Un gran pintor, un gran andaluz
El mismo año en que los andaluces salieron a la calle a reivindicar autonomía, José Caballero realizó 30 serigrafías numeradas con la bandera de Andalucía como protagonista
Durante los años más oscuros de la posguerra, cuando la España oficial aún era hitleriana y mussoliniana y no había empezado la Guerra Fría, el pintor onubense José Caballero se ganaba la vida en Madrid como figurinista y decorador. Apartado de la pintura, trabajó para el cine convencional de entonces pero sobre todo para el teatro. Pintó cientos de giraldas para los espectáculos del trío Quintero, León y Quiroga, hasta que un día les dijo que se le había olvidado cómo era la Giralda; que ya no sabía pintarla.
Todo aquel folclore saturado de tipismo andaluz que explotaba el franquismo le valió en ese momento como medio de sustento, pero también como manera de evadirse de la realidad oficial y sus largos cantos de victoria. Pero aquella Andalucía tópica no era la Andalucía profunda en la que siempre había creído, la que sentía y sabía interpretar. No fue casualidad que Federico García Lorca le señalara como el más fiel ilustrador y escenógrafo del dramatismo de sus personajes.
De hecho el poeta le había encargado en Madrid que, en las vacaciones de verano, hiciera en Huelva los decorados y figurines para La casa de Bernarda Alba, que acababa de terminar. Era el verano de 1936. Lorca bajó a Granada y Caballero a Huelva, pero el encargo, por las razones que todos sabemos, nunca se llegó a materializar.
La II República había favorecido en política las nobles aspiraciones andalucistas. También en la cultura había auspiciado la confluencia de energías creadoras cuyas miradas sobre lo andaluz apuntaron más hacia su universalidad que hacia el tópico de taberna, guitarra y mantilla que luego iba a entretener a la España de los vencedores.
El golpe militar del 18 de julio de 1936 había fulminado todo aquello. "Durante un tiempo tuve que aprender a callar, a enmudecer", escribió Caballero años después recordando el clima de la posguerra. Pero poco antes del desastre, en 1935, Lorca había anotado lo siguiente en una cuartilla que se conserva en la casa del pintor: "Las magníficas dotes plásticas de Pepe Caballero y su profunda imaginación poética me hacen esperar el luminoso fruto de un gran pintor andaluz."
El granadino no se equivocó. Después de superar enormes dificultades, José Caballero llegó a ser un gran pintor y también un gran andaluz, orgulloso defensor de su cultura. Porque a lo largo de su trayectoria, la impronta y la presencia de Andalucía es incesante en su obra.
Por resaltar sólo algunas muestras, en su etapa matérica los muros andaluces de cal son un tema obsesivo, y hay obras en las que Andalucía asoma incluso en el título. Ahí están lienzos como El andaluz perdido o El sol negro de los campesinos andaluces.
En 1977, el año clave para la salida política de la dictadura y para nuestra autonomía, que culmina con la gran manifestación del 4 de diciembre, Caballero no dudó en sumarse al fervor autonomista andaluz. Por entonces ya se le considera una referencia esencial de la pintura contemporánea española, y ese mismo año dos grandes exposiciones retrospectivas de toda su producción (1932-1977) se suceden en Madrid (Galería Multitud) y en Granada (Fundación Rodríguez-Acosta).
Como homenaje a la conquista del pueblo andaluz, incluyó en la muestra de Madrid la serie gráfica Propuesta para una bandera andaluza, en cuyo catálogo un texto de José Manuel Caballero Bonald escrito para la ocasión apuntaba así:
"El pintor José Caballero ha querido aportar puntualmente -y con ejemplar renuncia a sus fueros estéticos- una abarcadora confrontación ideológica de la bandera de Andalucía […] Su propuesta es flexible en la misma medida en que son flexibles las capacidades individuales de una colectividad empeñada en la conquista de su autonomía y su liberación […]".
Lo interesante en aquellas banderas es la variación de registro con respecto al rumbo que entonces comandaba su pintura, inmersa plenamente en la transición que le lleva desde los círculos matéricos a la signografía característica de sus últimas etapas.
Aquella "ejemplar renuncia a sus fueros estéticos" que apuntaba Caballero Bonald confiere a sus banderas una dimensión que va más allá de las fronteras del arte. Las 30 serigrafías traslucen su profundo compromiso con la cultura y el pueblo de una Andalucía que empezaba de verdad a andar su propio camino, sin la tutela y el paternalismo de la España centralista. Era el momento clave para el pueblo andaluz y, como escribió Pablo Neruda, tocaba "reunión bajo las nuevas banderas".
Este compromiso con Andalucía lleva al pintor onubense a decir, en el histórico Congreso de Cultura Andaluza celebrado en la Mezquita de Córdoba en 1978, que "hace tiempo que los andaluces debimos abandonar el silencio y el conformismo para hablar alto y claro".
Hace hoy 40 años que millón y medio de andaluces salieron a la calle para pedir la autonomía enarbolando la verde y blanca, la nueva bandera que había estado prohibida durante demasiado tiempo. Aquel mismo año, José Caballero vivía su consolidación como uno de los grandes maestros de la pintura española. Entonces ya era un gran pintor. Siempre fue un gran andaluz.
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