La alegría de vivir
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Con cierto retraso nos llega esta película francesa, una nacionalidad poco frecuente en nuestra cartelera comercial, lamentando que los espectadores de la capital no puedan verla, so pena de que quieran desplazarse a Punta Umbría, donde podrán admirar un film interesante y en cierto modo encantador. Merece la pena aunque sólo sea por contemplar los deliciosos lugares de la Provenza, esos que cuando uno se acerca a Arles, Marsella y Cannes, le advierten que son los paisajes que pintó Paul Cézanne y Vincent Van Gogh. Pero en esta historia hay más, mucho más: "le joie de vivre", la alegría de vivir que dicen los franceses.
Efectivamente Un verano en la Provenza, película que el espectador disfrutará con agrado, sin ser nada excepcional ni, por supuesto, original, propende al deleite sobre todo por el ambiente que retrata y el paisaje que nos depara, a lo que habría que añadir el detalle gastronómico tan propio de la cinematografía francesa y de su peculiar "chauvinismo". Pero, además, es una invitación a algo que tanto se olvida en ese ámbito paisajístico y es la conservación de un entorno que los franceses han sabido preservar de manera ideal, como se pone de manifiesto en el film y que, incluso, se exalta en el título español, ya que en el original, como pueden comprobar, es El hijo del tendero.
Eric Guirado, el director, poco conocido en España, ni siquiera por su primera obra, Quand tu descendras du ciel (2002), que no llegó a estrenarse en España, ha aprovechado su película para enaltecer los valores propios -los paisajes, las gentes, la visión documental de un entorno encantador- y para alejar de las opiniones esa sensación ingrata de la dureza de la vida campesina y los conflictos entre la vida rural y la ciudadana. La figura del joven con el peso de las impaciencias y el talante que imponen las grandes urbes, es el contrapunto exacto para calibrar las intenciones del realizador. Bien es verdad que en estos lugares abundan más las personas mayores, pero resultan gentes amables y acogedoras.
La película disfruta de ese "charme" tan habitual en el cine francés que desgrana con sencillez las historias y nos presenta personajes bien definidos. Como en este caso estamos ante un producto de factura correcta, sensible, humana, costumbrista y amable. Un trabajo que parece inspirado en el maestro Jean Becker, con una clara inclinación humanística que siempre es de agradecer. Lo dicho: no es gran cosa, pero gusta y deja un grato sabor o un fragante perfume de la Provenza.
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