Complejos con el cuerpo: ¿por qué se agrandan al llegar el verano?
Psicología y Salud | Todo está en tí
La exposición física propia de la temporada estival puede intensificar la autocrítica y la ansiedad, pero cambiar el foco hacia la funcionalidad del cuerpo ayuda a construir una relación más sana con él
La presión psicológica
Cuando el verano se acerca y las temperaturas suben, también lo hace la ansiedad de muchas personas. La llegada del calor trae consigo ropa más ligera, días de playa, piscinas, fotos en redes sociales y una exposición corporal que no ocurre en ninguna otra estación del año. Para quienes experimentan complejos con su cuerpo, esta época puede ser especialmente difícil. Pero ¿por qué ocurre esto? ¿Qué procesos psicológicos se activan? ¿Cómo podemos afrontarlo desde una mirada más saludable?
Desde la psicología, un complejo corporal se puede definir como una preocupación excesiva, recurrente y a menudo distorsionada sobre una parte del cuerpo o sobre la imagen corporal en general. Aunque todos tenemos inseguridades en algún momento, el complejo se convierte en un problema cuando afecta la autoestima, las relaciones sociales o el bienestar emocional. Estos complejos no surgen de la nada: se construyen, en gran parte, a través de la interacción con el entorno social, los medios de comunicación, la familia y la cultura. La comparación constante con estándares estéticos idealizados puede hacer que las personas desarrollen una imagen corporal negativa, incluso si objetivamente no hay nada “fuera de lugar” con su cuerpo.
La imagen corporal es la representación mental que una persona tiene de su propio cuerpo. No es un reflejo literal del cuerpo real, sino una interpretación subjetiva influenciada por factores emocionales, sociales y culturales. Por ejemplo, dos personas con cuerpos muy similares pueden tener percepciones completamente opuestas sobre sí mismas. Esta imagen se forma desde la infancia y está profundamente ligada a la autoestima. Si una persona crece en un entorno donde se valoran ciertos tipos de cuerpo y se menosprecian otros, es muy probable que, si no encaja en ese ideal, interiorice sentimientos de vergüenza, rechazo o insuficiencia.
El verano actúa como una lupa psicológica que intensifica los complejos corporales. Durante los meses cálidos, la mayor exposición corporal es prácticamente inevitable: la ropa ligera, los bañadores, los shorts o los tops hacen que áreas normalmente cubiertas estén a la vista de los demás, lo que puede activar una fuerte autoconciencia corporal. En personas con complejos, esto deriva en una sensación de vulnerabilidad o juicio constante. Además, en esta estación aumentan las salidas, eventos sociales y vacaciones, lo que incrementa las comparaciones, especialmente en un contexto donde los cuerpos “ideales” parecen más visibles que nunca. Las redes sociales refuerzan este fenómeno: imágenes editadas y filtradas generan expectativas irreales que intensifican la insatisfacción corporal.
A todo esto se suma la presión de las campañas de “operación bikini”, que cada año reaparecen con la llegada del verano y sugieren que debemos “preparar” el cuerpo para ser exhibido. Este mensaje refuerza la idea de que solo ciertos cuerpos merecen mostrarse y disfrutar del verano, alimentando los complejos y condicionando la autoestima al físico. Psicológicamente, el verano también está asociado a expectativas de felicidad, relaciones y bienestar, lo que, unido a la vulnerabilidad corporal, puede aumentar la ansiedad social.
Muchas personas con complejos tienden a ser altamente autoexigentes y autocríticas. Esta actitud se intensifica cuando sienten que no alcanzan ciertos estándares físicos, convirtiendo la mente en un juez implacable. Esto no solo deteriora la autoestima, sino que puede derivar en trastornos más graves, como el trastorno dismórfico corporal, trastornos alimentarios, depresión o ansiedad generalizada.
Es fundamental recordar que el cuerpo no es solo un envase ni una carta de presentación: es nuestro hogar y nuestro vehículo para experimentar el mundo. Reducir su valor a una talla, una forma o un número en la balanza es una visión limitada e injusta. La clave está en reconocer que lo realmente importante es su funcionalidad: caminar, comer, ver, oír, sentir.
Vivimos en una época donde el cuerpo se ha convertido, para muchos, en un objeto que debe lucir de cierta manera para ser valorado. Se mide, se compara, se exhibe y muchas veces se rechaza, exigiéndole encajar en moldes estéticos cambiantes que rara vez incluyen la diversidad real de los cuerpos humanos. En medio de esta obsesión por la apariencia, olvidamos lo esencial: lo más valioso de un cuerpo no es cómo se ve, sino lo que puede hacer. Desde la psicología y el enfoque de la imagen corporal funcional, se propone un cambio radical: dejar de ver el cuerpo como un objeto decorativo y reconocerlo como un instrumento vivo, útil y milagroso que nos permite experimentar la vida. Tu cuerpo te permite caminar, correr o bailar; abrazar a alguien que amas; reír hasta que te duela el estómago; respirar sin pensarlo; ver un atardecer; llorar y liberar emociones; curarte tras una herida; recordar momentos hermosos; hablar, escribir, cantar y crear.
Incluso cuando hay limitaciones o enfermedades, el cuerpo sigue buscando adaptarse, sostenerte y funcionar lo mejor posible. Eso es admirable y merece nuestro respeto por encima de cualquier juicio estético. Cambiar la pregunta de “¿cómo se ve mi cuerpo?” por “¿qué me ha permitido hacer hoy?” transforma nuestra relación con él.
En definitiva, el cuerpo debe ser visto como aliado y no como enemigo. No se trata de moldearlo para ser aceptado, sino de escucharlo, cuidarlo y agradecerle cada día por acompañarnos. Un cuerpo no necesita ser perfecto para ser valioso ni cumplir estándares de belleza para ser digno de respeto. La próxima vez que te mires al espejo, en lugar de buscar defectos, pregúntate: ¿qué me permitió hacer este cuerpo hoy?. Y si la respuesta es “vivir”, ya tienes la más importante de todas.
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