Suárez desde el rincón suroeste

Ex políticos de la UCD destacan el valor y la prudencia de quien propició la democracia Con su "maestría" ayudó a superar la inexperiencia política de entonces

García Palacios y Pérez Miyares -tercero y cuarto por la izquierda-, en la manifestación del 4 de diciembre del 77.
García Palacios y Pérez Miyares -tercero y cuarto por la izquierda-, en la manifestación del 4 de diciembre del 77.
Mireia Humanes Huelva

24 de marzo 2014 - 01:00

Educado, dialogante, moderado y seductor. Cuatro palabras, cuatro adjetivos que definen, según las personas que alguna vez tuvieron acceso a él, al hombre que lideró la entrada de España en la democracia. Adolfo Suárez González (Ávila, 1932-Madrid, 2014) ha dejado una huella profunda en la historia del país y en la memoria colectiva de la sociedad española, que identifica su figura con el fin de la incertidumbre y el abrazo a las libertades sin los traumas que a priori se presagiaban. Y todo a pesar de sus fracasos políticos posteriores y a su retirada de la vida pública a principios de 2000 a causa de su enfermedad.

Tras la muerte de Franco, la proclamación del Rey y el fracaso de Arias Navarro, Adolfo Suárez fue nombrado presidente del Gobierno no sin escollos. No obstante, prometió devolver la soberanía al pueblo -queda en la cultura popular española, en su lenguaje político, aquel "puedo prometer y prometo"- y cumplió lo prometido: el 15 de junio de 1977 se celebraron las primeras elecciones de las que surgirían las Cortes, y en aquellas elecciones, cómo no, participaron algunos onubenses que durante años habían compaginado sus profesiones con tímidas incursiones en la política. Por Huelva, se presentaron diez candidaturas al Congreso y ocho al Senado. En las listas por fin se hacían públicos nombres cuyas actividades políticas habían permanecido en la oscuridad de lo clandestino, todo lo clandestino que podía ser algo en una ciudad como Huelva.

Eran socialdemócratas, liberales, andalucistas y, en el caso de la UCD, el partido de Suárez, en él recalaron fundamentalmente miembros y simpatizantes de la Democracia Cristiana. En aquellas primeras listas de aspirantes al Congreso y al Senado de 1977, encabezadas por el abogado Félix Manuel Pérez Miyares, aparecen nombres como el de José Luis García Palacios, Miguel Esteban Martín, Antonio Hernández Caire (los dos últimos ya fallecidos), al igual que Agustín Jiménez Puente y José Francisco Rodríguez Núñez. En 1979 se sumarían a las listas José González Delgado, Antonio Orpez, Ana María Rino, Carlos Gómez o Emiliano Sanz Escalera, y destacarían nombres como el de Antonio Mancheño, Manuel Flores Caballero, Juan José Domínguez, José Luis Ruiz o Jaime Madruga, quienes ocuparían cargos de responsabilidad pública o bien gestionarían los destinos del partido en Huelva.

Hoy, tras la larga enfermedad del primer presidente elegido democráticamente por todos los españoles y su sentido fallecimiento, algunos de esos onubenses comprometidos con el proyecto de Adolfo Suárez recuerdan el papel que jugó y su arrolladora personalidad, un carisma que todos destacan y al que achacan buena parte del éxito de las gestiones determinantes que se llevaron a cabo en aquellas fechas.

"Era una de las personas más apasionantes que he tratado en mi vida", asegura José Luis García Palacios, cofundador de la UCD en Huelva, senador constituyente y electo durante la primera legislatura y vicepresidente y presidente de la Comisión de Agricultura de la Cámara Alta. "Era muy atractivo y tenía mucho carisma, se metía en el bolsillo a los grupos parlamentarios pese a las divergencias que pudiese haber", afirma el presidente de Caja Rural del Sur.

Una descripción con la que coincide quien tuvo más contacto con el presidente del Gobierno: Pérez Miyares. El que fuera ministro de Trabajo entre 1980 y 1981, hasta la llegada al poder de Leopoldo Calvo Sotelo, fue, junto a senadores y miembros del Congreso por Huelva, el onubense más cercano a Adolfo Suárez y para él, el presente no sería el que es si Suárez no hubiese jugado el papel que jugó. "En aquellos momentos hizo un trabajo para que el que nadie estaba preparado". Todo en él parecía haberse conjugado para que fuera la persona idónea para afrontar un proceso que prometía ser arduo y plagado de sinsabores, ya que, como sostiene Pérez Miyares, era "moderado, tenía buena educación, buena formación y, aunque estaba integrado en el sistema -se refiere Miyares a sus cargos en el gobierno de Franco y en el gabinete de Arias Navarro-, también estaba completamente convencido de que había que alumbrar un tiempo nuevo: la democracia".

Y en ese aspecto, España, brillaba por su bisoñez. "El país no tenía experiencia de gobierno más allá del franquismo", relata quien también fuera diputado en las primeras Cortes democráticas. Eso conllevaba también una enorme inexperiencia política por parte de quienes se postulaban para ocupar cargos de responsabilidad en el nuevo Gobierno, también a nivel local y regional, algo que hubo que ir superando progresivamente. En ese proceso, el talante paciente y animoso del presidente tuvo mucho que ver. "Incorporamos a una gran cantidad de gente que no tenía precedentes políticos. Todo el mundo era novato y nada hubiera salido como salió sin la maestría de Adolfo Suárez", afirma Pérez Miyares.

La otra gran sombra que planeaba constantemente en aquellos primeros años de democracia era el precario equilibrio entre posturas políticas a priori irreconciliables y que, de nuevo, consiguió diluir el encanto integral del presidente, apoyado por la voluntad de cambio de todos los agentes de la época. "La Constitución se forjó gracias a la colaboración de alguien tan singular como Santiago Carrillo, que aceptó, para terminar con los restos de la guerra, la Monarquía, la bandera nacional y que se pasara página", reconoce García Palacios, "consiguió que el PSOE aceptara y que se atemperara la derecha". "Era muy dialogante, buen comunicador , cercano y con un carácter templado, pero además tenía una virtud que en política es fundamental: la prudencia", apostilla Pérez Miyares, para quien, en todo lo que concierne a la integración del Partido Comunista, "tanto Suárez como Carrillo tuvieron una altura de miras tremenda".

No obstante, el "hombre clave en que hoy seamos un país democrático", como le describe Antonio Mancheño -gobernador civil en funciones en Córdoba y delegado del Ministerio de Cultura en Huelva-, tuvo que enfrentarse a las divergencias que rodeaban al proceso de configuración de la España de las autonomías. La postura del presidente, que presionado por ciertos poderes pretendía apuntalar los estatutos de Cataluña y País Vasco y retrasar el resto, disgustó especialmente a los políticos onubenses, que habían hecho campaña activa por el estatuto andaluz. Al final llegó el "café para todos", "algo imperfecto", a juicio de Pérez Miyares, "que tiene que asumir conflictos como los actuales con Cataluña, pero en lo que Suárez también jugó un gran papel porque no se mostró intransigente con nadie".

"Las bases están puestas y habrá que avanzar", reconoce Miyares, pero "en el éxito de hoy tiene mucho que ver la clase política de entonces", una clase de hombres y mujeres que tras la debacle del político y la persona, se ha encargado de recordar por él el papel que desempeñó en la historia de España.

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