Una manera de llorar con la Virgen de los Dolores
La titular de la Hermandad de Los Judíos recibe la Medalla de la Ciudad de Huelva como broche al 250 aniversario fundacional de la corporación mercedaria
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Hay un momento de la marcha Rocío que lo tiene todo. No hace falta decir cuál porque es cuando se hace el silencio. Así, de repente. Había un hombre que abrazaba por detrás a su mujer mientras susurraba al oído, seguramente, algún detalle del palio. Ambos miraban a la Virgen, ya de perfil, con la fachada consistorial pintando la temprana tarde. Ese hombre cesó en su indicación justo en ese momento de Rocío que todo el mundo sabe.
Y es en ese impasse cuando se aprecia de verdad el vuelo de los varales. Cuando el incienso llega hasta el mismo alma. Cuando, incluso, hasta el fotógrafo deja de disparar. Todo se para. Menos el corazón. Que se encoge. Que late más rápido.
Los costaleros ganaban, apenas con las puntillas, centímetros al suelo peatonal, para que María Santísima de los Dolores se acercara a ese altar efímero que estaba esperando su presencia. Faltaba esa luz para la foto. Pero antes de todo ese protocolo, seguía esa calma de notas musicales que todo el mundo tararea para sus adentros. En ese momento. En ese preciso momento dio tiempo a pasear 250 años de historia de una hermandad que es “sencilla, humilde y trabajadora”, como indicó su hermano mayor. “Los Judíos es un fiel reflejo de la Huelva que la vio nacer”. Y en ese ejemplo de buen hacer se reconoció el amor que han dado todos los hermanos. Los que están. Y los que no. El amor a unos titulares que son los que llevan la fe a rincones donde no llega nadie más.
A partir de ahora, la Virgen de los Dolores lo hará con la Medalla de la Ciudad de Huelva. Lo hará como siempre. Y lucirá como nunca. Es el broche a 250 años de una hermandad que este sábado sopló sus velas con Huelva de la mano. En lo cercano. En lo íntimo. En lo protocolario. En la verdad. En las revirás. En estampas históricas que arrancaron con un sol otoñal. Igual de inusual su recorrido. Su estancia en la Concepción. Llegaría ya después, de noche, a visitar a la Esperanza. Y ya de vuelta, volvería a la nostalgia a la que todos se agarran cuando suena Rocío. Es una de las maneras de llorar con María Santísima de los Dolores. Para calmar. Vivir. Y soñar otros 250 años.
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