Los días previos al 1 de noviembre de 1755 nadie podía preveer lo que estaba a punto de suceder. A las 10 de la mañana del día de Todos los Santos, mientras los onubenses se preparaban para ir a visitar a sus difuntos, la tierra comenzó a temblar. 

Un terremoto, que más adelante se conocería como el terremoto de Lisboa por su epicentro, asoló la capital y buena parte de la costa, llevándose por delante monumentos emblemáticos, edificios centenarios y buena parte del patrimonio onubense, incluidos sus barrios. Pero lo que de verdad se perdió aquel día fueron vidas humanas. Ocho personas fallecieron aquel primero de noviembre bajo el suelo de Huelva. 

Las investigaciones posteriores lo clasificaron como un grave maremoto -lo que hoy conocemos por tsunami- cuyo ruido subterráneo "se dejó sentir acompañado de un baibén de tierra tan violento que la tierra pareciera haber salido de su eje".

El temblor duró entre 7 y 8 eternos minutos desde las 9:52 de aquella mañana y quedaron afectados los conventos de la Victoria, la Merced, San Francisco y Las Agustinas, además del palacio de los condes. La situación creó una alarma en la población sin precedentes "que consertenó a los vecinos que huyeron hasta los cerros y colinas más eminentes de la ciudad" no solo para evitar que se repitiese el azote de la tierra sino "para librarse de los movimientos extraordinarios del mar, que una hora despuñes, conmovió furiosamente y empujó las aguas sobre la costa". En las islas de Saltés y la Cascajera, que están en frente de Huelva, "se notó que toda el agua que arrojó el mar "se sumergió por ellas".