La historia huelvana del ciprés

Historia menuda

Si para italianos o griegos el ciprés es un árbol símbolo de alegría, en nuestra mentalidad se asocia con la vida eterna l Aquí se plantaron en los cementerios de San Sebastián y de la Soledad

12 de octubre 2009 - 01:00

LA ciudad de Huelva, de bellísima flora, cielo azul, benigno clima y espléndidos paisajes, no ha tenido mucha relación (lo mismo ha ocurrido en otros lugares del suelo patrio) con un árbol de madera muy resistente perteneciente a la familia de las coníferas. Nos estamos refiriendo al ciprés.

Si bien no sabemos a ciencia cierta si en nuestra ciudad, antes de que llegaran los árabes, asomaban en el horizonte sus esbeltas siluetas, con la llegada de éstos, este requisito comenzó a cumplirse en la ciudad de los muertos o Mkabar ubicada en los cabezos de la Joya y de la Horca, tan minuciosamente estudiados por el ilustre arqueólogo onubense Juan Pedro Garrido Roiz y su esposa y colaboradora. Al margen de este cementerio municipal, habían otros privados en los que los príncipes y adinerados señores hacían descansar sus restos mortales en ricas rawdas o en artísticas tumbas de mármol, en cuyas cabeceras se elevaban bonitas estelas que citaban los cargos y grandezas de que gozaron en vida, entre erguidos cipreses que, como dedos gigantes del misterio señalaban al cielo, imponiendo silencio y esperanza al visitante. Tal es el caso de la estela sepulcral de losa dorada en cuyo frente figuraba una inscripción en letra cursiva epígrafe del joven Abul Abdel-Iah Mohamad al Yabalí, estudiante hijo de un jeque alfaquí fallecido en el año 811, estela encontrada en unas excavaciones practicadas al hacer los cimientos de una vivienda ubicada en la calle Burgos y Mazo (actual Tres de Agosto).

Tras la conquista de Huelva por el rey Alfonso X el Sabio en 1262, la incipiente villa apenas contaba con un centenar y medio de habitantes que, cuando fallecían, eran enterrados lo más cerca posible de la iglesia de la Santa Cruz. Poco después, con poco aumento de almas, en la de San Pedro, a partir de principios del siglo XVI, en la de la Concepción y, más tarde, en San Sebastián, Ermita de la Soledad, Saltés, las monjas, San Francisco, la Merced y en las afueras, la Virgen de la Cinta. Los presbíteros, en cambio, hallaban descanso eterno en el interior de los templos o capillas existentes en Huelva.

A través de las memorias de don Agustín Moreno y Márquez, gran pedagogo onubense, deducimos que en el cementerio llamado del Castillo no existían cipreses, ya que la única nota que advertía que se aproximaba una persona al camposanto de Huelva era una pequeña cruz:

"… A la izquierda de la Cuesta del Carnicero, entrando por arriba o del lado de San Andrés, había una senda o camino estrecho que conducía al camposanto o cementerio de Huelva. El aspecto que a primera vista ofrecía éste, era de un pequeño campo cercado, no por todas partes, sino sólo por el Levante o Mediodía y, a trozos, por los otros dos puntos cardinales. Nadie hubiera sospechado que aquella era la mansión de los muertos, a no ser por una pequeña cruz de hierro que tenía sobre la puerta de entrada, por cierto bien raquítica, y dentro, siguiendo por el lado de la izquierda, una triple fila de nichos en su mayor parte con inscripciones de letras negras con lozas de mármol.

El área o superficie del cementerio se destinaba a la sepultura común, donde se abrían los respectivos hoyos para el enterramiento de los cadáveres, sin otro signo que alguna que otra cruz de madera con carácter transitorio…".

Este cementerio se asentaba en las faldas del Cabezo del Castillo y su perspectiva dominaba en preciosa visualidad un espléndido paisaje en el que, a lo lejos, se divisaba el río. Era un lugar solitario, romántico, tranquilo, donde no iban, como en la actualidad, los domingos ni los días 1 de noviembre de cada año, ningún devoto a rezar, con el mismo fervor y la misma fe en el más allá que los primitivos creyentes.

Huelva fue creciendo y este aumento de habitantes y ser la capital de la provincia, le exigía disponer de un camposanto. Se intentó, en los años cincuenta del siglo XIX, rebajar el Cerro de Maldoqui, pero se vio que era de dimensiones muy reducidas. En 1859, se instaló, limítrofe a la ermita del santo patrono, uno con más capacidad, pero el desmesurado aumento de población hizo que en 1911 (siete años antes ya había firmado los planos el gran arquitecto Francisco Monís) comenzaran las obras del Cementerio de Nuestra Señora de la Soledad.

