un paseo por la construcción del templo más antiguo de la ciudad

Iglesia de San Pedro: El testigo mudo de la historia de Huelva

  • Edificada como la conocemos en el siglo XIV, lleva casi 700 años siendo espectadora privilegiada de la vida de la ciudad

  • Los secretos de San Pedro

La Iglesia Mayor de San Pedro vista desde la plaza del mismo nombre.

La Iglesia Mayor de San Pedro vista desde la plaza del mismo nombre.

Los muros son testigos excepcionales de la vida. Espectadores, callados y discretos siempre, del trasiego de una ciudad. Los muros son su memoria y la memoria de los que la habitaron. Notarios de besos ocultos, de miradas indiscretas, de oraciones desesperadas, de afiladas dagas, nacimientos prohibidos y muertes prematuras, de llantos y risas. Han visto pasar a nobles y plebeyos, a corruptos y a gente honesta, a santos, a valientes y cobardes, a mujeres vejadas, a ladrones, a eruditos, a poetas, a niños traviesos, perros fieles, amigos, amantes, traidores… Los muros conocen todos los secretos de una ciudad. Son los guardianes de su historia, de la Historia misma. Y cuanto más viejos, más sabios son.

Bajo el suelo en el que se posan los muros de San Pedro hubo incluso otros antiguos muros. Miles de años atrás, sobre la tierra arcillosa del cabezo al que da nombre, las civilizaciones más avanzadas de Occidente encontraron en su altura un preciado refugio sobre el que construir poblados y luego atalayas, calles, murallas y puertas… Pequeñas huelvas en miniatura que fueron creciendo y ahora son tierra y escombros.

Al menos desde el segundo milenio antes de Cristo el cabezo de San Pedro, junto al contiguo y ya inexistente cabezo del Molino de Viento (que hoy es el Paseo de Santa Fe) fueron ocupados de forma ininterrumpida por fenicios y tartesios, romanos, visigodos, árabes y cristianos. Como una mancha de aceite en el papel, los pobladores fueron extendiendo su dominio por los distintos cabezos y sus laderas, bajando luego aún más, hacia las marismas y las desembocaduras de los ríos Tinto y Odiel y configurar la ciudad que, más o menos, conocemos como Huelva. Su epicentro, el núcleo, el principio de todo estuvo allí arriba, de modo que no es de extrañar que los muros de San Pedro sepan incluso más de lo que se les presume. A pesar de ser los más viejos de Huelva, los de la Iglesia Mayor de San Pedro Apóstol siguen aún muy vivos, como la ciudad que domina desde las alturas y que, como ellos, ha pasado por un sinfín de avatares durante sus casi setecientos años de historia. Tiempos de luz y de oscuridad a los que ha hecho frente con una curiosa y admirable mezcla de resistencia y amor propio, con los que no han podido ni las guerras ni el hambre ni los huracanes ni los grandes (muy grandes) terremotos.

Amador de los Ríos defendió la hipótesis de que la iglesia hubiera sido antes una mezquita

La primera referencia al templo podría encontrase en la obra Kitab Ar-Raw al Mitar, del cronista árabe Abú al-Himyari, donde realiza una descripción de la ciudad de Huelva y explica cómo “al este de la villa existe una gran iglesia venerada por los habitantes, quienes pretenden que en ella se contienen los restos de uno de los Apóstoles”. No se realiza ninguna mención expresa a San Pedro, ni se ha vuelto a saber nada del sepulcro de ningún apóstol, pero es fácil entender a qué iglesia se refería, comprensible que fuera mucho más pequeña que la actual y presumible que fuera construida sobre alguna mezquita tras la Reconquista. En concreto, Amador de los Ríos defendió en 1891 la hipótesis de que la iglesia de San Pedro hubiera sido antes un templo islámico, “por su orientación, por la naturaleza de los muros y por la planta”, pero “no hay ninguna evidencia arqueológica que lo respalde”, asegura el investigador Manuel Jesús Carrasco Terriza, como no la hay sobre un posible templo romano ni paleocristiano previos a la conquista musulmana. En cualquier caso, “lo más probable es que efectivamente la hubiera”. Lo que sí se sabe es que el templo quedó configurado tal y como se conoce en la actualidad, “en lo esencial”, entre la segunda mitad del siglo XIV y finales del XV, y se hizo en dos fases, partiendo del proyecto original de una nave de tres tramos que posteriormente fue ampliada con dos tramos más. Su estructura “se corresponde con el modelo de las iglesias parroquiales sevillanas que se edifican según el estilo mudéjar a partir del año 1356”, explica Carrasco Terriza. Esto es, con una planta principal de tres tramos: una cabecera central de mayor altura de estilo gótico flanqueada por otras dos naves laterales. En la segunda etapa de la construcción, en los inicios del siglo XV, se añadieron la antesacristía y la sacristía vieja, luego ampliada, la actual capilla de la Virgen de la Cinta y la capilla sacramental. Su impresionante tamaño tenía una razón de ser: la necesidad de congregar a una población numerosa y en continuo crecimiento (en su interior, para colmo, se celebraban reuniones civiles) al tratarse del único templo de la ciudad hasta que, entrado ya el siglo XVI, se construyó la iglesia de la Concepción.

