El general era mi padre

El teniente general, en una imagen familiar, flanqueado por su nieto Antonio -a la derecha-, su hijo Joaquín y su bisnieto Leo.
El teniente general, en una imagen familiar, flanqueado por su nieto Antonio -a la derecha-, su hijo Joaquín y su bisnieto Leo.

El Teniente general José Luis Aramburu Topete murió en su casa de Majadahonda (Madrid) el pasado 13 de enero, a los 92 años de edad.

Esta ha sido la noticia que ha provocado en la prensa de papel y digital, radios y televisiones, numerosos obituarios y reseñas biográficas, resaltando su papel en la historia reciente de España, en la transición democrática, particularmente, haciendo frente al golpe de Estado del 23-F de 1981. Se destaca su profesionalidad militar, su lealtad a la Corona y la legalidad democrática, su sentido del honor y de la disciplina castrense, y su larga y brillante carrera militar, repleta de hechos de armas y condecoraciones.

Sin embargo, hoy voy a realizar su semblanza más personal, desde la corta distancia que separa, o mejor, que une, a un padre y a un hijo.

Soy el tercero de los nueve hijos que han tenido mis padres. Soy miembro de una especie de tribu, unida por el calor, el coraje, los valores y el cariño y dedicación de los jefes, mis padres. He sido, quizás, uno de los miembros de la tribu más díscolo, más autónomo o más equivocado, y no por ello he dejado nunca de sentirme integrado, acogido y amado.

Sesenta y dos años de conocimiento y reconocimiento mutuo dan para mucho. Y mucho es lo que me ha dejado mi padre, como tal y como ser humano.

Nuestras creencias religiosas y nuestra sensibilidad política no siempre han coincidido y, sin embargo, siento, he sentido siempre, una sintonía profunda con su manera de estar en el mundo, con su forma de mirar la realidad, desinteresada y apasionada, generosa siempre. Para él las personas nunca fueron entes abstractos, sino prójimos concretos, por los que preocuparse y a los que ayudar.

Me ha dejado su ejemplo, concretado en su amor a la familia, en la práctica constante de la amistad desinteresada, su interés auténtico por el prójimo y el no tan próximo, su actitud intelectual predispuesta siempre al diálogo y a la comprensión de los otros -de los que piensan y hacen lo que uno no comparte-, su afabilidad, su ánimo positivo y su sentido del humor socarrón. Este ejemplo, que es para mi fácil de reseñar, es sin embargo muy difícil de imitar y practicar con la perseverancia suficiente, que es precisa para convertirse en una buena persona. Para eso es necesaria toda una vida, como la de mi padre.

Junto con este legado, mi padre me transmitió su amor por Huelva. Mi padre nació en Huelva, en el Paseo del Chocolate, hoy de Sante Fe, en una casa -entonces era lo habitual- que aún se mantiene en pie. Su padre, mi abuelo, ingeniero de minas, se había trasladado a Huelva para poner en marcha una nueva mina, la de Torerera en Calañas, hoy ya cerrada. Y en Huelva nacieron sus cuatros primeros hijos, que tuvieron una infancia feliz entre el poblado de la mina donde vivían, la Punta Umbría de la canoa y las casas de los ingleses en la que pasaban el verano. Siempre tuvo un gran amor por su patria chica; no es casualidad que mi hermana mayor se llame Rocío.

En 1983 me trasladé a vivir y trabajar de Madrid a Huelva. Muchos amigos me han preguntado la razón de esta decisión y probablemente hay más de una, pero sin duda entre ellas está el amor y el interés que mi padre tenía por su tierra y que fomentó mi propia curiosidad y espíritu de cambio.

La intensa relación personal, profesional y sentimental que desde entonces he mantenido con Huelva se ha visto acompañada siempre por el interés continuo de mi padre por todas las peripecias onubenses. Ha seguido mi actividad arquitectónica y urbanística en Huelva, interesándose siempre por la evolución del bienestar de los onubenses.

Sesenta y dos años de conocimiento y reconocimiento mutuo dan para mucho. Y mucho es lo que me ha dejado mi padre. Me ha dejado el tesoro de su ejemplo, del compromiso con el trabajo bien hecho, del servicio desinteresado a los demás, de la lealtad a los amigos, y del amor a la familia.

Pensándolo bien, seguir un ejemplo así no solo es un reto para mí, sino que debería serlo para cualquier ciudadano.

18 de enero de 2011

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