War Room

El correcto uso de las emociones en política

War Room: El correcto uso de las emociones en política

Las emociones en el discurso político ¿están de moda o de capa caída? El debate está servido entre quienes piensan que son imprescindibles para conectar con los electores y quienes opinan que están sobrevaloradas y su abuso conlleva un empobrecimiento del lenguaje y del pensamiento crítico.

Una de las características principales de la comunicación de los políticos es la persuasión, entendida como la intención consciente de cambiar la conducta de individuos o grupos, influir en su forma de pensar y moverlos a la acción. En ese sentido, la comunicación que despliegan los políticos tiene muchos puntos en común con la de publicistas, vendedores, negociadores empresariales o miembros de sectas. Se trata de tener en cuenta los estados de ánimo de los electorales para conectar con ellos y convencer.

El marketing político actual posiciona a las emociones como elemento central del discurso político. Emocionar es el nuevo mantra de la comunicación política… al menos en la última década. En estos años, Donald Trump ha representado uno de los exponentes más sobresalientes en la utilización de recursos discursivos empleados con el fin de “eludir los procesos racionales conscientes y funcionar con eficacia en el nivel inconsciente”, a juicio de la experta en comunicación Estrella Montolío. En su opinión el presidente “ha señalado un camino poco ético en el campo de la comunicación política, empleando los mismos trucos que los vendedores”.

Los excesos de Donald Trump, no obstante, no debieran denostar la capacidad de influencia que se puede ejercer a través de la comunicación persuasiva y su efecto positivo sobre la confianza y la credibilidad, tan necesarios en la política.

En medio de un ciclo en el que han predominado las narrativas y los relatos emocionales, la argumentación racional parece que se abre paso, al menos para equilibrar los discursos. Según vaticinan algunos expertos, en los próximos años veremos a nuevos liderazgos políticos que combinen el cerebro y las vísceras en sus discursos, propiciando un debate ideológico más propositivo y realista frente al eminentemente emocional que encarnan figuras como Trump, Bolsonaro, López Obrador o Viktor Orbán.

Los discursos del odio son el ejemplo más analizado por los expertos y los medios de comunicación, pero el triunfo de las emociones “no tiene por qué ser algo negativo”, según el periodista Julio Otero Santamaría. “La esperanza, la solidaridad y el amor también se han visto capaces de movilizar a la población y el político más sabio es aquel que sabe gestionar las emociones”, argumenta.

Otero Santamaría dirige el podcast El Atril, en el que ha reunido a tres expertos en comunicación política que plantean diferentes posicionamientos con respecto al uso de las emociones en los discursos.

Pensamos lo que sentimos

Antoni Gutiérrez Rubí, autor del libro Gestionar las emociones políticas, afirma que “la gente piensa lo que siente y, por tanto, entender los sentimientos, las emociones y los estados de ánimo es entender lo que están pensando”. A juicio de este experto, existe un gran desconocimiento de neurociencia y en neurocomunicación en la vida política española e internacional, de ahí que durante mucho tiempo se hayan despreciado y ridiculizado a las emociones, considerándolas un capital cognitivo de segunda.

Las emociones, sin embargo, tienen tres características que las convierten en “imprescindibles” para la acción política: crean pensamiento, conmueven y movilizan. Esto significa que los retos a los que hoy se enfrenta la política necesita de personas “sensibles, comprometidas y en acción”.

Conocer esas emociones va a permitir, además, detectar información que subyace y que ni siquiera las encuestas son capaces de sacar a la luz. En ese sentido, Gutiérrez Rubí aboga por “una lectura auténtica y una mirada sin prejuicios a las emociones de los electores porque nos pueden dar muchas pistas que a veces están por debajo del radar y son muy reveladoras de las necesidades de las personas”.

La sicología social y la neurociencia pueden realizar importantes aportaciones a la política, entre ellas entender cómo funcionan el cerebro y las relaciones humanas. Para el autor de Gestionar las emociones en política, este conocimiento es “un antídoto contra la tecnocracia y la soberbia que a veces se tiene desde la gestión política. En la medida en que se comprende al destinatario de las políticas públicas se puede servir mejor”.

En una posición intermedia con respecto a las emociones en el discurso político se encuentra el también experto Tony Aira, autor del libro La política de las emociones. Este autor defiende que las emociones hay que ponerlas “en su justo lugar”. “El discurso muy emocional ha vivido un momento álgido en los últimos años. Ahora, el contexto de pandemia nos ha alertado de que discurso emocional no puede ser todo; hace falta raciocinio y gestión”.

Las emociones positivas también tienen el poder de movilizar y siguen estando de moda, pero a juicio de Aira, “las expectativas son como las dosis en medicina: si te pasas y exageras en la generación de expectativas, éstas terminan perjudicando al liderazgo, a la política en general y a la percepción ciudadana”.

El tercer vértice de este triángulo lo sostiene Manuel Bermúdez, experto en oratoria, quien se muestra mucho más crítico con la utilización de las emociones. “Cuando se empobrece el discurso político y se apela en exclusiva a las emociones se consigue ampliar el abanico y llegar a un mayor número de personas. Sin embargo, disminuye la capacidad crítica, de análisis y de argumentación, y cedemos ante aquel que se muestre más persuasivo”. Esto significa, en palabras de Bermúdez que “si pensamos como hablamos, y hablamos de forma más emotiva y estrecha y menos racional, acabaremos pensando así”.

“Tenemos casos graves de millones de personas que defienden a partidos políticos que van contra de sus propios intereses simplemente porque han caído víctimas de un discurso muy emotivo y edulcorado que les calado hasta el tuétano”, sentencia Manuel Bermúdez.

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