"Mientras sigan exigiendo cosas tendrán una excusa para volver a matar"
Un onubense herido gravemente en un atentado hace 20 años desconfía del comunicado de la banda terrorista · Ahora relata su experiencia en el País Vasco desde 1979
Minutos antes de ser entrevistado, posa para la foto con naturalidad, tranquilo. "¿Esto es para ser publicado?", pregunta después. Duda. "Prefiero que no se me vea la cara".
Es su reacción tras el anuncio del cese de la actividad terrorista de ETA. No se fía, no cree que haya acabado todo, aunque le gustaría pensarlo. Lleva su cuerpo marcado por uno de los atentados de la banda; también su mente. Es una muestra de la huella que han dejado los años de terrorismo en España.
Miguel Polvorinos es un guardia civil de Huelva retirado (por obligación) hace 20 años en Munguía (Vizcaya). Llevaba 19 en el País Vasco cuando sufrió un atentado que casi le cuesta la vida. Su nombre salió del anonimato el 27 de marzo de 1991. Ahora, después de ejercer hace unos años como delegado de la Asociación de Víctimas del Terrorismo en Huelva, cree que ya da igual ocultarlo. Pero su rostro, aún no. Al menos hasta que no sienta real el cese de la violencia etarra; hasta que no piense que los terroristas todavía pueden coger las armas para matar de nuevo. Hasta que no les vea sin capuchas cuando lo dejen.
"Mientras no salgan a cara descubierta, entreguen las armas, pidan perdón a las víctimas y aclaren muchos atentados por resolver no me creeré nada. Ahora hay muchos brindis creyendo que el terrorismo ha acabado. Pero para mí no es así".
La incredulidad no es forzada. Asegura que a lo largo de los años ha visto cómo las continuas demandas de la banda eran seguidas de muchas muertes. "Ocurrió así cuando pedían la ikurriña, una policía autónoma vasca o el acercamiento de los presos a las cárceles vascas. Mientras sigan exigiendo cosas tendrán una excusa para matar de nuevo", afirma sin dudarlo. Es una opinión, además, asegura, que comparten muchos de sus excompañeros, con los que ha conversado bastante estos días.
Miguel habla relajado, no con comodidad pero sí con la serenidad ganada con los años, tornada ahora en frialdad ante anuncios como el de hace unas semanas. Su análisis es sosegado, quizá parco en palabras, pero reforzado por el peso de la experiencia. 19 años en Euskadi dan para mucho, sobre todo cuando en ese tiempo ha visto morir a muchos de los compañeros que tenía a su lado.
El primer "golpetazo de miedo" se lo llevó a los quince días de llegar destinado a Bilbao. Tenía entonces 19 años y acababa de salir de la academia. Uno de los compañeros de promoción, con el que viajó hasta su primer destino, fue asesinado en un atentado.
"Íbamos un poco recelosos, a un sitio desconocido en el que las cosas estaban muy difíciles". Y sin preparación especial. "Sólo nos decían que no debíamos ir a los mismos sitios ni salir a las mismas horas, que debíamos estar siempre alerta y no repetir la rutina. Pero los compañeros veteranos siempre nos daban consejos. Aquellos los llamamos los años de plomo porque hoy, mañana o pasado, había siempre un atentado", recuerda.
A él, asegura, le tocó una estancia menos dura. "Estaba en Bilbao, una ciudad grande. Era más fácil pasar desapercibido que en un pueblo, donde te conocían rápido. Teníamos todo el miedo del mundo porque tenías que ocultar quien eras, hablar lo menos posible porque tenías un acento de fuera, y cosas así".
Aún hoy tiene la costumbre de llegar a un bar y colocarse de espaldas a la pared, de cara siempre a la puerta, herencia de aquellos hábitos de supervivencia. En su caso cuenta que la presión psicológica no fue tan grande como en otros compañeros: "Vas conociendo a gente y te das cuenta de que no todo el mundo es así". De hecho conserva buenos amigos en Bilbao, vascos de pedigrí, "de más de siete generaciones", que son "excelentes personas". "No por el hecho de ser vascos tienen que ser malos", apunta. Pero eso no evitaba que algunas muertes a su alrededor minaran su moral.
"La de Manuel Sánchez Borrallo [guardia civil de La Zarza asesinado el 14 de mayo de 1981] me impactó bastante. Estábamos juntos en el mismo sitio, nos veíamos a diario y, cómo éramos paisanos, hablábamos mucho. Cuando me enteré, me quedé impactado", cuenta aún afectado.
También la casualidad le hizo vivir de cerca la muerte de otro onubense, Miguel Garrido Romero, el 25 de agosto de 1982. "Estábamos juntos varios compañeros, celebrando su cumpleaños, cuando se recibió la llamada por un aviso de bomba en una oficina del Banco de Vizcaya en Munguía", recuerda. El joven de Santa Olalla del Cala acudió como parte de los efectivos del Tedax y una trampa explosiva le alcanzó.
"Había momentos -confiesa Miguel Polvorinos- en los que te sentías impotente y el ánimo se te bajaba pero luego pensabas que había que seguir adelante y continuabas para hacer, casi, una vida normal".
