Una aguda conversación entre amigos delante de un puesto de melones en el Mercado del Carmen

Crónicas de Otra Huelva

Utiliza Ponce Bernal el sarcasmo para criticar a las personas que con su petulancia paseaban por las calles de la ciudad dándoselas ridículamente de lo que no eran

Un llamamiento universal contra la guerra

Antiguo Mercado del Carmen.
Antiguo Mercado del Carmen. / H.I.
José Ponce Bernal / Felicidad Mendoza Ponce

Huelva, 24 de junio 2024 - 05:00

La Introducción

CONVERSACIONES

Matar el tiempo” criticando

Venimos comprobando con la lectura de los artículos cómo era el periodista, su estilo y su manera de ver la vida. Gracias a ellos pudimos desvelar la esencia de su pensamiento, su rebeldía y practicidad. Tenía, por otro lado, un gran sentido del humor, era bromista y en sus escritos encuentra sitio el sarcasmo y acomodo la ironía. Se reía también de sí mismo, algo muy sano, por cierto. Estos aspectos destacaban de forma amplia en el artículo que publicamos hace poco sobre el encuentro que tuvo con el concejal Pérez, por ejemplo.

Las bajezas y noblezas del ser humano estaban siempre presentes en sus escritos. El proceder de las personas les llevaba a su irremediable destino, por acción u omisión, justa o injustamente. Miraba en el interior de las personas y se preguntaba por su modo de actuar. Le gustaba comparar acciones, actitudes, las analizaba y las criticaba. Intentaba describir el carácter de las gentes según su posición en la vida y actuaba con sentido moralista para conducir a sus lectores hacia sus propias convicciones.

El artículo que presentamos hoy responde a ese estilo irónico y sarcástico que utilizaba para dibujar a ciertos personajes de la vida social de la Huelva de entonces, esos que se paseaban por las calles de la ciudad con aires de grandeza, aparentando lo que no eran, destacando, de este modo, su ridícula existencia. La definición del ser petulante, ni más ni menos, término que utiliza hasta dos veces en este texto. Tendremos ocasión de analizar muchos en los que muestra verdadero desprecio por este tipo de individuos que, para él, no hacen más que daño a la reputación de la sociedad. No pensemos que se trataba de una fauna propia, autóctona. En cada ciudad, en cada pueblo habitan. Sí puede haber singularidades que distinguen.

Así, a propósito de una conversación vulgar, de esas para “matar el tiempo”, que dijo haber mantenido en el Mercado del Carmen de la capital con un amigo, aprovechaba la imagen que presentaba un puesto de melones para construir sus mordaces metáforas. Apuntaba que no estaban todos los que verdaderamente había, comparando personajes que tenía en su mente con melones: “Aquí falta -decía- toda una serie”.

Hora, las nueve de la mañana de ayer; lugar de acción: el Mercado del Carmen, que todavía sigue en el mismo reducido sitio. Personajes: el amigo y el periodista.

Ya está expuesto el tinglado; el telón se levanta y la charla, el diálogo surge. Es una charla, un diálogo vulgar, de esos que no tienen más finalidad que “matar el tiempo” cuando se siente la fiebre de acabar con las horas tediosas que parece tienen empeño terco en hacerse más duraderas, como si hubiesen dado en el secreto de hacerse con una elasticidad absurda.

Estamos ante uno de esos montones de melones que, ya hace muchos años, son una nota en el Mercado a partir de la segunda decena de Agosto y durante el siguiente mes. Hay unos frutos hermosos, que se brindan con cierta tentación, invitando a clavar en ellos el cuchillo y hacerlos a tajadas para ser devorados con fruición.

-¿Has visto cuántos melones?

-Sí, muchos; pero sospecho que no están todos.

-¡Ah, claro! Aquí falta toda “una serie”.

-Como que si no iban a ir tan sueltecitos por las calles. ¡Y hay que verlos! Petulantes, siempre con aire de suficiencia exagerada, dándose una importancia de personajes de primera fila.

-Sí hombre; es un sector muy interesante este de los “melones ambulantes”. Gentezuela pobre de espíritu que no sabe sino de una intransigencia mayúscula con los demás.

En su cortedad viven una soberbia despreciable; no saben, o se empeñan en no quererlo saber que su gesto de “hombres importantes” resulta grotesco a más no poder…

-¿No te parece que no merecen ni este comentario?

El hombre del puesto de melones acaba de abrir uno panzudo, de carne ligeramente rosada y de olor riquísimo. Nos brinda un tajo. Es delicioso. Mi amigo me mira fijamente y apenas ha terminado, goloso, con el primer bocado, me dice:

-¿Verdad que esto vale más, mucho más, que toda esa serie de “melones petulantes” que deambulan por ahí?

BLANQUI-AZUL

Diario de Huelva, 8 de octubre de 1930

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