Aurelio de Vega, abanderado de los cronistas rurales

Desde pequeño yo lo veía como una especie de explorador de tierras cercanas, algo así como un Cristóbal Colón de barrio

Aurelio de Vega.
Aurelio de Vega. / M.G.
Luis de Vega
- Periodista y sobrino de Aurelio de Vega

Huelva, 05 de agosto 2025 - 20:08

La sabiduría y la experiencia que solo se acaba de bruñir con la vejez han sido los pilares que han sostenido hasta el final al periodista y maestro Aurelio de Vega (Cáceres 1934-Huelva 2025). La larga saga de los De Vega ha perdido a su actual patriarca en Huelva. De Vega, de 91 años, fue uno más de los principales eslabones de una familia que, hace más de seis décadas, empezó a descender desde Extremadura para quedarse. Sus padres, Jacinto (1901-1987), leonés, y Aurelia (1900-1993), burgalesa, encontraron aquí también su destino definitivo. Cuatro de sus seis hijos, entre ellos mi padre, el traumatólogo Teodoro de Vega, acabaron asimismo echando raíces en tierras onubenses. Forman parte, junto a otros integrantes de la familia, de una prolija nómina en ámbitos tan diversos como la educación y la enseñanza, la medicina, la comunicación y el periodismo, la industria o la abogacía. Para Aurelio, en particular, La Sierra y el Andévalo pronto se convirtieron en su vía de escape.

Desde pequeño yo lo veía como una especie de explorador de tierras cercanas, algo así como un Cristóbal Colón de barrio. Una figura que, con los años, me he ido dando cuenta de que es tremendamente necesaria en un mundo cada vez más pequeño, global y accesible. De Vega trillaba carreteras secundarias de asfalto desgastado y poco familiares para la mayoría para descubrirnos rincones que, sin embargo, apenas distan de donde habitamos. Me recuerda a esas imágenes captadas por Cristina García Rodero y publicadas en esa obra cumbre de la fotografía que es La España Oculta que arroja luz sobre ritos y tradiciones que tienen lugar en pueblos de nuestro entorno más próximo.

Aurelio de Vega conversaba con vecinos en busca de la historia de cada casa, de cada calle, de cada iglesia y de cada promontorio. Era el recurso necesario mucho antes de que nos asaltara Google. “Vete al bar Javier de Corteconcepción a comer carne”, me recomendó cuando, siendo yo poco más que un adolescente más tieso que la mojama, le dije que necesitaba sorprender a unos colegas con un lugar bueno y barato.

Aurelio de Vega recibiendo un premio.
Aurelio de Vega recibiendo un premio. / M.G.

La tradición ultralocal era el objetivo de sus miles de kilómetros acompañado de su inseparable escudera, Juanita. Aparcar por imposición de la edad su último rocinante, el Volvo, abrió una herida difícil de cicatrizar entre mi tío y la Sierra y el Andévalo. Esas tierras altas onubenses que en los años sesenta del pasado siglo acogieron sus primeras cabalgadas tras asentarse en Andalucía pronto dejaron de ser feudos de adopción para ser abrazadas en una indisoluble comunión. Prueba de ello son libros como La Sierra de Huelva, hitos y tradiciones; La Sierra de Huelva, itinerarios o El Andévalo y sus pueblos, itinerarios, junto a decenas de artículos y columnas periodísticas.

Así lo refleja en uno de sus escritos: “En mis años de corresponsal o colaborador de Prensa y Radio solía decir que `un viaje sin crónica es viaje perdido...´. El periodista encuentra en cada pueblo, en cada acción, en cada sitio o actos a los que asiste, un motivo para informar, para decir algo a los demás, para contarlo, en suma”. Ni siquiera el hachazo del cáncer de laringe que sesgó para siempre sus cuerdas vocales acabó con su impulso comunicativo. Se plantó el estigma por montera y fundó una asociación para laringectomizados que sirvió de ayuda para que otros afectados no acabaran excluidos de la sociedad.

Siempre esperaba la vuelta de mis viajes y de mis coberturas. Sabía preguntar, pero también -y es igual de importante- escuchar. Le interesaba todo, desde el funcionamiento interno del periódico a la manera moderna de enviar las crónicas a la sombra de la revolución digital del periodismo online. Y con frecuencia la comparaba con sus tiempos en Radio Nacional de España o el diario Pueblo o sus colaboraciones con Odiel y Huelva Información. O, incluso, con la época en la que Jacinto, su padre, ocupó el cargo de redactor jefe del diario Extremadura antes de empezar a traer hijos al mundo hace casi un siglo.

Así es como las guerras de Irak, Ucrania o Palestina acababan de la mano de sus crónicas escritas en Almonaster u otros rincones de nuestra Huelva. Siempre me fascinó su ahínco por defender y promocionar la información de corta distancia y la figura del corresponsal de pueblo. De hecho, en su tesis doctoral, forjada ya superados los 70 años, cobra protagonismo el cronista rural, el reportero de esas localidades serranas que él tanto frecuentó.

Ha sido inevitable no rememorar estos días la muerte de mi padre, el traumatólogo Teodoro de Vega, hace ya 23 años. Ninguno de los dos hermanos se ha ido por sorpresa, pero, igualmente, cuesta asumir el vacío. Me quedo con la sonrisa casi póstuma de mi tío Aurelio, sacando fuerzas de los rescoldos, rodeado de algunos de sus más próximos al pie de la cama, cuando le he contado el último chiste a mi regreso de Jerusalén. Ese gesto postrero reconforta y me acompañará siempre, como la hoja del periódico con la última crónica que yo había escrito y que mi padre no leyó pero que deslicé en su féretro instantes antes del último adiós.

stats