Cuatro generaciones de panaderos
Panadero de toda la vida
Todo el mundo lo conoce como Manolo Rechina. El mismo se autodenomina así, aunque lo de Rechina en realidad es un seudónimo. Y es que ese apodo ha marcado la vida de cuatro generaciones y va unido a toda una familia de maestros panaderos desde hace ya unas cuantas décadas. Su abuela fundó la primera panadería de este linaje en la calle San Sebastián. El horno era de leña, la artesa de madera y el agua de pozo. Un grupo de chavales se ocupaba de descargar los camiones que llegaban hasta la misma puerta con los leños. Era todo un acontecimiento y el olor a pan impregnaba a diario toda la calle, un aroma que ahora se repite en la nueva tahona Rechipán de la avenida Príncipe de las Letras. Manolo recuerda cómo el pan se repartía en carros tirados por mulos y cómo los vecinos del lugar utilizaban el horno de la panadería para cocer los hornazos en Semana Santa, o la carne mechá y los lomos de cerdo en Navidad. Entonces existía la cartilla de racionamiento y había un cupo de piezas de pan por persona. Cada una debía tener un peso específico. La Fiscalía se ocupaba de hacer cumplir los requisitos.
Era el tiempo también de los repartidores a domicilio, de cuando el pan se fermentaba en roperos de madera con puertas, cuando la levadura no existía y solo se utilizaban masas madre que tenían su propia fermentación después de reposar horas y horas. La harina se servía en sacos de cien kilos y la sal llegaba directamente de la salina, sucia aún que había que tamizar. Años después parte de esa esencia no se ha perdido y todavía la tahona de Manolo elabora pan de manera artesanal y sin levadura, como se hacía en aquella panadería ubicada en una de esas calles choqueras por excelencia, en la que trabajó gente como Manolo Delgado, Eugenio Doblado, José Quilón o Antonio García Márquez. Rechina regenta ahora su negocio junto a sus tres hijos: Carlos, Manuel y Rafael. Su proyecto más inmediato es montar un horno de leña.
No hay comentarios