Manuel Flores Caballero: Un maestro, un amigo y una rosa blanca

Obituario

A mi maestro Manuel Flores Caballero, por toda la confianza que siempre depositó en mí

Siempre me hablabas desde tu sabiduría tejida con esfuerzo y resistente a los golpes de la vida

Manuel Flores Caballero. / Canterla
David Toscano Pardo
- Profesor de la UHU

14 de diciembre 2025 - 06:00

Hace unos días, el 18 de noviembre, me desperté con tristeza al escuchar tu pérdida. Muchas veces hablábamos de la vida y de como nacemos con una energía que se expande y se consume mientras caminamos. Cada acto, cada emoción, libera un poco de ese impulso que creemos infinito. Hasta que un día sentimos que esa fuerza se aquieta. Hoy he sentido ese silencio en ti, ese detenerse que deja el aire un poco más frío.

Un sentimiento me inundó el corazón: la pena de no poder continuar nuestras conversaciones. Siempre me hablabas desde el cariño, desde tu sabiduría tejida con esfuerzo y resistente a los golpes de la vida. En tu misa recordé el cariño con el que siempre acogías lo que yo hacía.

Recordé también la primera vez que entré en tu clase y, con esa naturalidad tan tuya, me pediste que hiciera un análisis con la información disponible. Me llevabas siempre a pensar un poco más allá, de forma distinta. Recorrimos juntos ilusiones, historias, imposturas académicas.

Compartimos habitación en más de un congreso. Siempre me ofrecías todo, incluso tu casa, como quien abre un refugio. Y, de forma sigilosa, fueron pasando los años, pero nunca te perdí. Me escribías: “Buenos días, artista”. O ese “¿No piensas contestarme los WhatsApp?” que era tu manera de recordarme que estabas ahí, sin molestar, sosteniéndome.

Perdí a mi padre. Y pasaste a hablarme como tal. Partió mi hermana. Hablamos de ella y de tu hijo Juan Manuel, y del mundo que ambos entendían desde la bondad. Llegó la enfermedad de mi madre, y la tuya. Supiste mantener la dignidad de seguir siendo maestro, aunque a veces, sin que te dieras cuenta, sé que te costaba un poco respirar. Otros días, caminar.

Soñamos juntos. Dibujábamos planes. “Sé padre, David”, me decías. Y llegó mi hija justo a tiempo para que la conocieras, y para que yo pudiera acompañar tu partida con la calma que regalan los afectos que de verdad sostienen.

Cuando crezca, le hablaré de ti. Le enseñaré nuestras fotos. Le contaré nuestras anécdotas, tu humor.

Hoy, tu mujer te acompañaba, Rocío, tu hija, me dio una rosa blanca que secaré en el libro de la vida. Tu nieto me miró y supe que en esa mirada podría seguir tomando un poquito de ti.

Fui afortunado de conocer no al catedrático de contabilidad, ni al hombre de negocio brillante y avispado, ni siquiera al historiador de las minas de Riotinto que tanto amabas. Tuve el privilegio de conocer a la persona. A una persona de bondad, de corazón grande, escondido tras esos ojos de pillo.

Y me despido como Hernández a Ramón Sijé, compañero del alma.

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