Cada vez se veía mejor la idea de Pedro de Silva de edificar una torre en lugar de otra espadaña

En los siglos XV y XVI, la parroquia de San Pedro fue el auténtico corazón de la villa. Servía para la celebración de las sesiones del Concejo y ante ella se alzaba la plaza principal de la ciudad, donde se celebraran los pregones públicos. A lo largo del siglo XVI, la parroquia ya no daba abasto. Huelva seguía creciendo hacia la zona llana, cada vez más lejos de los cabezos y más cerca de su puerto, y San Pedro “vio crecer a sus pies la nueva parroquia de la Concepción (1515), el convento de Santa María de Gracia (1515), el de Mínimos de San Francisco de Paula o de la Victoria (1582), y el de San Francisco (1588)”, apunta Manuel Jesús Carrasco. Nada menos que cuatro nuevos edificios religiosos que daban buena cuenta de cómo la vieja Onuba se iba consolidando como una ciudad a la que San Pedro tomaba el pulso, tanto de su vida religiosa como de la civil.

La plaza de San Pedro fue durante siglos el epicentro de la vida de la ciudad. La plaza de San Pedro fue durante siglos el epicentro de la vida de la ciudad.

La plaza de San Pedro fue durante siglos el epicentro de la vida de la ciudad. / Rafa del Barrio

Pero fue en el siglo XVII, especialmente en su segunda mitad, cuando Huelva subió un peldaño más (varios de golpe, en realidad) al convertirse en la ciudad de residencia de la poderosa casa de Media Sidonia. En concreto, del heredero del Ducado, Manuel Alonso Pérez de Guzmán, undécimo conde de Niebla, que habitó con su familia el castillo contiguo a la parroquia, donde se bautizó su hija Luisa Francisca, futura reina de Portugal. Cerrando un poco los ojos es fácil imaginar el esplendor que rodeó el entorno del castillo, la propia iglesia y la plaza. Aunque el conde prefirió dedicar sus mimos -y su dinero- a la fundación del convento de los mercedarios, San Pedro siguió siendo el corazón de una ciudad que, poco tiempo más tarde, viviría años terribles en los que, por alguna razón, a la Naturaleza le dio por cebarse con Huelva y con su iglesia matriz.

Huracanes y terremotos

El primer golpe llegó el día de San Florencio de 1722. Un fuerte huracán derribó el campanario (que por entonces era una espadaña). Zas, de cuajo, echándolo, junto a sus campanas, contra la bóveda de la capilla mayor. Las reparaciones fueron relativamente rápidas. La bóveda, que había quedado abierta a la intemperie, se cerró y se construyó una nueva espadaña, obra de Diego Antonio Díaz que terminó de alzarse en 1728.

No hubo que esperar mucho para el siguiente mazazo: el 1 de noviembre de 1755, el famoso terremoto (y posterior tsunami) de Lisboa volvió a tirar el campanario sobre la bóveda, pero esta vez el daño fue menor y un año después se habían efectuado ya la mayor parte de las reparaciones, incluida una nueva espadaña. No llegó a los tres años la alegría: el 23 de octubre de 1758 otro huracán quebró el nuevo campanario, esta vez sin derribarlo, y partió de nuevo la bóveda de la capilla mayor. ¿Algo más? Claro que hubo más: en 1763, también en octubre, un nuevo terremoto dejó prácticamente en ruinas el campanario, como constataron por escrito los arquitectos de la diócesis de Sevilla (a la que pertenecía por entonces la iglesia de San Pedro) Pedro de Silva y Ambrosio de Figueroa. El primero planteó la posibilidad de terminar de derribarlo y construir en su lugar una torre, una idea que fue descartada por el segundo, que propuso levantar una nueva espadaña, esta vez más pequeña para evitar las embestidas del viento. La inspección del edificio por parte de los arquitectos reveló un dato esencial y desconocido hasta entonces, y que podía explicar cómo la nave había soportado sin despeinarse los terremotos de 1755 y 1763: no había cimientos. Sorprendido y alarmado a la vez, Ambrosio de Figueroa ordenó cimentar los muros mediante la técnica de opus incertum (obra incierta), una antigua técnica constructiva romana que usaba como relleno piedras de diferentes tamaños colocadas aleatoriamente y mezcladas con agua que había dado muy buenos resultados en la sevillana iglesia de La Magdalena. Dos años después, proponía el arquitecto, podría construirse el nuevo campanario que, suponía, esta vez sería más resistente.

