Huelva

Un Papa santo en Huelva

  • La ciudad recuerda de manera muy especial la visita de Juan Pablo II

  • Un hecho histórico para un acontecimiento singular como la clausura del V Centenario del Descubrimiento

Un Papa santo en Huelva

Un Papa santo en Huelva

El 14 de junio de 1993 fue verdaderamente un día especial, que rebasa toda dimensión histórica para la provincia de Huelva. La presencia del papa Juan Pablo II en esta Diócesis se incluye en el calendario de sus grandes hitos. Quienes lo vivieron lo recuerdan y lo trasmiten a nuevas generaciones. Son esos días tan distintos como lo que supone encontrase por la avenida que recorres día a día el papamóvil llevando a Juan Pablo II. Esa persona que solo se ve por la televisión y lo encuentras arrodillado ante la Virgen de la Cinta, la de Montemayor, de los Milagros o del Rocío, convirtiéndose en un peregrino más. Se le vio cansado ya a su edad avanzada, con la cara rosa de tanto calor de aquel lunes.

Era un Papa de casa por casa, de puerta a puerta, que recorrió todo el mundo. Un Papa que abrió la Iglesia a todos, que refrescó el mensaje apostólico, que lo hizo más cercano. Un Papa desbordante de afecto que visitó a tantísimos países y anduvo por estas tierras, en las que sus pisadas dejaron impregnado un compromiso cristiano, una forma de entender la vida: "Huelva: sé tú misma, descubre tus orígenes, aviva tus raíces".

Ruta mariana por los Lugares Colombinos, por Moguer, Palos y La Rábida

La antesala a su visita fueron los Congresos Internacionales Mariano y Mariológico del 92, en los que personas de todos los rincones del mundo pudieron profundizar en María, en un tiempo de gracia como eran el 500 aniversario del Descubrimiento y la Evangelización de América. En ese preámbulo se vivió de una forma especial el sentido mariano con las coronaciones canónicas de las vírgenes de Montemayor, las Angustias, de la Cinta y como cierre, la de los Milagros. Era la Huelva la capital espiritual del 92.

Para esta joven Diócesis hay un antes y un después, ya que aun sin haber cumplido su primer medio siglo de existencia se disponía a recibir a un Papa, a Juan Pablo II por más señas.

Se convocaba a los agentes sociales y religiosos de Huelva, ahora a participar en la venida del Juan Pablo II, coordinados por Juan Mairena Valdayo, que capitaneó a un gran equipo de colaboradores en una larga lista de nombres. Nada fue fruto de la casualidad ni de la improvisación.

El Santo Padre, que había estado en Santo Domingo para abrir este tiempo de gracia del V Centenario, quiso clausurar tan magna efemérides aquí, en la provincia de Huelva. Era su deseo reconocer la aportación nacida en el humilde cenobio franciscano de La Rábida, tan sumamente importante para los marineros de nuestras costas, que capitaneados por el buen saber de los de Palos de la Frontera, llegaron a América. Con ellos viajaban no sólo los deseos y proyectos comerciales, iba la luz de Dios, la luz para alumbrar al Nuevo Mundo.

El 14 de junio de 1993 se recuerda como el día más importante de esta provincia. Resultó un día especial, Huelva demostró que es capaz de afrontar grandes retos. El Santo Padre la volvió a poner de nuevo, cinco siglos después, en la mirada de todo el orbe, una provincia que siempre fue ninguneada.

El día nació con inquietud, que llegó hasta el patio del recreo del Colegio Colón, tan colombino como la efemérides; los hermanos Maristas y sus alumnos, locos de contentos. Un Papa en el patio del cole, donde corretean los niños, se juega con el balón, se comen chuches, se transmite la ilusión por la cultura y la fe a nuevas generaciones de onubenses.

De ahí a la avenida de Andalucía, una Eucaristía presidida por el Santo Padre ante la Virgen de la Cinta. Todo queda dicho de lo que supuso para Huelva este viaje, es la imagen del Papa arrodillado ante el paso de nuestra Patrona, agarrado a la esquina de su costero izquierdo; no estaba en el protocolo, pero el Santo Padre era así y rezó ante Ella. Quedó luego, por unos momentos, mirándole el rostro a la Virgen en su paso. Imágenes que retienen el tiempo.

¡Bendito el que viene en nombre del Señor! Con estas palabras el obispo de Huelva, monseñor Rafael González Moralejo, recibía al Santo Padre. "Mas ¿de dónde a nosotros que el Vicario de Jesucristo en la tierra venga a visitarnos?".

Al Papa se le encontraba feliz en este acto, con la danza de los cascabeleros de Alosno y con este cielo azul Huelva que cubrió el acto. Asistieron 5 cardenales, 52 arzobispos y obispos, 250 sacerdotes y miles de personas.

Juan Pablo II advertía de los peligros que acechan en la gran travesía de la Nueva Evangelización. El alejamiento de Dios, con la pérdida de la propia dignidad humana y de los valores básicos de la convivencia cívica.

En su despedida improvisó unas hermosas palabras: "Aquí, en este lugar tan sugestivo, donde tuvo sus inicios la Evangelización del Nuevo Mundo hace cinco siglos, hoy hemos alzado la voz al Señor de la historia por la Nueva Evangelización de todo el mundo, de todos los países, de nuestras patrias del Nuevo Mundo, de todos los continentes".

La travesía del Papa en Huelva fue bastante marinera, recorriendo los Lugares Colombinos; comenzó este periplo por la tarde tras abandonar el palacio episcopal, donde descansó. Llegó a Moguer para visitar la iglesia de la Granada, hasta donde se había trasladado para ocasión tan especial la Virgen de Montemayor. En Palos, con visita a la iglesia de San Jorge, donde resonaba la armada de los marineros descubridores. Luego en La Rábida visitó el monasterio y coronó a la Virgen de los Milagros, delante del monumento del IV Centenario. En La Rábida, tuvo palabras en las que reveló la "gran emoción que le producía encontrarse en el lugar, totalmente histórico, donde empezó un nuevo capítulo de la Historia del Mundo, de nuestro Mundo, del Nuevo Mundo, de todo el Mundo, del globo terrestre. Donde empezó también la Historia de la Salvación y de la Evangelización del continente americano".

Y de nuevo puso de referente a María porque "siempre vuelven a este lugar bendito, encomendándose a la Señora de los Milagros, a la Madre de los hombres, a la Reina de las América, todos nuestros hermanos de aquí, de España y de la otra parte del Mundo".

El final fue a los pies de la Virgen del Rocío, reafirmando la importancia de esta devoción que rompe fronteras provinciales. Juan Pablo II manifestó sentirse feliz aquella tarde entre nosotros y convencido de los valores de la religiosidad popular, dijo que había pedido a Ella, nuestra Madre celestial, "en la alegría de vuestra forma de ser", "la firmeza de la fe". "¡Que por María sepáis abrir de par en par vuestro corazón a Cristo, el Señor!". El Papa se despidió entre aplausos, con un "¡Que todo el mundo sea rociero!".

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