Cabezo Juré: la riqueza de Huelva 2.000 años antes de Tarteso

Prehistoria

El yacimiento de Alosno revela la existencia de una industria metalúrgica compleja en la provincia, activa desde el tercer milenio a.C., cambiando lo que se conocía de la Prehistoria peninsular

El yacimiento de Cabezo Juré, en Alosno.
El yacimiento de Cabezo Juré, en Alosno. / Grupo MIDAS III Milenio A.N.E.

Hay verdades dolorosas. Las hay crudas, brutales, aplastantes, secas, dulces, amargas... Verdades duras, verdades como puños, verdades que escuecen o que nadie quiere oír, y hasta las hay que se disparan a bocajarro. Hay verdades que pueden parecer buenas y verdades que parecen malas, pero las peores de todas son las verdades incuestionables. A lo largo de la historia, muchas de ellas han servido para justificar todo tipo de desigualdades y abusos. Para callar, para humillar o para imponerse a otros. Son malas porque no toleran los matices ni los cambios ni soportan que se las contraríe, pero lo que las hace más peligrosas es que no dejan lugar a la más mínima duda. El mundo ha permanecido durante siglos sumido en ellas y sus dogmas. La Tierra, por ejemplo, fue siempre el centro del Universo, y la materia se componía de solo cuatro elementos. Los humores curaban o mataban, el Sol era una bola en llamas y la Luna volvía locos a los hombres.

También en la arqueología, como en tantas ciencias, hay ideas que se instalan con la misma fuerza que la propia fe, no porque sean ciertas o irrefutables, sino porque nadie las ha puesto nunca a prueba. Por mucho tiempo se ha asumido, sin discusión posible, que el suroeste peninsular que existía antes de la llegada de los fenicios y el posterior surgimiento de la cultura tartésica era poco más que un páramo. Salvajes nómadas que apenas manejaban las herramientas necesarias para extraer de estas tierras su enorme riqueza. Bajo esta perspectiva, la metalurgia del periodo comprendido entre el año 3200 y el 2200 antes de nuestra era (el denominado ‘Calcolítico’) en la Península Ibérica se limitaba a un pobre ejercicio de subsistencia apoyado en técnicas rudimentarias que solo avanzaron con la llegada de las grandes civilizaciones orientales al territorio de lo que hoy es el Algarve portugués y las provincias de Huelva y Sevilla o al sureste peninsular (tradicionalmente considerado el centro originario de la metalurgia europea), ya en los albores de la llamada edad de Bronce. Se equivocaban, claro. De hecho, no podrían estar más lejos de la realidad, porque en ese mismo periodo ya se había desarrollado una tecnología que se adelantaba más de 1000 años a su tiempo. Y fue aquí. Precisamente, aquí.

Visto desde lejos, incluso de cerca, el Cabezo Juré (Alosno) solo parece un cerro más, uno bajo y pedregoso, rodeado de matorral y antiguas ruinas olvidadas entre las explotaciones mineras del Andévalo, pero sus entrañas han estado escondiendo durante miles de años los secretos de una civilización que fue capaz de desarrollar la primera gran industria metalúrgica documentada en Europa Occidental, rompiendo, ella solita, con buena parte de lo que creíamos saber sobre la Prehistoria en la península ibérica, aunque para hacerlo tuvo que esperar hasta el advenimiento de un nuevo milenio, el segundo después de Cristo, cuando un equipo de prehistoriadores dirigido por el Catedrático de Prehistoria de la Universidad de Huelva, Francisco Nocete (tristemente fallecido hace poco menos de un año) inició una serie de excavaciones sistemáticas que pronto revelaron la existencia de estructuras arquitectónicas de gran tamaño, restos de hornos metalúrgicos, moldes, crisoles, herramientas de fundición y toneladas de escoria y mineral que venían a revelar que Cabezo Juré no era un poblado cualquiera, sino una auténtica industria especializada en la fabricación cobre, con más de 5000 años de antigüedad, que funcionaba como un centro logístico, productivo y social, dotado de una estructura planificada, jerarquizada y sostenida en el tiempo al menos durante varios siglos. Pero será mejor ir por partes, que a veces la verdad también puede llegar a ser abrumadora...

Las primeras intervenciones arqueológicas en Cabezo Juré comenzaron en el año 2000, y se extendieron durante más de una década, con campañas sucesivas entre 2000 y 2013 durante las cuales el cerro fue desenterrando, capa a capa, una historia que contradecía todos los manuales. Las campañas más intensas se concentraron entre 2004 y 2005, y luego entre 2009 y 2013, cuando quedaron al descubierto talleres metalúrgicos, hornos, moldes, estructuras planificadas y miles de fragmentos de escoria y minerales de cobre. La dimensión industrial del hallazgo ya no podía pasar desapercibida: aquello no era un asentamiento agrícola en el que se fundían metales, sino que se trataba de una auténtica planta de producción metalúrgica en el III milenio a.C.