El campanario de la torre de San Pedro visto desde la azotea de la iglesa. El campanario de la torre de San Pedro visto desde la azotea de la iglesa.

El campanario de la torre de San Pedro visto desde la azotea de la iglesa. / Rafa del Barrio

No pasaron dos, sino cinco años hasta que comenzaran las obras, tiempo suficiente para que se empezara a ver con mejores ojos la idea de Pedro de Silva de edificar una torre en lugar de otra fina espadaña. Una construcción que, en sus propias palabras, “hermoseará la plaza, como ahora la hermosea el campanario, sin que desdiga su vista, y para los marineros navegantes, que, desde grandes alturas, lo primero que descubrían era el campanario del señor San Pedro, les puede quedar en la misma forma el consuelo y alegría que reciben en su descubrimiento”. Vaya si fue (si sigue siendo) así. La torre de Pedro de Silva se encuentra entre las más importantes obras del barroco andaluz. Construida aproximadamente en el lado opuesto al que ocupaban los campanarios anteriores, de orden dórico en ladrillo cortado y alicatado, mide casi 31 metros de altura hasta el extremo de la cruz y hoy en día es la primera imagen que se recibe de la iglesia desde la plaza de San Pedro y la calle Jesús de la Pasión. La obra, realizada por el maestro principal Francisco Díaz Pinto, concluyó en 1774.

Aunque haya sido probablemente uno de sus hitos más importantes, la historia de la edificación de la parroquia no acabó en la torre. Entre los años 1787 y 1792 se construyeron las puertas de Tierra (la que actualmente mira al paseo de Santa Fe) y Mar (en el lado opuesto), se pusieron los nuevos tejados y vigas de la nave central y se sustituyó toda la solería de la Iglesia.

Las escalinatas y el muro

El siglo XIX transcurrió sin obras de gran importancia hasta que en 1883 se plantea un problema que afectaba a la propia existencia de la Mayor de San Pedro. A lo largo de esos años, el Ayuntamiento de la ciudad había ido desmontando el cabezo del Molino de Viento -nada nuevo- con la idea de unir la zona alta con la calle Puerto a través del ahora paseo de Santa Fe, lo que ponía al edificio en un serio peligro de derrumbe por quedarse sin tierra sobre la que apoyarse. El periodista Eduardo Sugrañes recoge, en su estudio sobre El Muro y Escalinatas de San Pedro, cómo la parroquia pidió en varias ocasiones al Consistorio, que hacía caso omiso, que buscara una solución mediante la construcción de un muro que sujetara lo que quedaba de cabezo. El arquitecto diocesano Manuel Portillo y Ávila, en un duro informe, aseguraba no explicarse cómo “El Ayuntamiento con equivocado criterio y en beneficio de una empresa particular concedió con autorización el desmonte de uno de ellos en términos por lo visto, tan inconvenientes para el templo [...] sin un proyecto razonado”. Finalmente, las obras del muro y la escalinata de San Pedro, hoy tapados por altos cipreses y cubiertos de malas hierbas, comenzaron en 1888 y acabaron tres años más tarde.

Fue ya en el siglo XXI cuando la Iglesia matriz de Huelva terminó de adoptar la imagen que tiene hoy, gracias a una importante obra de restauración realizada entre 2002 y 2004 con la que se pretendió que el edificio recuperara su porte de siglos atrás. En el fondo, siempre se ha tratado de lo mismo: recuperar y mantener la iglesia en pie. Esos mismos muros que contemplan desde lo más alto, desde el sitio más privilegiado, el trasiego de una ciudad que muta mientras ellos permanecen imperturbables. Pero San Pedro es también un monumento vivo a la perseverencia y a la fe de los onubenses. A su resiliencia, palabra de moda, y, como dice Carrasco Terriza, a su “esfuerzo constante” por reconstruirse una y otra vez.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios