El enfermo mental asesinado no pudo escapar ni tuvo posibilidad de defensa

La Guardia Civil habla de "tortura" y afirma que los autores se aseguraron que la víctima, atada de pies y manos y con la cabeza cubierta, no pudiera pedir auxilio

El cabecilla del grupo y principal acusado, a su llegada al juzgado.
El cabecilla del grupo y principal acusado, a su llegada al juzgado.
M. Rosa Font / Huelva

22 de octubre 2010 - 01:00

Miguel G.D., el enfermo de esquizofrenia que murió tras ser molido a golpes y cuyo cadáver fue hallado en mayo de 2008 en la azotea de su propia casa en Almonte, no tuvo posibilidad humana de pedir auxilio ni de escapar de sus verdugos. Ayer, en la segunda sesión del juicio abierto en la Sección Tercera de la Audiencia Provincial contra los tres acusados del asesinato de este hombre, la pareja que formaban J.J.P.D. (principal inculpado) y su ex novia, A.M.R.M., y M.A.T.R., los expertos de la Policía Judicial de la Guardia Civil que realizaron el informe técnico del crimen y los forenses que practicaron la autopsia al cadáver describieron una muerte salvaje e insufrible.

El cuerpo sin vida de Miguel fue descubierto por su padre en un cuarto de escasos metros cuadrados ubicado en la azotea del número 64 de la calle Triana del pueblo. Era el 28 de mayo de 2008 y, según el informe forense, habían transcurridos entre 15 y 30 días desde el fallecimiento. El cadáver no era visible a primera vista en aquel "minibasurero" en el que, según la Guardia Civil, se había convertido el cuartucho: entre un sinfín de objetos inservibles y chismes, y oculto de forma intencionada tras un viejo colchón, se halló el cuerpo, cubierto parcialmente por una silla.

A Miguel lo ataron fuertemente por los tobillos (utilizaron una cuerda de tendedero) y también por una de sus manos a una tubería. Sus asesinos le cubrieron la cabeza y el rostro con tres prendas diferentes, anudadas cada una de ellas. De hecho, las ataduras y la comprensión de estas prendas le provocaron la muerte por estrangulación o sofocación.

"Aunque no hubiera sido atado, igualmente sería una tortura", afirmó uno de los agentes de la Guardia Civil para remarcar en varias ocasiones que Miguel no sólo "no tuvo posibilidad humana de pedir auxilio", sino que tampoco tuvo oportunidad alguna para escapar o de defenderse. Con las ataduras, subrayó, "se aseguraron de forma completa y metódica" que la víctima no pudiera hacer nada para escapar o pedir ayuda.

Según los informes técnicos, la víctima había sufrido un calvario entre las paredes de su propia casa, en la que se habían instalado dos meses antes del crimen dos de los acusados, mientras que el tercero entraba y salía de forma intermitente. La Guardia Civil encontró sangre "de forma exagerada" por toda la casa, desde la planta baja (en el sofá, las paredes o el suelo) hasta los rastros que llevaban a la primera planta y a la azotea. Todas las muestras que los peritos tomaron pertenecían a Miguel.

Aunque por el estado de putrefacción del cadáver, los forenses no pudieron determinar la data de la totalidad de las lesiones que presentaba, sí acertaron a señalar que debido a la diferencia de coloración de las mismas, se produjeron en distintos momentos (muchas con anterioridad a la muerte). Miguel no tenía una sola parte de su cuerpo que no presentara golpes (incluso varias costillas rotas) o hematomas.

En cuanto a la participación de los acusados en el traslado de Miguel ya herido hasta la azotea, la Policía Judicial consideró "improbable" que una sola persona hubiera podido llevarlo hasta la azotea, dada la inclinación y la estrechez de la escalera que conduce a la segunda planta de la vivienda.

Tras la segunda sesión de la vista, las acusaciones pública y particular y las tres defensas (que solicitan la libre absolución de los procesados y la eximente por drogadicción) elevaban a definitiva sus conclusiones. Por los delitos de allanamiento de morada, asesinato, contra la integridad moral, lesiones, detención ilegal y robo con violencia e intimidación, la Fiscalía solicita más de 115 años de cárcel para los acusados (con penas de entre 37 y 39 años para cada uno de ellos). En su alegato final, el fiscal consideró que "el nivel de brutalidad que se puede intuir fue atroz" y destacó la "sangre fría" de los acusados, que permanecieron en la casa tras comprobar que Miguel había muerto.

A.M.R.M. y M.A.T.R., que han mantenido una misma versión, en ambos casos exculpatoria, intercambiaron opiniones y miradas durante los alegatos de sus respectivos abogados. Antes de quedar visto para sentencia, ambos tomaron la palabra para proclamar su inocencia ante el tribunal.

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