El fuego del entusiasmo
HACE medio siglo, un escritor y pintor nervense, Enrique Monís Mora, escribió con gran acierto en las páginas del Odiel, el verdadero, si jugamos con las taimadas y sentidas intenciones del maestro Luis María Ansón, que Huelva "donde fácilmente se prende el fuego del entusiasmo por cosas baladíes, ocurre también, lamentablemente, que son relegadas a un denigrante margen, cuando no al cruel olvido, otras verdaderamente importantes". Tan cierto, que duele. Tan actual, que se pierde en los soles y en las lunas de nuestras vidas. La vida sigue. Igual, querido Julio.
Como articulista de Huelva Información, me siento muy agradecida por la acogida que han tenido mis escritos sobre la posibilidad de traerse a Huelva colecciones de los museos de América, el de Madrid, y Whitney, con sede en Nueva York. El agradecimiento, siempre, hacia los lectores. Sus palabras me han llenado hasta de lo que más odio, la vanidad. Sus mensajes de aliento empujan a una a seguir reflexionando y luchando por Huelva. Aunque la utopía sea víctima de la falsa ilusión, no es estúpido ni improductivo pelear por conseguir, no esperar, lo que podemos ser. ¿Tan complejo es conseguir lo mismo, no menos, que otras sociedades? En Huelva tenemos lo que nos merecemos, es decir, lo que no tenemos. Ni tendremos. Nada es nada. A partir de las fantochadas promesas de los libres en decir y no hacer nada de nada, confusión y palabrería barata, tenemos hoy, como ayer, menos que cero. Pero sin Bret Easton Ellis, ni lujos, ni imágenes snuff, ni polvos blancos, ni magnates ni niños pijos. Que una sepa, claro.
Si en los últimos treinta años hubiéramos obtenido tan sólo un cinco por ciento de las promesas incumplidas, y me refiero al ámbito cultural (al de infraestructuras, mejor petrificarme en el silencio de Belinda), Huelva entera se reiría a boca llena de la milla de oro de Madrid (esa que está regada por El Prado, Thyssen, Reina Sofía, Caixaforum…). Pues, olvídense, aquí no hay Recoletos. Aqu,í un paseo a ninguna parte. A la mierda, que diría el sofocado Fernán-Gómez. Aquí somos, porque nos hemos conformados y regodeados, Rigoletto. Somos hijos eternos de ese bufón jorobado, feo, deforme y siempre henchido de amor que vivió en el ducado de Mantua. O mejor sería decir de manta, de muchos mantas bien pertrechados de ducados. V'ho ingannato.
Cuando escribimos sobre el Museo de América en Huelva, nuestros próceres electos no tardaron en hacer castillos en el aire con música de Wagner y no de Alberto Cortés, por aquello de nuestros vínculos americanos... Y, a continuación, a los pocos minutos, destruirlos. Más valquirias para Argantonio. Mitología tartésica. Habis. Habis Papa, muchas papas. Con sangre, con malicia. Para qué vamos a ir juntos a construir una nueva Huelva. Los unos con los otros. Los otros contra los (h)unos. Humo. Mucho humo. Muchas papas. Pocas nueces. Ninguna verdad.
El fin de semana pasado, en un día para no salir por culpa del viento, acudí con mi marido al monumento a Colón. El Puerto de Huelva tenía preparado una visita a su interior. Jamás había entrado. El guía, excelente en su exposición, exquisito en el trato, modesto en la palabra, innovador en los recursos y cultivado en el rigor, dejó a los escasos siete visitantes atónitos. Qué historia más bien contada. Qué historias tan hermosas encierra Huelva. Cuántas historias desconocemos y cuántos años más dejaremos macerarlas en el olvido. Al finalizar, envueltos todos en la música eterna de Irving Berlin, con las siete personas entusiasmadas de tanto amor por Huelva, el monitor, Diego creo que dijo llamarse, como el hijo de Colón, avivó la lucha por nuestra tierra explicándonos, con la sencillez de quien sabe, que había presentado un proyecto al Puerto de Huelva para que aquellos próceres norteamericanos que hicieron posible la construcción del monumento de la Punta del Sebo siguieran mirando a Huelva 85 años después. Muchos diegos quiero yo para Huelva. Muchos diegos electos. Dirigiendo. Gobernando. Haciendo. Trabajando.
Esos próceres responden a nombres como Whitney, Pulitzer, Morgan, Guggenheim… En pocas palabras, grandes mecenas. En menos palabras, sus nombres cincelados en las paredes del monumento a Colón. Sus nombres encadenados a la historia de Huelva. Y Huelva, por derecho consuetudinario, al pairo de todo. Oremos. Lloremos.
Como tenía que ser, para esos somos de Huelva y vivimos en ella sin querer vivirla ni amarla, el Museo de América se perdió entre los quejidos de las palabras. ¿Quién se apuesta con una que Sevilla y la Asociación Velázquez seguirán reclamando ese museo? A la posibilidad de traer una subsede del Museo Whitney de Nueva York, que sería poner a Huelva en la órbita internacional del mundo de la cultura, ni quejido ni quebranto. Para qué arrugarse en lo cultural si el Recre está a punto de subir a Primera División y la peregrinación al Rocío asola Huelva como plaga bíblica. Ni una palabra.
Al menos, a quien pueda interesar, no olvidemos lo que es importante. El Museo Whitney sería algo más que trascendente para Huelva. Que el fuego del entusiasmo no dure la luz de una cerilla. Prendamos el fuego de lo que merecemos. Luchemos. Hasta el final. Si no somos capaces, mejor que dejen unos de quejarse. Y otros de incumplir sus promesas. Para ilusionarse tan solo hay que trabajar. Verbo que algunos saben conjugar con la palabra e incumplir por inactividad.
Diego y su proyecto con las grandes fundaciones norteamericanos que hicieron posible el monumento a Colón es un nuevo motivo de lucha. Sé, por lo que pude comprobar, qué él y los suyos, no cejarán en el intento. Muchos diegos quiero yo para Huelva. Muchos diegos y muchas ganas de conseguir. Palabras, las justas. Obras, todas.
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