Una nueva arqueometalurgia

Para sustentar la teoría con argumentos sólidos, el prehistoriador y profesor de la Universidad de Huelva, Moisés Rodríguez Bayona, investigador del equipo de Nocete (MIDAS III Milenio A.N.E), asumió la tarea de profundizar en los restos metalúrgicos desde una perspectiva inédita hasta entonces en este contexto: la del análisis de laboratorio aplicado con rigor científico a la arqueometalurgia. Su investigación, basada en técnicas de caracterización química, mineralógica y metalográfica, ha permitido reconstruir los procesos tecnológicos practicados en el cerro hace más de 5.000 años con un nivel de detalle que desmonta por completo la idea de una metalurgia rudimentaria o marginal. La escoria encontrada, los hornos, los moldes, las toberas: todo formaba parte de una cadena operativa compleja que nada tenía de rudimentaria: “Cabezo Juré es uno de los asentamientos metalúrgicos más antiguos de la península Ibérica y, junto con el de Valencina de la Concepción, presenta uno de los contextos de producción metalúrgica más significativos de toda la prehistoria europea”, explica Rodríguez Bayona. La investigación, añade, “rompe con la tradicional interpretación que aseguraba que en la península la actividad metalúrgica o no existía o la importaron otros pueblos o era poco significativa en esas fechas. Dos mil años antes de que los fenicios estuvieran aquí, en Cabezo Juré ya se explotaban los recursos mineros y se desarrollaba una intensa actividad metalúrgica”.

Algunos hallazgos de Cabezo Juré.
Algunos hallazgos de Cabezo Juré. / Grupo MIDAS III Milenio A.N.E.
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La tesis doctoral de Rodríguez Bayona, junto al resto de publicaciones de los miembros del Grupo MIDAS al respecto, han situado el pequeño cerro alosnero en el mapa internacional de la metalurgia prehistórica. Hoy, el yacimiento se cita en investigaciones de referencia como uno de los ejemplos más tempranos y complejos de especialización productiva en Europa Occidental, pero Cabezo Juré también esconde una estructura sociopolítica más avanzada de lo que cabría esperar. De hecho, el yacimiento no puede explicarse como un fenómeno aislado, sino que forma parte de una estructura mucho más amplia, posiblemente controlada desde los grandes poblados del Valle del Guadalquivir, donde Valencina surge como una pieza más del mismo engranaje. Según la interpretación de Francisco Nocete, Cabezo Juré no se levanta por casualidad, sino que surge como un enclave estratégico concebido desde el poder. Planificado, explotado y sostenido desde fuera. Una especie de fábrica gigantesca, como explica Moisés Rodríguez: “se dedicaban solo a eso. No hay agricultura ni tampoco ganadería, sino que eran otros los que los mantenían para que ellos trabajasen el metal”. El análisis espacial del yacimiento refuerza esa lectura. La parte alta del cerro estaba fortificada. Allí se concentraban los hornos, los productos exóticos -como armas, joyas o marfiles- o las reservas de agua. Allí vivían los poderosos, como lo demuestran los numerosos restos de moluscos hallados, que debieron ser llevados especialmente para ellos desde la costa, situada a decenas de kilómetros al sur, mientras que la ladera estaba ocupada por la población ‘obrera’.

Moisés Rodríguez Bayona, en el laboratorio.
Moisés Rodríguez Bayona, en el laboratorio. / MG

Cabezo Juré se configuraba a través de múltiples áreas de procesamiento, con una distribución del espacio claramente destinada a dividir tareas entre diferentes sectores de la comunidad. Las pruebas, proporcionadas por los más de 100.000 restos que se han analizado, demuestran que la metalurgia en Huelva no fue un añadido cultural, sino una verdadera base económica que requería coordinación, gestión y control de recursos humanos y materiales. Lo que se configura en el yacimiento alosnero no es una aldea, ni siquiera un simple centro productivo, sino un enclave estratégico con una función económica clara, un dominio del espacio circundante y, posiblemente, vínculos con otras regiones. Esta imagen es la que desmonta el relato clásico de un suroeste marginal y lo sitúa como uno de los motores tecnológicos y sociales del continente, varios siglos antes de la aparición de Tarteso. De hecho, para Nocete, el modelo de control territorial y producción especializada que representa Cabezo Juré anticipa formas sociales que más tarde caracterizarán a otras culturas como la tartésica.

¿Redes comerciales en el mar?

El legado de Cabezo Juré no solo cambia lo que sabemos de la Prehistoria ibérica, sino también cómo lo sabemos. La combinación de excavación arqueológica, análisis científico y revisión crítica de los modelos interpretativos ha permitido que este yacimiento emerja como una pieza clave para comprender el origen de la industria, el comercio y la desigualdad social en Europa. Sin embargo, lo más asombroso está aún por desvelarse: ¿con quiénes comerciaban los habitantes de Cabezo Juré, o aquellos que controlaban su producción? Todo indica que no trabajaban solo para sí mismos. Los excedentes de cobre, su pureza y la logística desplegada sugieren que la factoría formaba parte de una red comercial muy amplia que abarcaba al menos los grandes centros territoriales de poder situados en el Valle del Guadalquivir, grandes poblados agrícolas que controlaban cientos y hasta miles de kilómetros cuadrados, con poblaciones que se contaban por miles y “cuyos excedentes productivos les permitían ese control”, expone Rodríguez Bayona. El metal, en forma de productos o lingotes (de los cuales hay bastantes en Cabezo Juré) “circulaba, sin duda”, y de hecho se han registrado piezas juntas envueltas en fibras vegetales, como si estuvieran preparadas para su transporte.

