Siempre hubo en Huelva quien presume de una recta moral y de una austeridad “que le van muy holgadas”
Blanqui-Azul: “A poco que el comentarista desvía la vista sobre un determinado plano provinciano, puede presenciar estas lamentables fugas del campo de la ecuanimidad”
La Introducción
Coherencia, respeto, doble moral…
Este es un artículo de crítica social con un tono moralizante, que denuncia la hipocresía de quienes se contradicen entre lo que predican y lo que hacen. Refleja el espíritu de la prensa de 1930: culto, literario, cargado de juicios éticos y a la vez muy parecido en el fondo a los debates actuales sobre coherencia, respeto y doble moral.
El mundo salía de los “felices años veinte” y entraba en una crisis profunda tras el crack de 1929. Había desconfianza hacia los discursos de autoridad, tanto políticos como morales. La prensa de la época no era solo informativa: se veía como un espacio de crítica moral, cultural y política. Los artículos solían tener un tono casi literario, cargado de juicios de valor y de frases largas y barrocas, subordinadas y giros retóricos, algo típico de la prosa periodística y ensayística de comienzos del siglo XX. Muchos de los artículos de Ponce Bernal responden a esta descripción.
En aquella época pesaban mucho las ideas de honor, moralidad pública y rectitud social. Criticar a quienes se autoproclamaban nobles y moralistas era, a la vez, un ataque contra la hipocresía y un ejercicio de libertad intelectual. El periodista subraya a esas personas que se creen guardianes de ideales nobles, pero en la práctica usan “armas innobles y ofensas estridentes”. Plantea, de fondo, la idea de que la verdadera moral no se declama, sino que se demuestra en el carácter, especialmente en momentos de crisis. El texto no es solo una reflexión moral general, sino una acusación velada contra personas concretas. ¿Quizá contra esos concejales que no asistieron al último pleno? No lo sabemos. En lugar de nombrarlos directamente, recurre a un estilo literario y moralizante, usando generalizaciones que sus lectores locales podían identificar sin dificultad. Y los destinatarios, desde luego.
El tema es universal y muy actual: la crítica a quienes se presentan como adalides de la moral, pero muestran incoherencia en su conducta. Hoy podríamos aplicarlo a políticos, influencers o figuras públicas. La diferencia es que la prosa actual tiende a ser más directa y breve, mientras que este artículo apuesta por un lenguaje culto y ornamental, casi ensayístico. Hoy un texto así probablemente se publicaría en una columna de opinión o blog, pero escrito con frases más cortas y menos apelación a la filosofía clásica.
Abunda esa clase de seres que se jactan de poseer nobles sentimientos y una ecuanimidad difícilmente incorruptible, que, a pesar de sus estridentes extravagancias, irrumpen en el campo tortuoso y repudiable que ellos señalan como ejemplo de carencia de educación y falta absoluta de nobleza.
A poco que el comentarista desvía la vista sobre un determinado plano provinciano, puede presenciar estas lamentables fugas del campo de la ecuanimidad.
Es un caso verdaderamente irritante el espectáculo que ofrecen esos señores que blasonan de poseer una moralidad intachable y una nobleza sin límites, al cobijarse al amparo de algún ideal sano para alimentar sus indignidades recubriéndose de un ambiente de austeridad que les va muy holgado.
«¡Respetad nuestros ideales!», exclaman estos puritanos, lanzando anatemas sobre los ideales de los demás, y olvidando que el respeto engendra respeto.
El periodista recuerda un pensamiento filosófico de la baronesa de Stafalle: «Las buenas maneras, si no tienen por base la bondad y un verdadero imperio sobre nuestras personas, nos abandonarán siempre en los acontecimientos imprevistos, en los grandes trastornos del alma y hasta en una contrariedad algo viva, y entonces un gesto denunciará nuestro pensamiento malo, egoísta, envidioso…».
Es lamentable observar cómo esos señores que pretenden propagar moralidad, nobleza y una ecuanimidad incorruptible, esgrimen armas innobles y ofensas estridentes, fruto de reconcentrada ira, que halló un orificio de escape para defender un ideal que ellos mismos desvirtúan con su conducta, que ellos mismos califican al castigar en los otros el mismo vicio que ellos padecen.
Blanqui-Azul
Diario de Huelva, 4 de septiembre de 1930
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