Diego tiene 22 años y una vitalidad arrolladora. Y algunos dirán, tan joven y árbitro... Pues sí. Todo surgió hace cuatro años, cuando acompañó a su hermano a jugar un partido de fútbol 7 y descubrió que el chico que pitaba el encuentro tenía su edad. "Estuve hablando con él, me dijo que lo hacía para sacarse unas pelas los fines de semana y me animé". Fue al Colegio de Árbitros, hizo un curso de un mes y se lanzó a los campos de la provincia. "Primero empecé arbitrando a partidos de niños pequeños. Tras cuatro exámenes de ascenso, ahora juego en Regional Preferente y gano un dinerito".

Además, le ha cogido el gusto a esto de arbitrar partidos y ahora no sólo lo hace por dinero, sino por pura afición. Nunca ha tenido problemas más allá "de los típicos insultos, pero nunca me han pegado". Claro que Diego cuenta con una gran ventaja: "He sido jugador durante muchos años, por lo que tengo amigos en casi todos los equipos a los que arbitro en Huelva". Para afrontar con paciencia los improperios que le arrojan desde las gradas, el truco está "en que me vuelvo sordo con todo lo que venga de fuera del campo". Asegura que "mis padres nunca van a verme pitar; mi padre tiene mucho temperamento y es capaz de darle una torta a uno que se meta conmigo", apostilla con guasa.

Lo mejor de todo es que el arbitraje le resta poco tiempo (relativamente, claro) y le permite realizar su carrera de Magisterio por Educación Física por la mañanas y opositar a Policía Local por las tardes. Si tuviera que elegir, "me quedaría con lo de ser policía; es una forma de ser funcionario y de poner orden entre los niñatos, a los que no soporto". Así que en el futuro más próximo se ve como agente de la ley patrullando por las calles de la capital.

En sus ratos libres, y eso que el tiempo no es precisamente lo que le sobra, adora jugar al fútbol con sus amigos, salir de marcha por los bares y escaparse "a mi pueblo, Rosal de la Frontera, en el que me gusta pasar el mayor tiempo posible".