War Room

Discursos leídos que parecen improvisados

  • El hablar en público y hacerlo con la estrategia adecuada es uno de los objetivos de cualquier líder para hacer efectivo el mensaje que desea transmitir y hay muchas técnicas para llevarlo a cabo

War Room: Discursos leídos que parecen improvisados

John F. Kennedy está considerado como la primera estrella de la televisión. Tan natural era en sus intervenciones que pareciera que improvisaba. De haber pronunciado un discurso hoy, en tiempos del teleprompter, nadie pensaría que el presidente estuviera leyendo el texto. Para adquirir esa naturalidad sólo hay un secreto: el ensayo.

Grandes oradores han pronunciado sus discursos leyendo. Lo que marca la diferencia es que hacen de ello un arte. Otros presidentes de EEUU como Ronald Reagan, Bill Clinton y Barack Obama, o curtidos disertadores como Adolf Hitler, Joseph Goebbels y Fidel Castro, han mostrado una extraordinaria capacidad en la tribuna. Y lo hacían con tanta naturalidad porque ensayaban previamente hasta lograr transmitir y conectar con el público como los actores en un escenario.

Leer como si se estuviera hablando. Esa es la clave de bóveda para que un discurso alcance la excelencia. Y tal maestría se adquiere con el ensayo y la práctica. El entrenamiento puede realizar en soledad o con audiencia; grabado con una cámara o frente al espejo. Lo importante es ensayar, y cuanto más, mejor, hasta para los oradores más experimentados. Generalmente, tras extraordinarias intervenciones suele haber detrás intensas horas de trabajo, mientras que, por regla general, quienes se consideran sobradamente preparados son aquellos que más suelen necesitar del aprendizaje y la dedicación previa antes de ponerse delante de un micrófono.

El debate televisivo entre Kennedy y Nixon es un hito de la comunicación política. El debate televisivo entre Kennedy y Nixon es un hito de la comunicación política.

El debate televisivo entre Kennedy y Nixon es un hito de la comunicación política.

La lectura de un discurso se asemeja a una puesta en escena por parte de un actor, y como si de una obra de teatro se tratara, debe transmitir emociones y evocar sensaciones a través de los gestos, los movimientos corporales, las inflexiones de voz o las pausas. Existen diferentes métodos para trabajar esa escenificación. Uno de los mejores oradores de todos los tiempos, Winston Churchill, formuló la teoría de las 3P de la oratoria, según recoge el libro Consultoría Política: pose, pronunciación y pausa.

Para el político británico, variar la pose significaba mejorar la exposición con el lenguaje no verbal, logrando que el cuerpo sea una extensión de la voz y enriqueciendo el repertorio de gestos. Se trata, en definitiva, de saber moverse en el atril, utilizando magistralmente las manos, los pasos y los giros de la mirada, transmitiendo ánimo y energía.

El propósito de variar la pronunciación es poner emoción en la exposición. Para ello el orador se ayuda de la entonación, el énfasis en determinadas palabras, la vocalización y las inflexiones de voz. Para matar el aburrimiento de la audiencia conviene variar el ritmo y el volumen, alzando la voz, y acelerando y desacelerando para imprimir ritmo y musicalidad a las palabras.

No olvidar la pausa es esencial en los discursos, algo difícil por el miedo que los oradores sienten al silencio. Los segundos en vacío les parecen una eternidad y, sin embargo, son necesarios para que la audiencia pueda asimilar el mensaje. Es, además, una fórmula extraordinariamente útil de generar expectación, atraer la atención, enfatizar las palabras y buscar el aplauso.

Winston Churchill estudiaba sus poses en cada una de sus apariciones. Winston Churchill estudiaba sus poses en cada una de sus apariciones.

Winston Churchill estudiaba sus poses en cada una de sus apariciones.

Esta forma de puesta en escena del discurso puede suponer una garantía de éxito siempre que se cumplan dos premisas: un mensaje persuasivo y un trabajo previo. El ensayo no tiene por objetivo aprenderse un texto de memoria, algo que ocurrirá de manera natural. La interiorización del discurso propiciado por la práctica es lo que permite el manejo del lenguaje no verbal, las inflexiones de la voz y el dominio de las pausas. Además, se estará mucho más preparado para afrontar cualquier tipo de imprevisto.

Persuadir y convencer

De igual manera, nada de esto tendrá sentido si lo que el orador está contándole a su público no está a la altura. En cuanto a los aspectos formales, y en tanto que es un texto para ser pronunciado en voz alta, debe ser sencillo de leer, con palabras fáciles de pronunciar y con frases claras y decodificables sin ningún tipo de esfuerzo intelectual.

Porque, el objetivo de todo buen discurso no es quedar bien ante la audiencia ni pronunciar unas bellas palabras que entretengan al público. Un discurso ha de ser comprensible, creíble y memorable para, posteriormente, persuadir y convencer. Y ello se consigue penetrando en el corazón, pero también el cerebro de las personas.

Para el experto en discursos y liderazgo Yago de Marta, convencer es “contarle una historia a una persona mejor de la que le estaban contando. No consiste en bonitas frases, sino en que cada frase sea una imagen”.

Actualmente, muchos de los discursos políticos contienen un alto voltaje emocional en contra de la opinión de muchos expertos que alertan del peligro de centrarse en la importancia de las emociones. “Emocionar por emocionar sólo lleva a que te pegues contra un muro”, opina Yago de Marta. A su juicio, el objetivo debe ser “que te entiendan, te crean y te recuerden. Si eso es así, el mensaje entra en el cerebro y se va a quedar allí”.

En otras palaras el fin de un discurso no es que el público se emocione, sino que sea capaz de ver y sentir lo mismo que el orador. La obra Consultoría Política abunda sobre este aspecto: “el orador debe centrarse en la definición de las imágenes y en su profundidad, y no en intentar emocionar. Si ven lo que quiere que vean se emocionarán, pero ése es un objetivo secundario”.

Para lograr un discurso memorable, que sea creíble y que convenza, De Marta ofrece siete consejos para hablar en público: 1. Visualiza a tu público; 2. Cuida las palabras que utilices; 3. Distribuye muy bien tus tiempos; 4. Domina los silencios; 5. Conoce bien tu discurso; 6. Cuida tu postura; 7. Muestra seguridad.

Junto a todo ello, no debemos perder de vista que la atención es un bien escaso y que a partir de los 15 minutos de exposición es probable que ya el púbico no esté atendiendo al orador. Así que, como ya escribiera Baltasar Gracián en su obra literaria Oráculo manual y arte de prudencia (1647), “lo bueno, si breve, dos veces bueno; y aun lo malo, si poco, no tan malo”.

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