El bar La Placeta
Historia menuda
Por las mañanas, el olor a café recién molido inunda el local y los cafés y las tostadas son pedidos por los clientes l El bar La Placeta tenía, y tiene, montado un buen servicio a domicilio
EN la antigua Placeta de los Mercaderes, trozo de calle que partiendo a la altura de la iglesia de la Concepción alcanzaba la calle Marina y cuyo nombre le provenía de que allí se situó desde tiempo inmemorial, y hasta diciembre de 1866 el mercado a cielo raso de Huelva, se abre un establecimiento que ha tomado su nombre de parte de la desaparecida denominación del lugar donde se ubica. Nos referimos al bar La Placeta. Pero, vayamos a los orígenes.
El primer titular del bar que historiamos fue Isidoro Oliveros Martínez, nacido en el simpático barrio de San Sebastián en 1930. Como en su casa había muchas bocas que alimentar, a los catorce años de edad empieza a trabajar de aprendiz. Y como era despierto, servicial y trabajador, años después desempeñaba el cometido de camarero en el célebre bar Telefónicas y, más tarde, en otro no menos popular establecimiento de bebidas, el Astoria, ambos bares se situaban en la misma Placeta. Los treinta años que estuvo en los citados bares hicieron que adquiriese una formación y que pensase en instalar un negocio propio. Inició la búsqueda de un local y a las pocas semanas se encontró con uno pequeño que podría servirle inicialmente. En él había tenido su negocio de ferretería, a lo largo de varias décadas, Bonifacio Navarro. El local le costó al matrimonio veintidós mil pesetas, que pagaron en diversas mensualidades. Lo prepararon adecuadamente y el día 5 de octubre de 1965, procedió a su inauguración, en un año tan rico en aguaceros que la zona se inundó en diversas ocasiones, incluida la sede del diario Odiel (situada frente al bar que historiamos), donde se suspendió la tirada de ejemplares de aquellos días, ante los corto circuitos que se producían al ponerse en contacto las máquinas con el agua. Tenía como inconveniente sus pequeñas dimensiones pero, en contrapartida, estaba en uno de los sitios más céntricos de la ciudad, la histórica Placeta de los Mercaderes. Estos propietarios, con su carácter amable le daban categoría al bar porque, sin dejar de ser serviciales, guardaban las debidas distancias con la clientela.
También, como hemos citado, desde los primeros instantes el negocio comenzó a funcionar perfectamente por su ubicación. Así, por la Placeta discurrían los numerosos provincianos que se acercaban a la capital, a través de la Empresa Damas o de las líneas férreas de Sevilla o de Zafra, a resolver los numerosos trámites administrativos en las diversas delegaciones. Otro atractivo que determinaba que la clientela del bar aumentase día a día era la suerte que tuvo Isidoro de contar con su esposa, Ana Hierro Garrido, excepcional cocinera que supo elevar a un rango muy alto las dos especialidades de la casa: las deliciosas espinacas con garbanzos y el no menos famoso atún al ajillo. En este sentido, añadamos que desde que abrió este singular bar, el establecimiento siempre ha apostado por la cocina tradicional de Huelva, los incomparables guisos huelvanos… Así, cuando un provinciano regresaba a su pueblo y decía, en la tertulia del Casino de Punta Umbría o Nerva, que había estado en Huelva y degustado el atún en ajillo, los demás aseveraban con la cabeza coincidiendo en que también se habían personado por La Placeta y había saboreado con gran placer la misma tapa. También eran célebres los chocos en salsa verde y las tortillas de patatas, que en el devaneo que el tiempo le da a los precios, comenzaron a venderlas a veinticinco pesetas la unidad, en el año 1980 costaba cuatrocientas y así fue subiendo hasta alcanzar más de quinientas de aquellas pesetas. Ahora, valía la pena degustarla y pagar por ella esos precios, ya que en la elaboración entraban doce huevos, patatas y aceite de la mejor calidad, etc... Estas tortillas, no faltaron, durante muchos años, en las recepciones que organizaban los Almacenes Arcos con motivo de la presentación del Trofeo Colombino. También eran solicitadas para los ágapes que preparaba Nuevas Galerías. ¡Ah!, nuestro buen amigo, Rafael Prada Sierra, cliente de este bar desde hace muchos lustros, y su hermano Pepe, proclaman sin timidez en las páginas del diario Huelva Información que una de las mejores carnes con tomate de la capital es preparada allí.
