Respons(H)abilidades

La igualdad de género no es una lucha, es una creencia necesaria para construir una sociedad más justa

  • El lenguaje inclusivo y el cuidado de los mensajes públicos y de los canales de comunicación masivos son fundamentales para conseguir generar una creencia social colectiva que haga realidad la igualdad de oportunidades

La igualdad de género no es una lucha, es una creencia necesaria para construir una sociedad más justa

La igualdad de género no es una lucha, es una creencia necesaria para construir una sociedad más justa

Lo dijo Albert Einstein: “Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”. Y el tema de la igualdad de género, como tantos otros que nacen del temor a las diferencias, está lleno de prejuicios. A mí me encanta la frase del incuestionable Einstein, por cierta y por expresiva. Lo que no me gusta es lo que significa. Porque nada influye más en las conductas de cada persona que sus creencias, y nada es más poderoso para impulsar o frenar un cambio social que esas mismas creencias o prejuicios cuando son compartidos por muchas personas.

Es cierto que se ha avanzado mucho. Sobre todo en los últimos cincuenta o sesenta años -que no más-. Pero seguimos enfrentándonos en este tema. Se habla de lucha, de conquista, de armas sociales… Así que un poco más de esfuerzo habrá que hacer. Porque la Igualdad de Género, así con mayúsculas, no es una lucha, es una creencia en la que, paradójicamente, el género no cuenta. Es cuestión de hombres y de mujeres, y de todos los agentes sociales puestos de acuerdo en revisar las creencias que tenemos que desintegrar, y decidir las que debemos reforzar para conseguir la igualdad real de oportunidades. Es otra de nuestras grandes responsHabilidades o habilidades para responder.

Construir y reforzar nuevas creencias sociales es un trabajo colectivo que necesita tiempo, porque se tienen que convencer casi una a una todas las personas de la oportunidad que supone para la sociedad, para que apoyen con sus conductas esas creencias y las consideren propias. Ardua tarea.

Y en esa tarea, un excelente primer paso para conseguir una sociedad más igualitaria, más tolerante y más justa sería reforzar y compartir la creencia, por ejemplo, de que la diferencia y la diversidad pueden ser valiosos yacimientos de riqueza social. Es algo completamente cierto y cada vez más demostrado, que significaría diluir mucho más que la discriminación por razón de sexo. Y aunque esto no se consigue de la noche a la mañana, tenemos poderosas herramientas que nos ayudan a acelerar el proceso y que no dependen de acuerdos políticos, ni requieren grandes inversiones, ni dejar sola a la Educación, como siempre hacemos, en la solución a los problemas sociales cuando se nos escapan de las manos.

Herramientas para construir o destruir la igualdad

En ese listado de herramientas eficaces están los medios de comunicación y su ingente bombardeo de imágenes y mensajes que pueden ser o no ser inclusivos: series de televisión, películas, publicidad… Todo comunica, todo ayuda a consolidar creencias. ¿Cuidamos lo que vemos o, al menos, lo hacemos con sentido crítico? ¿Cuidamos lo que ve nuestra infancia?

También está la música, esas canciones que cantamos a voz en grito cuando nos gustan, o que tarareamos para sentirnos mejor. Sus letras son otro canal infalible y masivo. ¿Prestamos atención a lo que escuchamos o, al menos, lo hacemos con sentido crítico? ¿Cuidamos lo que escucha la adolescencia de nuestro entorno?

Otra herramienta poderosísima son las redes sociales, esos voceros inagotables que llevamos constantemente pegados a nuestros cuerpos en forma de smartphones. ¿Consumimos en las redes con cabeza o somos altavoces sin criterio de lo que nos llega?

Pero una de las herramientas más transformadoras, que usamos cada día cada persona, es el lenguaje. Es una verdadera palanca de cambio para la que no hay que esperar legislaciones que obliguen, ni enfrentamientos políticos que aburran, ni ideologías extremistas que tomen la igualdad de género por bandera, o como diana, que tanto me da que me da lo mismo.

El lenguaje inclusivo

El lenguaje es algo fascinante. Hay quienes demuestran con datos el fenómeno del determinismo lingüístico, por el que la lengua materna influye en el carácter de los pueblos. Es un sistema de códigos que da orden y sentido a sonidos y símbolos con los que nos comunicamos. Es el mecanismo con el que damos forma a nuestros pensamientos, a nuestras ideas, y también a nuestros sentimientos. Incluso si no llegamos a verbalizar, pensamos formulando palabras, en un incesante y a veces ruidoso diálogo interno. Parece que no existe lo que no somos capaces de nombrar. Así que, el lenguaje, no es para nada inocuo.

En relación al lenguaje inclusivo, tengo que reconocer que yo misma, hasta no hace mucho, era de las personas que me atrincheraba en las reglas de la Real Academia Española para justificar el uso de determinadas expresiones que pueden resultar sexistas. Pero entonces llegó la vida y me dio en la frente. En una formación con una clase de primaria, con la que trabajaba la inteligencia emocional, vino una niña y llamó mi atención para decirme: Lola, dices que los niños pueden elegir, ¿las niñas no podemos? No lo decía con ironía.

De golpe me di cuenta de que la Real Academia Española empieza a tener un problema. Esa misma RAE que dice evolucionar con la sociedad y con el uso del lenguaje, pero que se muestra algo inamovible en este tema, mientras podemos encontrar en su diccionario palabras como almóndiga o amigovio, que parece que el vulgarismo follamigo no les gustaba demasiado.

Así que, sea por la razón que sea, si algunas niñas de hoy en día empiezan a no sentirse incluidas en el lenguaje que usamos, bien merece que empecemos a entrenarnos poco a poco en usar formas lingüísticas que sí las haga sentirse incluidas, y visibles.

Usar genéricos reales, como “La población” en vez de “Los ciudadanos”. Emplear términos metonímicos, como “El Ayuntamiento” en vez de “Los concejales”. Desestimar artículos que no aportan, como “Profesionales del sector” en vez de “Los profesionales del sector”. Emplear pronombres, como “Quienes participen” en vez de “Los que participen”. O repetir sin apuro ninguno las dos formas si es necesario. Son algunas de las posibilidades que las niñas y los niños, que también son parte de la sociedad, nos lo van a agradecer en el futuro. Es una cuestión de hábito, y al hábito, al principio, hay que ponerle atención y conciencia. Como a las creencias. ¿Hablamos según lo que creemos?

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