Encuentro Paulino-Carnera: “Parece que hemos prestado a los colosos nuestros carrillos para que den fuerte”
José Ponce Bernal despierta en los onubenses el espíritu crítico ante un combate de boxeo que fue utilizado en la época como acto de propaganda fascista italiana
La Introducción
LA POLÍTICA EN EL CUADRILÁTERO
Dos puños, dos pueblos y demasiadas pasiones
El boxeo había dejado de ser en este momento social únicamente un espectáculo deportivo para convertirse en un escenario donde se escenificaban tensiones políticas, pasiones nacionales y rivalidades colectivas. El enfrentamiento entre Paulino Uzcudun y Primo Carnera, celebrado en Barcelona el 31 de octubre de 1930, alcanzó una resonancia excepcional en toda España, hasta el punto de que periódicos como Diario de Huelva sintieron la necesidad de comentarlo para sus lectores.
La clave de esa repercusión se encuentra en la figura de los dos contendientes. Por un lado, Paulino era considerado el mayor peso pesado español de su tiempo, un atleta cuya fortaleza y resistencia habían despertado admiración más allá del ámbito deportivo. En un país con escasos referentes internacionales en ese terreno, el boxeador encarnaba una suerte de orgullo nacional, y cada combate suyo se vivía como una representación del carácter español. Por el otro, Carnera, el gigante italiano, no sólo impresionaba por su físico descomunal: en la Italia de 1930 se había convertido en un símbolo político, un instrumento propagandístico del régimen fascista, acompañado frecuentemente por seguidores vinculados a las “camisas negras”, cuya presencia el articulista alude con ironía.
Este trasfondo explica que esta pelea despertara tantas pasiones. Buena parte de la prensa la presentó como un duelo entre dos países, un choque entre la virilidad española y la musculatura propagandística italiana. Ponce aprovecha ese clima para desarrollar una sátira que desmonta las exageraciones patrióticas y se burla de la identificación emocional del público con los golpes recibidos por su ídolo. Su tono mordaz cuestiona tanto el nacionalismo deportivo como el entusiasmo casi tribal que provoca un combate de boxeo cuando se percibe impregnado de significados colectivos.
Resulta significativo que subraye cómo aficionados españoles e italianos parecían “prestar sus narices” a los boxeadores, sintiendo en sus propios rostros los puñetazos que recibía su representante. Esa hipérbole satírica revela hasta qué punto el combate fue vivido como un acontecimiento que excedía lo estrictamente atlético. De hecho, la mención explícita a la presencia de seguidores fascistas y la alusión a la “camisa de Isabel la Católica” introducen un comentario político apenas velado, propio de un momento histórico marcado por tensiones ideológicas y por el ascenso de movimientos que utilizaban el deporte como vehículo simbólico.
El combate Paulino–Carnera fue uno de los grandes sucesos deportivos de 1930, pero su verdadero impacto radica en que funcionó como un espejo donde se reflejaron los anhelos, temores y rivalidades de la época. Que un periodista de Huelva dedicara una columna a este episodio no sorprende: la pelea se había convertido en un tema de conversación nacional, un acontecimiento del que nadie quería quedar al margen. El articulista, lejos de sumarse a la exaltación general, optó por una mirada crítica que ridiculiza la lectura épica del combate y reduce el gesto grandilocuente a la imagen final, tan doméstica como certera, de dos hombres “dando vueltas a una noria”.
Este comentario permite comprender la dimensión del suceso y situar el artículo original en su contexto histórico: no como simple crónica pugilística, sino como testimonio del modo en que el deporte podía condensar, en un solo combate, sensibilidades políticas, identidades colectivas y una buena dosis de ironía periodística.
En Barcelona acaban de enfrentarse dos hermosas bestias humanas. En la efectividad de un puñetazo bárbaro o “científico” ha resultado la victoria de uno de ellos. Los dos, por igual, terminaron la jornada con hinchazón de narices y traumatismos en todas aquellas partes donde es lícito pegar según las caballerescas disposiciones del reglamento de estas luchas pugilísticas. La cosa no tendría importancia si se redujese a que dos enormes moles humanas, previo convenio, se dedicasen durante los minutos que sean a repartirse espléndidos mojicones y puñadas como jamás las soñara el buen Sancho, recibir de manos de malandrines, follones u otra clase de arrieros y galeotes. Pero no. El deliberado y amistoso aporreamiento parece que ha tenido alcance político internacional. Estas nuevas luchas —nuevas al parecer— vuelven a tener aquel significado de los encuentros entre adalides de los pueblos del pasado. Un héroe de cada campo decide el honor y fortaleza de todos los suyos.
En el encuentro de Paulino y Carnera, parece que italianos y españoles les hemos prestado a los colosos nuestros carrillos para que den fuerte. En muchos entusiastas de Paulino las trompadas que le ha propinado Carnera han repercutido en sus rostros, que sentirán doloridos.
Para asustar las manos de Paulino y no causasen grave daño al gigante italiano centenares de camisas negras asistieron al encuentro.
¡Pobre Paulino! ¿Cómo se ha atrevido a desafiar las iras de aquellos señores de los paños menores al estilo de la camisa de Isabel la Católica?
Ha habido mucha efervescencia. Italianos y españoles han estado pendientes de la descomunal pelea: como si el honor de los dos pueblos residiera en las narices de Paulino o Carnera…
¡Y con lo bien que estarán ambos dando vueltas a una noria! Claro que también estaría en razón ver el efecto que causaba en las narices de sus admiradores los ganchos de sus manazas ciclópeas.
Blanqui-Azul
Diario de Huelva, 3 de diciembre de 1930
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