Aunque los registros materiales son escasos, algunos investigadores como Claudio Lozano Guerra-Librero apuntan a la existencia de rutas de intercambio atlánticas anteriores a la colonización fenicia: “Las sociedades del sur de la península ibérica fueron testigos de la presencia de tecnología de navegación avanzada”, dice Lozano, y de hecho plasmaron esa impresión en pinturas rupestres como las de Laja Alta, en Jimena (Cádiz), que pese a estar datadas entre el 4000 y el 3000 a.C. representan embarcaciones con vela y remo, desafiando así las teorías (otras de esas ‘verdades incuestionables’) que suponían que las habilidades de navegación y construcción naval correspondían exclusivamente a culturas posteriores como la fenicia. Ya hay, de hecho, propuestas que creen muy posible el paso del Estrecho por parte de neandertales, “tal y como hicieron otras especies de homínidos, por ejemplo, en la Isla de Flores, en Indonesia, hace miles de años”, explica Moisés Rodríguez.

Escenas de embarcaciones en las pinturas rupestres de Laja Alta (Cádiz).
Escenas de embarcaciones en las pinturas rupestres de Laja Alta (Cádiz). / Erasmo Fenoy Núñez

La existencia de estas imágenes, junto con hallazgos de productos exóticos en contextos arqueológicos del sur peninsular permiten inferir la existencia de una red de comercio marítimo de larga distancia, activa al menos desde el III milenio a.C. En Cabezo Juré se ha constatado la presencia de materias primas que circularon más de 400 kilómetros, como las hojas de caliza oolítica silicificada, y tanto allí como en Santa Rita (en el Algarve portugués) o Valencina, el Grupo MIDAS ha documentado, además, elementos como el oro, la variscita, el marfil, el ámbar, los huevos de avestruz o el cinabrio, lo que demuestra, asegura Rodríguez, que “las rutas y los medios de circulación de productos a larga distancia ya existían en la época de Cabezo Juré”.

El trabajo que se inició en Alosno aún no ha terminado; al contrario, más bien acaba de empezar y se extiende a otros yacimientos prehistóricos como los de Valencina, Santa Rita y varios más en el territorio del Andévalo onubense, como La Junta de los Ríos (un poblado dedicado al control estratégico del territorio, coetáneo a Cabezo Juré), Cabezas del Pasto o El Charco de las Herrerías. Es probable que Cabezo Juré todavía oculte claves sobre cómo se organizaban, qué creencias tenían o con qué otras culturas mantenían contacto aquellos avanzados habitantes del suroeste. Lo que sí está claro, lo que ya se sabe, es que la historia del metal en Occidente no empieza en el Egeo ni en el Próximo Oriente, sino que arranca aquí mismo, en la tierra áspera y roja del Andévalo onubense. El lugar donde, como pasa siempre con las verdades más incómodas, probablemente nadie lo esperaba.

Francisco Nocete.
Francisco Nocete.

Francisco Nocete, una mente “combativa” y brillante de la arqueología

Durante más de tres décadas, Francisco Nocete fue una de las voces más lúcidas -y también más combativa- de la arqueología española. Nacido en Fuente-Tójar (Córdoba) en 1960, forjó una trayectoria tan precoz como contundente: Premio Nacional de Terminación de Estudios, doctor en Prehistoria por la Universidad de Granada, catedrático con solo 37 años y fundador del influyente grupo de investigación MIDAS III MILENIO en la Universidad de Huelva. Su obra estuvo guiada por una convicción clara: que la arqueología no debía limitarse a describir objetos, sino a explicar las estructuras de dominación que los produjeron. A partir de esa mirada materialista, impulsó investigaciones sobre el origen de la desigualdad social, la minería prehistórica, la circulación de materias primas y la formación del Estado en la península Ibérica. Desde Huelva lideró proyectos internacionales como ODIEL o ARQ-EXT, y publicó decenas de trabajos en las principales revistas científicas del mundo. Su lectura del yacimiento de Cabezo Juré como enclave especializado, jerarquizado y dependiente de centros de poder mayores supuso una de sus contribuciones más rotundas, al poner en entredicho los modelos tradicionales sobre la Prehistoria peninsular. Pero Nocete fue también un maestro. Quienes trabajaron con él destacan su capacidad para generar comunidad, su entrega a la docencia y su empeño por difundir el conocimiento más allá de los círculos académicos. Falleció en septiembre de 2024, a los 63 años, dejando una obra incompleta, pero también una manera de hacer arqueología que cambió la disciplina.

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