Tanto el Cementerio de San Sebastián como el actual, poseían y posee ese ambiente de misticismo, de piedad y devoción, de tristeza y poesía, que le otorgan los mausoleos situados entre erguidos cipreses. Así, en Oficios y Minutas número 118, fechado el día 26 de enero de 1895 podemos leer:

"El Excmo. Ayuntamiento en la sesión de ayer, acordó:

… 4º) Que los cipreses que se encuentran en el patio nuevo del Cementerio se entresaquen para plantarlos en el espacio comprendido entre la puerta de entrada y la verja del cementerio y en el primer patio del mismo, trasplantando los que resulten sobrantes en el sitio que se considere más a propósito para formar vivero; y en los paseos públicos se planten las acacias que se consideren necesarias tomándolas del vivero de dicho cementerio".

El fin de los cipreses que estuvieron durante décadas en el Cementerio San Sebastián lo conocemos a través de la sesión municipal del día 30 de mayo de 1931:

"Se acordó autorizar al Sr. alcalde para cortar los cipreses del cementerio y enajenarlos mediante subasta o empujar a las llamas si su valor de tasación no llega a diez mil pesetas…".

Si para los italianos, griegos y otros pueblos mediterráneos el ciprés es un árbol sinónimo de alegría, salud, esperanza… por lo que en sus calles y jardines ocupa lugar preeminente, nuestra mentalidad asocia el ciprés con la vida eterna, con los cementerios, con la enorme tristeza que irradia dejar este mundo para adentrarse en lo desconocido, aunque el creyente crea con firmeza que le espera un mundo en el que el Sumo Hacedor nos reconfortará.

En los años cuarenta del siglo pasado, los cipreses no se levantaban únicamente en los dos camposantos onubenses (uno en aquellas calendas mostrando sólo sus tristes ruinas, mal encubiertas por las hierbas, en fase de desaparición, y el actual a pleno rendimiento). Así, un lugar donde los onubenses podían ver cipreses era el Parque Moret. Así, el viernes 22 de marzo de 1946, el célebre Duende de la Placeta, en su Perfil del Día, confirmaba este aserto en el diario Odiel:

"… Debo confesar que no esperaba encontrar el Parque (Moret) en mejor cuidado ni me sorprendió el afán de los jardineros cuando los arriates, bien recortadas las copas de los cipreses, floreados los alelíes blancos y azules y reventado de brotes prometedores los viejos rosales…".

Pasaron las décadas con suma celeridad y, en los años noventa, el dinámico concejal responsable de Parques y Jardines intentó recoger el sentir de la Europa que consideraba al ciprés como un exorno más de sus calles y plazas. Sigámosle la pista a los cipreses plantados en los años citados:

En los primeros días de abril del año 1999, se plantaron varios cipreses en el lateral de la iglesia de San Pedro que da al Paseo de Santa Fe que, afortunadamente, se muestran esbeltos y en su plenitud y realza la belleza del lugar.

Agustín Rubio le dedicaba el día 4 del expresado mes y año los siguientes versos aparecidos en el diario Huelva Información:

"Junto al muro de San Pedro/Al acabar el Paseo de Santa Fe/ Han plantado seis cipreses,/ Y nadie sabe por qué…".

En los mentideros huelvanos se decía que era para "disimular" el mal estado del citado muro, por cierto construido en 1888.

En las cercanías del Gran Teatro, en la calle Vázquez López, se plantaron, en 2001, cuatro cipreses que no llegaron a cuajar convenientemente, al pudrirse sus raíces.

Apenas a un centenar de metros del santuario de la Cinta, varios cipreses se yerguen elegantes, como con alegría severa. Meten en el azul sus cimas, como si les gustara paladear el azul del cielo. Cuando pasa una nube blanca, los cipreses la saludan, como si quisieran preguntarle dónde va. Estos cipreses fueron levantados en los años iniciales de este nuevo milenio y hace pocas fechas (finales de junio de 2009) todavía festoneaba una de las calles del simpático barrio de La Orden.

En la actualidad, hemos visto cipreses en las inmediaciones de lo que fuera y es Cabezo del Pinar (montículo ubicado en la calle San Sebastián), en Tráfico Pesado (frente a la barriada Pérez Cubillas), en el Conquero, también hay algún que otro en el Parque de Zafra.

Terminemos con una curiosidad. La materia que siempre ha empleado el escultor Francisco Márquez "El Cano" para sus obras ha sido la madera de caoba o de cedro, ya que "es la mejor tupida -dice- para que una máquina trabaje y la deje mejor terminada", desdeñando la madera de pino. "La de ciprés -nos añadía- también goza de mi confianza, ya que me permite trabajarla con toda limpieza…".

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