Por las mañanas, el olor a café recién molido inunda el local, y los cafés y las tostadas son pedidos por los clientes y servidos por los hermanos Olivero a ritmo frenético…
Otros clientes del bar que historiamos y que convertían La Placeta en una verdadera delicia en los años sesenta y setenta eran los tratantes de ganados y, naturalmente, la riada de ciudadanos de Huelva que tenían que resolver sus cuitas en el centro, los oficinistas, funcionarios y comerciantes que había alrededor del negocio. El bar La Placeta tenía, y tiene, montado un buen servicio a domicilio, que le permitía servir rápidamente cuantos encargos se les solicitara a través de su teléfono. Así, a partir de las tres de la tarde, hora que comenzaba la redacción del diario Odiel, los reporteros comenzaba a pedirles café todo el personal del periódico, sobre todo Antonio Márquez Millán, jefe de máquina y excelente amigo de Isidoro, hasta las 02:00 o 02:30, hora en que el negocio cerraba sus puertas. De esta forma, Antonio Octavio Sánchez, Antonio Gallardo Sánchez, José Mª Segovia Azcárate, eran clientes archiconocidos de este bar. Podemos añadir que a lo largo de quince años fue viñeta habitual ver como el servicial Isidoro les acercaba estos cafelitos a los periodistas. Esta costumbre inveterada se cortó cuando tuvo que realizar el servicio militar el hijo de Isidoro.
En la actualidad, la clientela que sigue acudiendo con gran fidelidad a este bar es de clase media y en tan gran número que, como el establecimiento tiene unas medidas muy pequeñas, se ve precisada a salir del bar para poder hacer la consumición habitual, pero eso sí, con el desahogo que permite que sea una calle semipeatonal.
Se puede afirmar que por el bar La Placeta ha desfilado lo más selecto de la sociedad huelvana y también otras de popularidad nacional. Así, una visita conocida fue la de Paco García, el cantante. Como la hora de apertura era a las 6 y pico de la mañana, por él se dejaron ver personajes de mañana como Paco Toronjo, que se dejaba caer con un fandango mañanero que alegraba el alma a la parroquia; El Niño Miguel, que llenaba el aire del local de alegres arpegios… Un caso curioso fue el del político, Alfonso Guerra. En una ocasión vino a presentar el libro Condado de Niebla al Centro de Instrucción Comercial que se encontraba fronterizo al bar. Y de improviso, pidió disculpas a todos los comensales y, ante el asombro de sus correligionarios e intelectuales, se fue a desayunar a La Placeta.
A la pregunta que le hizo Isidoro Oliveros, de qué iba a tomar, contestó sonriendo:
-- "Quiero un manchaíto con una torta de aceite, que es lo que suelo tomar. Yo no desayuno ni chocolate, ni pasteles ni nada de lo que me han preparado…".
Tras dejar el negocio Isidoro Olivero, tomaron el relevo sus hijos, Macedonio e Isidoro cuyos espíritus activo y emprendedor les han permitido sostener la importancia que este bar alcanzó bajo la iniciativa (esmerado servicio, buenas tapas y limpieza del local) y organización de su padre.
La decoración del bar La Placeta seguía las mismas directrices que las de los bares de su categoría. Había, no obstante, algo que no tenían los demás establecimientos de bebidas: una imagen de la Virgen de Santa Eulalia. De ahí, que en nuestra Sierra, la mayoría le diera a este local el nombre de bar Almonaster.
Cerraron sus puertas los bares Astoria y La Estrella, se trasladó a otros lares el Centro de Instrucción Comercial y los simpáticos bares El Alba y Casa Miguel; el centenario Mercado del Carmen oteó nuevos horizontes…
Afirmamos con cierto sentimiento que lo genuino, lo choquero, lo tradicional de Huelva desaparece lenta, lenta, lentamente…, pero tiene en el bar La Placeta uno de sus últimos bastiones. Que sea por muchos años.
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