La Venta de Cardeñas o la alegría de vivir (I)

Historia menuda

Fue un refugio único, inimitable, del flamenco desde la segunda mitad del siglo XIX l En los primeros años era una construcción rústica, más tarde, se convirtió en un edificio espacioso

La venta de Cardeñas es donde está descargando un carro. Foto perteneciente al libro 'Cardeñas'.
La venta de Cardeñas es donde está descargando un carro. Foto perteneciente al libro 'Cardeñas'.

18 de octubre 2010 - 01:00

PASADO el ecuador del siglo XIX, en Cardeñas, maravilloso paraje en donde se fundían amablemente algún que otro edificio con los efluvios campesinos de su derredor, se alzaba un edificio que fue refugio único, inimitable, del flamenco. Nos referimos a la Venta de Cardeñas.

Agustín Moreno Márquez, el gran pedagogo onubense, en sus Memorias hace una descripción de la zona de Cardeñas y el espacio que sería ocupado décadas más tarde por la barriada de Las Colonias a mediados de los años cincuenta del siglo decimonónico y no cita la Venta, por lo que deducimos que se instalaría en los años sesenta del citado siglo XIX:

"… En Cardeñas se nos detiene. Son los consumos. Tras un exhaustivo registro nos dejan continuar nuestro camino. A lo lejos, desparramada entre cabezos, vemos un pueblo grande y destartalado. Es la villa de Huelva…".

En 1870 ya se situaba en Cardeñas su célebre Venta que, en sus primeros años, debió ser una simple casa de campo con las modificaciones necesarias para su nueva finalidad. Así, en la sesión municipal del 2 de junio de 1870 podemos leer:

"… Vista una instancia de don Juan Silva solicitando permiso para abrir un pozo en terreno de propios a espaldas de la casa-venta de Cardeñas, el ayuntamiento acordó pasarla a la Comisión de Campo para que se sirviera informar…".

Aunque el Ayuntamiento de Huelva tenía establecido en Cardeñas un punto o sitio o control de Consumos o cobro de arbitrios desde 1852, en la sesión municipal de 22 de marzo de 1875 se designaron los sitios para cobrar Consumos, algunas ubicaciones nuevas y otras reafirmadas: Venta de Cardeñas, La Orden, Venta del Recreo y estero de la Boya. Además, en esta fecha se fijaron edictos en los fielatos y demás puestos de costumbre de la población para aviso al vecindario y los correspondientes rótulos en los expresados sitios…

Podemos afirmar que, durante el siglo decimonónico, la historia de la Venta de Cardeñas se simultaneó con el puesto de los Consumos. Así, en la sesión municipal del 9 de octubre de 1880 leemos:

"Se dio cuenta de un oficio del arrendatario de impuestos de Consumos, fecha 24 de septiembre último, pretendiendo se le sostenga en el derecho que tiene adquirido para cobrar en la venta de Cardeñas los derechos señalados para el casco en atención a que así estaba establecido antes de que se verificase el contrato de arrendamiento".

Sesión municipal del 1 de enero de 1883:

"… Se dio cuenta de un informe que emite el señor presidente de la Comisión de la Policía Rural en vista del expediente formado para averiguar las faltas cometidas por el guarda José Gallardo a presencia del cabo José García, en la venta de Cardeñas, en la tarde del 31 de diciembre último en el cual se propone la suspensión de quince días de empleo y sueldo al primero y de ocho al segundo. Previa discusión acordó S. E. proponer al señor alcalde la conveniencia de que se acepta por vía de corrección para los guardas el castigo que se indica en el expresado informe…".

En las Actas Capitulares del 9 de julio de 1888, vuelve a ser citada la Venta de Cardeñas a propósito de un deslinde en sus cercanías: "… S.E. acordó se satisfaga a don Ricardo Pérez, de la partida de imprevistos 23 pesetas por los servicios prestados conduciendo en coche al juzgado de primera instancia al sitio de La Ribera para levantamiento de un cadáver y a la Comisión del Municipio a un deslinde que tuvo lugar en las inmediaciones a la venta de Cardeñas…".

