Vampiros entre nosotros

Esta película me ha recordado el libro de Roger Vadim, publicado en 1965, Vampiros entre nosotros, recopilatorio de relatos sobre licántropos de autores famosos. Sabido es que el origen de esta película es también literario, un best seller que data de 2005 cuando Stephanie Meyer publicaba su novela Crepúsculo, que lleva vendidos casi seis millones de ejemplares en Estados Unidos y sesicientos mil en España, traducido a veinte idiomas y publicada en 34 países. La película ahora no hace más que aumentar un predicamento anunciado, ya que la realización de Catherine Hardwicke, a quien recordamos por Thirteen (2003), no hace más que servirse de esa popularidad para iniciar, eso nos tememos, una saga que Crepúsculo parece dejar abierta.

Es un producto especialmente dirigido, con su inexplicable apoyo mediático, al público joven o adolescente. Catherine Hardwicke ha articulado los elementos más dramáticos y fantásticos manteniendo a través del eficaz guión de Melissa Rosenberg, un tono de suavidad narrativa, permitiendo apreciar la maduración de los personajes protagonistas, sin que, por lo demás, falten las situaciones artificiosas e insostenibles, unos diálogos que pueden parecer sencillos pero que a veces resultan caóticos, un acaramelado creciente de la trama, unas circunstancias argumentales perfectamente previsibles y una adecuación de todo el diseño del film a la medida de sus potenciales seguidores con un retrato muy arquetípico de ciertos jóvenes de hoy.

Este nuevo modelo de vampiro, Edward Cullen, una especie de Adonis licantrópico avant la lettre, enigmático y afectado, que se abstiene de su líquido vivificador que es la sangre, se enamora de una bella joven, Bella Swan, recién llegada a la pequeña población de Forks en el estado de Washington, por desavenencias familiares. Inician unas relaciones que en principio son conflictivas pero que con el tiempo se van estrechando amorosamente. Ella acaba por descubrir la verdadera personalidad de Edward y su familia de vampiros, que sobreviven al paso del tiempo y que conviven con los mortals aunque no se relacionan intimamente con ellos.

A pesar de su larga duración, Catherine Hardwicke, ha conseguido, aún con la evidente torpeza en la realización, introducir pasajes y ciertas sorpresas que logran amenizar el relato, adornado con una estética deslumbrante merced a una valiosa fotografía de los impresionantes parajes donde se desarrollan los hechos y con elementos decorativos como la mansion de los Cullen, que procura realzar con una planificación muy sofisticada en ocasiones. Todo ello contando con el inevitable añadido de los efectos especiales para dotar a la historia de su auténtica naturaleza fantástica y novedosa en el género de vampiros, de tan larga inconografía en las pantallas. Sin embargo el intento de imprimir misterio y alucinar al personal con algunas secuencias más efectistas que efectivas, acaban resultando ineficaces para la valoración general de la película.

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