A ciegas

29 de marzo 2009 - 01:00

Titulo así este nuevo análisis de la película Los abrazos rotos, de Pedro Almodóvar, por la situación que vive en gran parte del film uno de sus protagonistas, interpretado por Lluis Omar. Nada que ver con la novela de José Saramago, A ciegas, cuya versión cinematográfica de Fernando Meirelles, se ha estrenado precisamente el pasado día 13, no en Huelva, donde como siempre estamos siempre en precario en materia de novedades cinematográficas que aquí no llegan.

Los abrazos rotos, obvio es comprobarlo, ha tenido en las salas españolas una acogida fría y escasa que no ha respondido ni a la expectación ni al lanzamiento publicitario y mediático que la precedió. A ello se ha unido una división de juicios críticos enfrentados y en la mayoría de los casos desfavorables. Ni tanto ni tan calvo. De pronto un director de talento y originalidad, reconocido y celebrado por muchos, no puede hacer una mala película como en algunos casos se ha afirmado. Es bien patente que, en algunos casos y por razones discutibles, Pedro Almodóvar no le cae bien a mucha gente. Les pasa a muchos amigos a quienes respeto porque son incluso expertos en la valoración cinematográfica.

Como suelo separar las simpatías o antipatías que me puedan merecer directores o intérpretes cinematográficos, de su actuación en las películas, creo que Los abrazos rotos, puede ser una obra menor en la brillante filmografía de Pedro Almodóvar, pero no es en ningún caso, desdeñable. Ni mucho menos. En esta historia del cine en el cine, con atisbos freudianos, que no son nuevos en su temática, y complejidades manifiestas, hay una reiteración de las constantes estéticas del realizador manchego y hay, ya lo decía en mi crítica que se publicaba aquí el pasado martes, día 24, una especie de autorecreación o autohomenaje, que en ocasiones raya en el narcisismo. Pero esto les ocurre a muchos directores sin que se les critique por ello.

No estamos ante el intenso dramatismo, el desgarro, el denso sentimentalismo y en cierto modo la magia narrativa de Volver (2006), ni ante la ocurrente Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988), la película que inició la fama internacional de Pedro Almodóvar, un trasunto surreal a lo Sirk o a lo Minnelli o ante ¿Qué he hecho yo para merecer esto? (1984), el suplicio de una ama de casa en el averno urbano, para mí uno de sus trabajos más valiosos. No, sin duda lo que Pedro Almodóvar nos brinda en Los abrazos rotos carece de ese tono al que nos habituó en películas como las citadas, quizás por la ausencia del sentimiento que captábamos en su estilo más personal. Si bien hay pasajes que conservan el talento y el oficio de un realizador original, hay carencias ostensibles. Peca además de prolijo como si en el excesivo metraje, si en la búsqueda de un desenlace convincente, no acabara de encontrarlo y a pesar de terminarlo con una secuencia ingeniosa, antes nos ha deparado excesivos capítulos y demasiados personajes. Es como si el peso del guionista se hiciera sentir sobre el trabajo del director y no supiera administrar su incontinencia. Cinco dramas se deslizan a lo largo de esta historia compleja que tiene como eje al realizador que, a ciegas, tratará de dirigir la película que la venganza depredó cruelmente y en la que intentará expresar su propia redención. Un aspecto que puede resultar muy significativo en Pedro Almodóvar cuya puesta en escena en este caso vuelve a ser admirable aunque lastrada por algunas vacilaciones y pérdidas de ritmo. Aún así algo tiene este relato de fatalidad, celos y traición, como le gusta al realizador, que a pesar de todo nos atrae.

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