LA RELACIÓN ENTRE EL NUEVO MUNDO Y LA ETNOMUSICOLOGÍA

La ida y vuelta musical americana

  • La llegada de Colón a América produce intercambios musicales propios de la ‘transculturacion’, donde los elementos ‘adoptados’ por unas sociedades enriquecen el acervo musical de otras

Mercedes Sosa.

Mercedes Sosa.

Que existe un trasvase musical (de géneros, de repertorio, organológico) entre España y América es claro. En géneros como el Flamenco y hasta en la música tradicional y costumbrista, podemos observar este flujo de ida y vuelta tanto en la música popular y del folklore, como en la pop.

La llegada de Colón a América es el origen de este intercambio y en cuanto a sus consecuencias se plantea una interesante cuestión que está en boga hoy día sobre todo cuando observamos a un gran número de jóvenes aficionarse a músicas llegadas desde el continente americano, como el “reguetón”. Intentemos categorizar esta influencia de ida y vuelta usando términos propios de la Etnomusicología.

Al poco tiempo del Descubrimiento, quienes emprendieron viaje para establecerse en el continente americano llevaron consigo sus instrumentos, canciones y bailes, entre ellos una danza que también había arribado a España, traída por los esclavos africanos: el guineo. De gran aceptación, numerosos testimonios escritos nos cuentan que se bailaba en celebraciones como la del Corpus, en Sevilla, durante los siglos XVI y XVII. A esta primera “ida” le siguió una “vuelta”, con dos danzas que, directamente llegadas de América y, en testimonios de escritores como Quevedo o el mismo Cervantes, encandilaron a las gentes: la zarabanda y la chacona. Fascinados quedaron quienes asistieron al triunfo de ambas, como nos cuenta el mismo Quijote. Un trasiego musical incesante, que llevaba las canciones de los villanos a las costas americanas, en forma de villancicos, y que hacía arribar a nuestras costas ritmos sensuales y cadenciosos en forma de guarachas. Viaje de aquí para allá que no ha cesado desde entonces y en él han surgido otras manifestaciones, estableciéndose un sincretismo cultural en el que, si bien el acervo inicial es el castellano, y de ahí parte toda esta fenomenología musical, el paso del tiempo va creando una dicotomía entre la realidad social y cultural “de acá” y la “de allá”. De ahí que, en mi opinión, lo que se produce con estos intercambios musicales sea esa relación que el etnomusicólogo cubano Fernando Ortiz denomina “transculturacion” (yendo más allá del término expuesto por A. Merriam, referido al “sincretismo musical”), en la que los elementos (danzas, instrumentos) “adoptados” por una sociedad y otra no suponen desplazamiento o desaparición de los que ya formaban parte del acervo musical de la misma, sino que se integran al lado de estos, produciendo un efecto enriquecedor. Evidentemente estos elementos tendrán una vigencia determinada, derivada más por el devenir del tiempo que por una suplantación de su lugar por otros foráneos, como nos cuenta el mismísimo Mateo Alemán, en boca de su Guzmán de Alfarache: “… pues las seguidillas arrinconaron a la zarabanda, y otros vendrán que las destruirán y caigan”. Esta transculturación ha sido incesante hasta nuestros tiempos aunque, en mi opinión, sus efectos no han sido siempre los mismos. Las consecuencias que hemos visto anteriormente han cambiado desde hace poco, influyendo en este proceso el vertiginoso desarrollo de los medios de comunicación, así como los de grabación y reproducción sonora. Ello ha permitido el acceso a un repertorio muy extenso y variado, que poco antes estaba fuera de nuestro alcance a no ser que viajáramos a conocerlo. Canciones de Chabuca Granda, de Mercedes Sosa, y también de grupos como Quilapayún, Inti Illimani o Chalchaleros, cruzan el charco llegando a nuestra orilla, mientras que de aquí parten cuplés o pasodobles a devolver la visita. Inmediatamente se incluyen estos temas al repertorio que todos escuchamos y bailamos. Anteriormente habían aparecido los cantes americanos o “de ida y vuelta”, en el Flamenco, evidenciando esta influencia americana.

Milongas y vidalitas, pero también colombianas y guajiras surgen influidas por esos aires que, de una y otra manera, nos llegan allende el océano. Mientras todo esto ocurre, allá por la década de los 70, Paco de Lucía introduce en su espectáculo una novedad que se integrará totalmente en el Flamenco: el cajón afroperuano. Antes, la labor de artistas “de aquí” como Maria Dolores Pradera y los Gemelos, Los Sabandeños, y otros, enriquecerán nuestro repertorio popular con versiones de La flor de la canela, Amarraditos o Guantanamera.

Los medios de comunicación y de reproducción sonora son cada vez mejores hasta que, en la década de los 90, llega internet con todo lo que ello ha significado para la evolución de nuestra sociedad. La globalización del conocimiento hace que todo aquello que deseemos conocer esté a nuestro alcance, pero también que lleguen influencias de todo tipo y lugar, como ha sido el caso del reguetón y otros similares. Estos “géneros” comienzan a instalarse en nuestro repertorio, a la vez que van desplazando a otros propios. Es el efecto negativo de la transculturación, que habíamos mencionado antes. Podría decirse que con la globalización la “ida y vuelta” iberoamericana ha sido obviada por un enorme marasmo musical en el que se mezclan elementos sonoros de múltiples procedencias que,  impulsados quizá por la falta de filtros de los nuevos oyentes, llegan arrinconando todo lo que encuentran a su paso, produciendo incluso nuevas variantes que aparecen y desaparecen, como una hidra monstruosa, de difícil solución.

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