Temporeros de 4 continentes recogen fresa en Huelva
Africanos, asiáticos, americanos y europeos conviven durante la campaña con el objetivo común de ganar algo de dinero para sus familias o emprender un negocio
La precariedad y, en algunos casos, la pobreza hacen que cada años miles de temporeros lleguen hasta los campos onubenses con la única intención de ganar un poco de dinero que, al final de la campaña, les compense para que puedan llevar a cabo las ilusiones que les hicieron dejar familia y país. El sistema de contratación en origen, que se ideó a finales del siglo pasado, abrió en Huelva una ventana al mundo. Y si en los primeros años llamaron la atención las melenas rubias de rumanas y polacas (por que una mayoría aplastante son mujeres por expreso deseo de los empresarios), ahora los campos de fresa empiezan a mezclar colores con senegalesas, marroquíes y filipinas, que han sido las últimas en incorporarse al duro trabajo de la recolección de la fresa a través de los contratos en origen.
El sistema de contratación en origen ha gestionado este año la llegada de unos 25.000 temporeros de Ucrania, Rumania, Bulgaria, Marruecos, Ecuador y Colombia. A última hora se incorporó, a modo de experiencia piloto, Senegal; y la embajada de Filipinas propuso al Ayuntamiento de Almonte, por estar hermanado con el municipio filipino de Baler, que se intentara también traer a sus compatriotas para trabajar en la campaña. En total ocho nacionalidades. Sin embargo, técnicos del proyecto de inmigración Aeneas de Cartaya estiman que en los campos onubenses puede llegar a haber, fácil, temporeros de medio centenar de países y apuntan a voz de pronto que proceden de países como Lituania, Moldavia, Argentina, Siria, Polonia, Egipto, Argelia, Mali, Mauritania, Armenia, Sierra Leona, Venezuela, Chile, Cuba..., y un largo etcétera que se extiende por los cuatro continentes, sólo se queda fuera Oceanía.
Una diversidad que, en el ir y venir de las jornadas laborales agrícolas, casi pasa desapercibida. O, al menos, esa es la impresión después de hablar con unas y otras. Superado el "no, problema" con el que las inmigrantes responden a cualquier pregunta, explican que la relación entre ellas es más bien escasa, el idioma es una barrera que superan con gestos y sonrisas. También las temporeras onubenses siguen la misma táctica. Manoli Gómez lleva varias semanas codo con codo con una senegalesa a la que no pone pegas. "Bien, con ellas bien. Nos entendemos con las manos", dice. Ni la una se atreve con el castellano ni la otra con el francés. Diferente es la relación que se establece en las casas donde conviven razas diferentes a pocos metros. Antonio Jesús Soltero, uno de los propietarios de Bionest, optó por hacer vecinas a senegalesas y rumanas, por una parte, y a filipinas y polacas, por otra. Parece que está dando resultados, al menos en lo que se refiere al primer grupo. Las senegalesas pasan algunos ratos libres haciendo trencitas en el pelo a sus vecinas y éstas les ayudan con los trámites de médicos y visitas al pueblo.
En este álbum de culturas parece pasar desapercibida la mano de obra local y regional, que en algunas empresas como la almonteña Biones alcanza el 50% de la plantilla. Los números demuestran que los buenos trabajadores están en nuestro entorno. Es algo que queda patente, por ejemplo, en una de las fincas de Coag donde trabajan senegalesas, rumanas, polacas, ucranianas, marroquíes y búlgaras. Un rápido vistazo por los cuadernos de control, casi al final de la mañana, deja al descubierto el trabajo que realizan tres mujeres, dos de San Juan del Puerto y una de Trigueros, las tres han superado ya el centenar de cajas mientras que el resto apenas si llega al medio centenar y un grupo algo más avanzado logra rozar las 80 cajas.
También forma parte de estos números el hábito de vida. Las temporeras senegalesas lejos del estrés, se mueven por los campos de cultivo sabiendo que al día siguiente seguirán ahí y que volverá a haber faena. Entre las compañeras dicen que "ellas van a diesel". Acostumbradas a larguísimas jornadas laborales, el calor no es un problema para ellas pero el dolor de espalda hace que el malestar llegue a todo el cuerpo, así que insisten en los dolores de cabeza colectivos para que el empresario vuelva más tarde con "medicinas". Las que muestran más problemas para adaptarse a nuestro clima son las filipinas, "aunque demuestran tener más voluntad que nadie", afirma Soltero. Pero soportan el calor que hace bajo los invernaderos de plástico, lo que ha hecho que más de una se haya desvanecido literalmente sobre los surcos. Una de las temporeras Leonila T. Trebías explica que "no importa que llueva muchos como ocurrió la semana pasada, pero con el calor no podemos", explica en 'spaninglish'. Esta acude casi todas las tardes a la clase de español que imparten en Almonte con una voluntad de hierro por aprender nuestro idioma. Leonila quiere trabajar los tres meses prometidos y poder volver el año que viene porque "aquí, poco trabajo y mucho dinero; allí, mucho trabajo y poco dinero". Así es como resume el hecho de que aquí se trabajen 7 horas al día por algo más de 36 euros frente a la jornada de más de 14 de su país por un par de euros.
La rumana Cristina Stamate, que llegó a Huelva por primera vez en 2002 y que ahora trabaja como monitora de campo para Coag, conoce bien los problemas de los temporeros porque también se rompió la espalda cogiendo fresa. "El trabajo se aprende en dos días y tampoco necesitan conocer gran cosa; lo que no se cura en dos días es el dolor de espalda de estar agachada seis horas. Es un trabajo muy duro pero si quieres conseguir algo..., aguantas".
También te puede interesar
Contenido ofrecido por ayuntamiento de Beas
Contenido patrocinado por Cibervoluntarios
CONTENIDO OFRECIDO POR AMAZON