus errores y de corregirlos, y eso es muy importante para crecer".

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