En verdad, que a la Venta de Cardeñas no le faltaba agua. Así, en sus cercanías se situaba el abrevadero de Cardeñas, con dos pozos; el pozo del Pimiento, con su abrevadero y tirando por la llamada Cuesta de los Borrachos se podía regresar con los cántaros llenos de la exquisita agua de la Noria Faría. Además, se podía abastecer de productos hortícolas con facilidad dado las diversas fincas y casas de labor que se esparcían a su alrededor (Hacienda San Nicolás, la huerta de los frailes, la Casa llamada de La Petaca, Finca de Las Tenencias, otra finca que, en el siglo XX, perteneció a los herederos de Guillermo García Garrido…). Ya, en las primeras décadas del siglo XX, a unos 250 ó 300 metros, instaló Curro Gallardo su Venta, de traza muy humilde, ya que era un barracón construido todo en madera. ¡Ah! en los primeros tiempos no andaban muy lejos de la Venta las llamadas Salinas de Cardeñas y dos o tres de fábricas de ladrillos, ya que esta industria siempre ha gozado de gran tradición en nuestro término.

Ya hemos indicado que en los primeros años una construcción rústica realizaba la labor de casa-venta. Más tarde, sin que obre en nuestro Archivo la fecha de su metamorfosis arquitectónica ni un plano que nos precise los datos, la Venta de Cardeñas presentaba la fisonomía de un edificio espacioso no desprovisto de encanto sugerente andaluz. Disponía en su derredor de una explanada donde había espacio, en sus primeras décadas, para aparcar los coches de caballos y, sobre todo, los carros, ya que no debemos olvidar que tenían como visitantes asiduos a arrieros, carreros, quincalleros ambulantes y algunos descendientes de Argantonio humildes y sencillos. Más tarde, los coches de motor tuvieron también reservado su espacio y se situaron, en verano, algunos veladores con sillas. En los últimos años, la venta no estaba exenta, esto es, junto a ella se situaba la vivienda de la familia Báez. En esas fechas, era un edificio de paredes níveas, con un amplísimo portalón y sin otro adorno que el que le confiriera su conjunto, que le daba un especial encanto de construcción rústica.

El edificio disponía de una amplia y bonita marquesina. Nada más entrar se veía un mostrador de madera alargado, varias mesas con sus sillas de anea y, a la izquierda, un saloncito con sus correspondientes mesas y sillas. Allí se ubicaba una escalera de acceso al piso principal con varios reservados. No debemos olvidar que la Venta que historiamos, lejana en aquellas fechas del casco urbano, era un sitio donde los adinerados mujeriegos lo pasaban bomba, sin correr el menor riesgo de encontrarse con sus mujeres legítimas.

Enrique Andivia Alfaro nos deja testimonio de este ambiente en sus Memorias, vertidas en varios capítulos en el diario Odiel en agosto y septiembre de 1977 y en el que no eran ajenos muchos sevillanos:

"… La gente de gayares tenía la venta de Cardeñas, distante de la ciudad, y más distante aún la del Betis donde poder empinar el codo y rodearse de coimas o rameras sin que la costilla se enterase…".

A la venta no le faltaba el salón de invierno ni una cocina muy bien instalada, aunque, curiosamente, lo que más se solicitaba eran las lechugas de los huertos limítrofes. Pero, algo que destacaba en aquel serrallo flamenco era su patio, espacioso, capaz para situar varios veladores y mesas y centro de diversas tertulias, con su pequeño jardín y lugar donde, en el verano, se lograba burlar en gran parte los rigores del calor que abrasaba y hacía que sudaran las personas como botijos de la Rambla. Allí, no eran extrañas las macetas y sus blanqueadas paredes estaban adornadas con escaladoras hiedras y enredaderas de campanilla.

La Venta de Cardeñas era ante todo flamenca. Es más, podemos afirmar que, por sus actuaciones en ella, ayudó en sus quehaceres profesionales a las más eminentes y celebradas figuras del cante jondo. La taranta, el polo, la soleá, la bulería, el fandango, fueron salmos en esta regia mansión del flamenquismo para los numerosos aficionados de varias generaciones. Allí, los célebres Paito y Riquitrum, con sus movimientos frenéticos, con el repiquetear loco e incansable de sus tacones, bailaron bajo un arco triunfal de ¡olés! de los asistentes. Y la gracia flamenca se extendía con las voces muy posiblemente de El Feo, Paco Isidro, Rengel, Sanz Urbano y El Niño de Huelva y con los toques prodigiosos del maestro Rofa. Y ya, en los años cincuenta, con las reuniones flamencas en las que no faltaban Peque de la Isla, Paco Toronjo, El Caramelo y el festivo y recordado Ramón Blanco, haciendo reír a un marmolillo con su guitarrillo que no tenía cuerdas. Los miembros de muchas de estas reuniones terminaban tomando café con churros en el Mercado del Carmen.

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