Huelva

Retrato de un pederasta sin escrúpulos

  • Santiago del Valle se inscribió en un curso de FP del colegio de Mari Luz y lo expulsaron al mes por sus "obscenidades y su comportamiento extraño", aunque nunca sospecharon que fuera un violador

Había regresado a Huelva el pasado verano, alentado por su hermano Francisco. Aunque había vivido en Sevilla y en Granada, volvía de forma intermitente a la capital onubense para visitar a su hermana Rosa del Valle en el número 1 de la Avenida de Las Flores. Hace alrededor de nueve meses, en el mes de junio, Santiago del Valle y su mujer, Isabel García, decidieron establecerse de nuevo en El Torrejón.

El presunto asesino de Mari Luz Cortés se apresuró a inscribirse en el ciclo formativo de grado medio en Comercio que se imparte en el Colegio Diocesano (el mismo al que acudía la menor). Cuando sus futuros compañeros de curso lo vieron matriculándose, "pensamos que lo estaba haciendo por su hijo".

Del Valle se incorporó a clase "tres semanas después" de que diera comienzo el curso. Sus compañeras (que tienen entre 16 y 20 años) recuerdan que entonces ya comenzó a mostrar sus excentricidades. "Llevaba chanclas y pantalones pirata, algo que no está permitido en el colegio, pero no le importaban las normas". Además, "se ponía gafas de sol en clase porque decía que le molestaba la luz de las ventanas", dijo Sara. A todos les extrañó su presencia y su comportamiento -"sabíamos que no era normal, pero de loco no tenía un pelo"-, pero le acogieron como a uno más.

Era en los intercambios de clase cuando Del Valle charlaba con sus compañeras. Hubo de todo y para todas. A Patricia "le pidió el teléfono, a otra amiga le preguntó si sería capaz de acostarse con un hombre de 50 años, que no tuviera reparos; a otras nos pedía que nos sentáramos en sus piernas, que no nos iba a comer". Era descarado y no dudaba a la hora de "ponernos nota a todas las niñas, a una nos daba un nueve, a otras un ocho...". A Marta incluso llegó a advertirle de que "tuviera cuidado cuando iba a trabajar, no fuera a llevarla alguien a un descampado para violarla".

Durante un ejercicio del curso, el pederasta indicó que "si yo tuviera una empresa, contrataría sólo a mujeres, porque están más buenas que los hombres". Además, siempre decía que "le gustaban las morenas".

Para su familia no tenía buenas palabras, más bien al contrario: "Nos dijo que su hija de 14 años era una puta porque estaba con un hombre y que cuando era pequeña no jugaba con muñecas, sino con hombres". De su esposa, Santiago comentaba que "si me pone los cuernos, la mato, porque no tiene derecho a estar con nadie más".

A la hora del recreo, el presunto asesino de Mari Luz bajaba al patio (que está separado del de los alumnos pequeños), se sentaba "en los bancos que están junto a las pistas deportivas" y se comía un bocadillo. Solo, siempre solo y sin hablar.

Sus compañeros de clase nunca sospecharon de que se tratara de un pederasta ni sabían que tenía antecedentes penales. "Jamás lo vimos mirando a un niño, aunque es verdad que el recreo de los chiquillos se puede ver desde la ventana de nuestra clase", añadió María. Recuerdan las alumnas que en una ocasión "nos dijo que se iba a vivir a Polonia y que no volvería más a clase". Finalmente, el individuo apareció un día más tarde. "Con el tiempo entendimos que había ido a firmar al juzgado por su condena anterior, pero eso no lo sabíamos en ese momento".

Rocío, la profesora de Informática en FP, siempre expresaba en clase que "su comportamiento no era normal". Pero la gota que colmó el vaso fue un dibujo en la pizarra y una explicación posterior que los menores denunciaron en el centro y le valió la expulsión. Apenas había transcurrido un mes desde que Santiago llegara a clase, "fue antes del 13 de diciembre, cuando dibujó en la pizarra el croquis de un puticlub. Nos explicó cómo se llegaba, dónde dejaba aparcado el coche, cuál era el precio de las prostitutas y cómo variaba el precio si eran negras, latinas o del Este", señaló Patricia.

El director del Colegio Diocesano, Baldomero Rodríguez, argumentó que la causa por la que el pederasta fue expulsado del centro fue porque "usaba lenguaje obsceno en clase y por su mal comportamiento, una anormalidad que fue decisiva para que tomáramos esa medida". Cuando pidió su expediente médico, se percató de que "se le habían diagnosticado más grados de patología mental (50%) de los que tenía: era raro, pero sabía bien lo que hacía". Además, "nunca percibimos el perfil de pederasta porque no tenía contacto directo con los niños". Ahora todos dan "gracias a Dios porque lo han capturado, aunque nos ha quitado a nuestra Mari Luz".

Una familia "conflictiva" marcada por el desequilibrio mental

Santiago del Valle tiene tres hermanas y dos hermanos. Los vecinos de El Torrejón hacen memoria estos días y recuerdan que “la madre era una persona conflictiva que se asomaba a la ventana de su casa y gritaba que prefería que sus hijos se acostaran entre ellos para que ningún extraño entrase en su casa”. Dos de sus hermanos tuvieron relación con el mundo de las drogas. Uno de ellos, Curro, logró desintoxicarse y trabajaba como pintor. Vive cerca de la casa de Santiago, también en la Avenida de Las Flores. El otro se encuentra “interno en un centro de desintoxicación”.

El vecindario está de acuerdo al afirmar que “era gente rara, un tanto desequilibrada, sobre todo Santiago”. Coinciden también al decir que “aunque parecía el más tonto por su cierto desequilibrio mental, de tonto y de loco no tenía un pelo”. Su hermana Rosa, la segunda detenida, “también era una persona extraña, que no solía salir de su casa”. Esteban, el propietario de la cafetería del centro social de El Torrejón, explicó que “ella estuvo trabajando aquí durante un tiempo, unos siete meses”. De esto hace ya un año, pero “es una persona normal y trabajaba bien”. En los comercios del barrio poca gente conoce a Santiago y a Rosa. En la carnicería R. Romero, Ricardo indicó que “siempre compraban comida cocinada y se relacionaban poco con la gente”.

"Su mujer nos empujaba y nos arrojaba cosas desde la ventana"

Alba tiene 15 años. Vive en el número 1 de la Avenida de las Flores, un piso más arriba que la familia Del Valle. Asegura que “mi pena es no haber oído a Mari Luz gritar para poder salvarla, igual que la de mi madre”. No conoce demasiado a Santiago, pero “tiene una cara extraña, mira raro, y me da miedo subir sola a mi casa desde que esta gente vive aquí abajo”. Tanto era el pavor que sentía que “tenía que llamar a mi madre al portero para que bajara a buscarme y me acompañara a casa”. Cuando Alba salía a la calle, le gustaba reunirse con sus amigas en la esquina y “su mujer nos empujaba si pasaba por allí o nos tiraba cosas desde la ventana mientras nos gritaba que no la molestásemos”. Ahora se encuentra más tranquila y espera que se pudra en la cárcel.

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