"El futuro de Doñana puede estar comprometido"
VOCESDEHUELVAhéctor garrido. fotógrafo
El onubense cambió casi tres décadas de trabajo ambiental en la marisma almonteña por un nuevo proyecto vital y artístico en Cuba
Su marcha le ha dado perspectiva para mirar la vida
Hace una semana inauguró la exposición Cuba iluminada en la Casa de América, en Madrid. Su mujer, Laura de la Uz, ha rodado una película con Icíar Bollaín, y entre otros proyectos, ha aprovechado para estar en Huelva y pasar más tiempo con sus tres hijos. Héctor Garrido volverá en unos días a La Habana, pero no perderá la vista a la tierra en la que nació y cuyos paisajes lleva siempre muy dentro.
-¿Se hace raro volver de visita?
-Huelva es mi tierra, el sitio donde nací, y siento lo que en ciencia se llama filopatria, la inevitable conexión con el sitio en el que naciste. Aquí tengo mi familia, mis amigos y mi paisaje. Y aunque viva en La Habana, siempre hay esa conexión. Tengo aquí también a mis hijos; si no los veo, muero. Es inevitable. De hecho, la intención es tener una segunda residencia aquí y venir lo más frecuentemente posible.
-¿Es verdad que se echa más de menos la tierra cuando se sale?
-Se ve de otra manera, con una perspectiva mucho más lúcida o, al menos, más parecida a la realidad que si la ves desde dentro. Cuando sales es como si limpiaras y miraras con unos ojos nuevos. Y probablemente el amor a tu tierra sea más sincero y más profundo.
-¿Lo recomienda, entonces?
-Sin duda. Alejarse de la seguridad que te proporciona tu núcleo originario es muy enriquecedor porque te enfrentas a nuevas realidades y ahí siempre surge un pensamiento nuevo. Viajar es muy bueno. Y vivir fuera, más que recomendable.
-¿Le ha costado más, en su caso, cortar el vínculo con Doñana?
-Por supuesto. Doñana ha sido mi vida. Son 27 años, 21 de los cuales viviendo allí dentro, amaneciendo y durmiendo en el silencio de la marisma. Eso para mí fue cumplir un sueño, y luego marcó mi forma de ser para siempre. Y en Cuba he tenido que buscar mi Doñana allí. Vivo en el corazón de La Habana, con otro proyecto de vida nuevo, pero hay un lugar al que vamos con muchísima frecuencia a pasar varios días y en el que tengo varios proyectos, que es el mayor parque nacional de Cuba: La Ciénaga de Zapata. Allá paso muchísimo tiempo fotografiando la naturaleza.
-¿Cómo vivió en la distancia el incendio del verano pasado?
-No veo nunca la tele pero allí todo el mundo lo vio. Pusieron en la televisión cubana que Doñana estaba ardiendo, y empecé a recibir esa noticia en medio de la calle: de un vecino, mi suegra, amigos... todos los que saben de mi vínculo con Doñana, que venían a decirme que estaba ardiendo. Fue un impacto tremendo. Inmediatamente llegué a casa, contacté con mis hijos, y lo sufrí casi en directo porque me iban contando todo según iba ocurriendo. Lo seguí muy de cerca.
-¿Queda ese fuego como un toque de atención en Huelva para darle perspectiva a Doñana?
-A la sociedad le ha pasado con la naturaleza y con Doñana lo mismo que me pasó a mí a pequeña escala: nos hemos acostumbrado a que eso esté ahí y con eso ya es suficiente. Sin embargo, Doñana necesita toda la atención. La naturaleza en general, pero Doñana en concreto. No está pasando un buen momento; eso es una realidad, por mucho que queramos negarla. Y parte de ese mal momento viene de un descuido desde las entidades de conservación. Doñana se ha politizado hasta tal punto que no se toman medidas conservacionistas sino medidas políticas. Y eso hace que el deterioro se esté acrecentando. De seguir así, el futuro de Doñana puede estar comprometido.
-Los ecologistas hablan mucho del agua, del gas...
-Están ahora mismo centrados en los grandes proyectos y están olvidando la microhistoria de cada día, que realmente es la que está dañando en profundidad.
-¿Y qué debe hacer la Administración?
-Básicamente, lo acabo de decir. Doñana no se gestiona desde la política sino desde la ciencia y la conservación real del territorio. Mientras las decisiones que se tomen estén filtradas por la política, todo va a ir a peor. A Doñana la estamos poniendo realmente en un compromiso con respecto al futuro.
-¿Sigue faltando sensibilidad a nivel social y político?
-No es que siga faltando, es que se ha perdido. Nos hemos hecho inmunes a esa sensibilidad. Los ciudadanos onubenses están ahora más preocupados por Puigdemont que por Doñana, pese a que se trata del futuro de Huelva.
-En su trabajo, ha dejado la naturaleza por los retratos en Cuba.
-No es que haya cambiado de registro, es que ahora sólo hago visible mis retratos. Siempre me he dedicado a eso, desde los 14 años, pero no los había exhibido antes. He cambiado la forma de visibilizarlo.
-¿La riqueza de Cuba y su gente es la que le ha llevado a volcarse ahora en esos trabajos?
-Sin duda. Antes de conocer a mi mujer, la primera razón que me hizo seguir trabajando en Cuba fue haber detectado que allí hay todo un movimiento artístico vivo. Y cuando estás dentro de él, te sientes empujado a trabajar, a mejorar, a crear, frente a un declive en el movimiento artístico europeo, y español, concretamente. Un declive en el sentido de que la producción está adormecida. En Cuba hay una revolución artística en este momento y si te encuentras dentro de ella no tienes más remedio que crear.
-Un fotógrafo cubano me dijo hace años que en La Habana encontraba todo lo que quería y que no dejaría la isla porque quería documentar los cambios históricos que algún día llegarían.
-Han pasado muchas cosas. Los últimos tres años han sido espectaculares, históricos, aunque pendulares. El acercamiento entre Estados Unidos y Cuba provocó, de repente, en esos últimos años de Obama, un resurgir. Había un ambiente de euforia tremendo y un crecimiento en todo. Han sido tres años con momentos que para nosotros quedan, como cuando llegaron los Rolling Stones gratuitamente, a un sitio público y abierto, para tocar. Allí estábamos más de un millón de personas saltando y viviendo aquel momento como un sueño: el del posible final del bloqueo al país después de medio siglo. Y sin embargo no fue así. Estamos al principio del final de ese momento de gloria y nadie sabe cómo va a ser el futuro en meses.
-Trump fue el palo en la rueda.
-Han sido dos hechos. Trump es el principal pero el primer susto nos lo dio el huracán de hace unos meses. Aunque Cuba entera reaccionó de una forma que para mí fue una sorpresa: el país salió adelante en cuestión de horas y en una semana estaba funcionando al 90%, frente a otros, como Puerto Rico, que depende de Estados Unidos, y que todavía anda sin electricidad en muchos sitios. El pueblo cubano está tan acostumbrado a luchar por sí mismo que puso en cuestión de horas a funcionar todo el país. Parecía que de esa crisis momentánea se podía salir con facilidad, pero llegó Trump justo después, y con muchas ganas de hacer daño, y aprovechó para intentar clavar la puntilla. Dudo que se le pueda clavar muy profundamente una puntilla a un país como Cuba, después de lo que ha demostrado durante 60 años, pero daño ha hecho, indudablemente.
-El pueblo cubano sí que es ejemplo de creatividad constante.
-Los cubanos se reinventan todos los días cuando amanece. Es una cosa espectacular. Estoy preparando también un libro sobre ello, sobre Cuba, que espero publicar a finales de este año.
-Cuba está iluminada cada día por la gente en la calle.
-Es un pueblo de una riqueza tremenda. No hay tanta diferencia entre una persona de Huelva, de Sevilla o de Cádiz y un cubano. Somos prácticamente lo mismo. La primera percepción que tuve al pisar tierra cubana fue que había llegado a un sitio conocido.
-¿Quizá en el resto de España se siguen marcando distancias?
-El problema es que todas las personas que llegan a Cuba, vengan de donde vengan, no solo españoles, tienen prejuicios e ideas preconcebidas. Pero quienes consiguen profundizar un poquito se dan cuenta de que estaban equivocados. Porque Cuba es otra cosa siempre. Es una realidad tan compleja que para llegar a comprenderla necesitas años, y con una visita turística no se alcanza ni lo más superficial.
-Y hace posible un proyecto como Artehotel Calle 2 en La Habana, que igual aquí no es viable.
-Y está funcionando muy bien. Estamos muy felices porque Laura y yo, con unos amigos alemanes que nos ayudan, teníamos la idea de construir algo que fuera centro de arte -un poco inspirados en la idea de Juan Manuel [Seisdedos] y Lourdes [Santos] con Harina de otro Costal- pero que con una pata que le permitiera sobrevivir económicamente de forma holgada, que es la parte hotel. Pero todo eso debía estar enfocado a gente del arte, que se sintiera bien allí. Lo diseñamos con tanto cariño y tanto rigor, tan fieles a la idea, que automáticamente se produjo el milagro. Abrimos en junio pasado y en estos meses ha pasado un porcentaje de artistas elevadísimo: directores de cine, actores y actrices, escritores importantísimos, artistas plásticos de primer nivel, músicos espectaculares de gran cantidad de nacionalidades... Y todos los artistas que nos acompañaron durante una semana en HuelvaCultura.
-Parecen embajadores culturales en una dirección y en otra.
-Es bidireccional, sí. Para nosotros es muy importante porque Laura y yo somos enamorados de ambos países. Nos encantan las dos orillas y ese enredo que hemos montado de llevar artistas de la una a la otra. De hecho, HuelvaCultura consistió en gran parte en eso: hacer que los artistas onubenses y los de allí entraran en contacto y crearan vínculos para el futuro.
-Tras su experiencia con La isla mínima, ¿no le tienta el cine?
-Sí, sigo haciendo cosas. Acaba de estrenarse una película que va a sonar bastante, en la que soy asesor de imagen. Se llama Sergio y Serguéi, es una coproducción hispanocubana con Mediapro, que se acaba de estrenar en La Habana y se estrenará próximamente en España. El director es Ernesto Daranas y la película se centra en una historia real sobre el último astronauta soviético en la estación espacial Mir. Yo me he encargado de la asesoría de imagen del planeta tierra, para todas las escenas en las que sale de fondo desde el espacio, escogiendo las imágenes de la Estación Espacial Internacional que consideraba en cada momento más acordes con cada escena. Ha sido un trabajo fascinante, espectacular.
-No estaría mal subir a la estación a fotografiar fractales.
-Ese es un sueño que siempre he tenido. Como tantos niños, alguna vez soñé con ser astronauta. Y hubo un momento, cuando trabajaba en Fractales, que coincidí con profesionales y entidades con mucha relación con la Estación Espacial, y les dejé caer que no me importaría ir si hubiera ocasión. En realidad me encantaría; me aterroriza pero a la vez me fascina. Si me lo propusieran, subiría sin duda ninguna.
-¿Y dirigir ficción?
-Me atrae mucho, el problema es que la imagen en movimiento, el video o el cine me dan miedo porque sé que me va a gustar mucho, y tengo tan definido mi trabajo en fotografía fija que meterme ahora en una evolución tan grande me da miedo, porque me va a gustar demasiado. Pero tengo un proyecto planteado con mi mujer; estamos a punto de cumplir 50 años y queremos celebrarlo haciendo un trabajo juntos en el que habría imágenes en movimiento y del que me encargaría yo.
-Pero no abandona la naturaleza.
-La conservación de la naturaleza para mí es inevitable. Siempre estoy en proyectos, como en la Ciénaga de Zapata, y colaboro con muchas revistas, sobre todo para el público infantil. A los adultos ya es difícil convencerles de algo, pero cuando escribo para los niños, sé que a algunos les convenzo de cosas que en el futuro tendrán su importancia. Trabajar con niños al final es trabajar para el futuro.
La confluencia natural de Doñana y el Caribe
Sus fotografías aéreas de Doñana revelan la belleza que se oculta a ras de suelo por la grandiosa geometría, caprichosa, de las marismas. Esos fractales, a los que ha dedicado exposiciones y publicaciones hace años, le dieron también reconocimiento popular por la introducción de la película La isla mínima, de Alberto Rodríguez. Pero Héctor Garrido (Huelva, 1969) es mucho más que esas imágenes que ha llevado a medio mundo. Es uno de los mayores conocedores de Doñana; a pie de campo, donde vivió más de veinte años, y a vista de pájaro, con casi tantas horas de vuelo como cualquier ave que hace allí su parada. Su trabajo como ornitólogo y como fotógrafo le ha valido el respeto de la comunidad científica. Pero lo dejó todo por Cuba y por su esposa, la actriz Laura de la Uz. Por un nuevo proyecto vital y artístico en la otra orilla que tanto ama. Aún no ha cumplido los 50 y habla con peso y deja poso. Hay en su discurso mucho de ese aire libre de la marisma almonteña y de esa inspiración caribeña que ahora le rodea cada día. Es uno de sus motores para mejorar y no dejar de crear.
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