Su familia en Huelva sufría en la distancia. Ya casado, con una granadina, proseguía su estancia en el País Vasco con la normalidad que podía, asentado el matrimonio en Bilbao, y sin necesidad real de huir de allí. "Mi mujer también se había acostumbrado a aquello. Podía haber pedido el traslado hacía unos años pero es que allí me encontraba muy bien. Estaba a gusto, dentro de lo que cabe".
Entonces, Miguel ya no patrullaba los pueblos vizcaínos; su trabajo había pasado a tener contadas salidas a la calle, como escolta en los traslados de las personalidades que visitaban la zona. "Estaba bien y no me había planteado el traslado. Pero ya sabía que me tenía que venir para acá -comenta- porque llevaba muchos años y no era cuestión de tentar la suerte. Era muy consciente de lo que estaba pasando, de lo que me estaba arriesgando y ya tenía planes de venirme para Huelva. Pero ahí se quedaron los planes".
Ese largo historial inmaculado se acabó el 27 de marzo de 1991 en Munguía. Miguel lo recuerda muy bien: "Ese atentado no iba para mí ni para ninguno de nosotros; iba para el cuartel, frente al que aparcaron un camión lleno de escombros y seis tubos lanzadera con granadas anticarro apuntando al edificio. Salieron las tres primeras y no pasó nada; estallaron en un descampado. Todo el mundo se movilizó, estábamos cerca y fuimos para hacer un cordón de seguridad. Pero los tedax dijeron que no había acabado todo y que había que salir de allí deprisa. Pero no nos dio tiempo. Las otras tres granadas se lanzaron y una de ellas alcanzó un poste de la luz, cogiéndonos la onda expansiva a cuatro agentes. Por suerte no hubo ningún fallecido". En ese momento, no pensó "en nada". "Sólo que me había tocado y que estaba vivo".
Miguel no pudo huir de los atentados pero sí de la muerte. Es lo que le ha dado fuerzas estos años, duros, de libertad perdida por las heridas en su brazo y mano izquierda. Ahora, 14 operaciones y 20 años después, ha ganado algo de movilidad y también de serenidad espiritual, aunque no olvida y tiene heridas pendientes de cicatrizar. Simplemente ha aprendido a convivir con ello y a hacerse fuerte con el apoyo de la familia y los amigos.
"Al principio lo llevé muy mal porque dependía de otra persona. Había perdido mi autonomía. También tenía el apoyo de todo el mundo, de los amigos, cuando salía a la calle, durante el día, pero lo malo era cuando llegaba la noche, de puertas adentro", explica.
Ahora asegura que lo tiene más o menos superado: "Es una cosa que no se te olvida pero te acostumbras a ella. Se llega a olvidar, por momentos, por tu vida cotidiana".
Miguel Polvorinos se llevó el reconocimiento de la Guardia Civil, con la Cruz al Mérito con Distintivo Rojo; y del Gobierno, con la Encomienda de la Real Orden de Reconocimiento Civil a las Víctimas del Terrorismo. Aún así no entiende la gestión gubernamental del terrorismo, como ocurre con los posibles encuentros con ETA.
"Han negociado todos los gobiernos desde Adolfo Suárez", afirma. "Creo que es inútil seguir haciéndolo después de ver el intento que han hecho varios presidentes sin resultados positivos. Cualquier negociación que se haga es un poco absurda porque estamos viendo los beneficios que se les están dando".
El discurso del ex guardia civil se endurece hasta mostrar su indignación: "Siento impotencia y una rabia total porque el Gobierno no haga nada con De Juana Chaos o Josu Ternera. No lo entiendo y nunca lo entenderé. Se tenían que haber cambiado las leyes y hacer que cada terrorista condenado cumpliera las penas íntegras, e incluso que se instaurara la cadena perpetua en estos casos".
Polvorinos cree tan culpables "al Gobierno como a los partidos de la oposición" y se rebela especialmente contra lo que llama "juicios paquete", en los que, según indica, se juzga a los terroristas por el conjunto de muertes provocadas en vez de por cada una de forma independiente. "Tenían que ir muerto a muerto, cumpliendo la pena por uno, luego, por el siguiente, y así por todos", explica irritado.
En este escenario del que aún desconfía, la posibilidad de reencontrarse con algunos terroristas aún no la contempla. No sabe cómo reaccionaría ante quienes intentaron matarle ni qué les diría al tenerlos delante. "No me lo he planteado", repite insistentemente mientras queda pensativo. Ya tuvo un encuentro hace 6 años en Madrid, durante el juicio a Juan Carlos Iglesias Chouzas Gadafi, y al resto del comando Vizcaya, por su atentado. Miguel no espera ahora nada de ellos "viendo cómo se portaron en el juicio". "Te miraban con indiferencia, como a un bicho raro", recuerda dolido. En este punto, sólo quiere seguir con su vida apacible, esperando que no haya más víctimas como él en España y que pueda confirmarse el final del terrorismo. Sería su mayor homenaje.
También te puede interesar
Lo último