Huelva barrio a barrio

La Orden Alta: La serenidad de los inviernos

Vistas desde el balcón del Conquero del santuario de la Cinta.

Vistas desde el balcón del Conquero del santuario de la Cinta. / Rafa del Barrio

En la Avenida de Diego Morón los árboles se desperezan decaídos. Sin hojas. Como sin ganas. Es la melancolía del invierno. La del viento en la cara. El frío en el cuerpo. Y el sol en la calle. Es la época de los contrastes. Que no deja de ser una estampa romántica en todo su esplendor. Lo mismo se pasea entre esa naturaleza desnuda como que se asoma a un balcón en el que vive la primavera. El invierno en la Orden Alta se perfuma con ese romanticismo que para muchos quisieran. Es de esos sitios en los que caminar con unos cascos puestos o mirando hacia abajo es perder tiempo. De vida. Con lo fácil que es ganarlo en este remanso de paz. 

La Orden Alta juega en invierno en otra liga cuando se habla de los cincos sentidos. La tranquilidad es una bomba de oxígeno tan cotizada que allí sobra cuando se cruza un dintel en el que reza Gratia Plena en un azulejo. El santuario de la Cinta, con su entorno recién remodelado, congrega un diccionario de sinónimos a partir del sosiego, la quietud, la serenidad, el reposo y el silencio. Quién da más con tan poco. Quién puede siquiera empatar. Si hasta el sol se derrama en un cuadro que ni los pinceles. 

Ese balcón del Conquero es testigo diario de los juegos de niños, de los secretos del barrio, de los problemas, de las reivindicaciones, y de las cosas buenas, claro. Ese balcón es el que, también, se disfraza de muérdago para los besos prohibidos. De esos que se esconden bajo una lluvia de estrellas.

Y es la Virgen de la Cinta la que es faro y guía, no ya solo de un barrio, sino de una ciudad que desprende su fe todo el año. Y hasta allí, al santuario, hay una peregrinación de onubenses, de autobuses, de turistas. De cualquiera que vaya buscando alimentar el corazón. Y es en su patio donde se reúnen las vecinas; las que tienen a la Virgen como una visita diaria. Como a una madre. Y hasta Santa Teresa de Jesús van también los caminos para rezar. Perdón y Dolores. Todo un año. Y cada Lunes Santo. 

El paso del tiempo cambió la fachada de un barrio en el que siguen los mismos pero con otro escenario. Los Desniveles se levanta como la asociación vecinal en la que es punto de encuentro necesario para este enclave hoy primordial. Donde antes, hace años, era una explanada de tierra y que ahora es donde se echan raíces con entretenimiento, amistad y aprendizaje. Es decir, salud. Las inmediaciones de este enclave sirven como una balsa imperturbable para esas pequeñas reuniones. Que son improvisadas pero saben que se van a producir. Lo mismo ocurre con los bares. Son los que tienen esa magia donde la gente llega sin haber quedado pero sabiendo que siempre hay alguien que le espera. Esas son las cositas de un barrio en el que la hostelería tiene nombres como el Góndola, el Fantasma o el Blanca Paloma. Este último, frente por frente a lo que fue un hospital para la ciudad que pudo reactivarse en la pandemia y que incluso estuvo en quinielas para el Materno Infantil. 

La Avenida de Diego Morón es la columna vertebral donde se formalizan los mandaos. Se vive. Y se sueña. Tiene una administración que hace realidad alguno de estos deseos, como ocurrió con el Segundo Premio del Niño de este año. Calle arriba se asoma a la derecha la Peña Flamenca de La Orden. Palabras mayores. Donde todavía suena esa hechizada guitarra del Niño Miguel si uno pega su oreja en su monumento. 

La Orden Alta, que llega hasta el centro de salud, es la perfecta conexión con la otra mitad de la barriada, La Orden Baja. Se necesitan la una y la otra. Que termina convirtiéndose en un pequeño ecosistema que pocos entienden más que los de allí. Y así se pasan los días en esta explanada de paz y vivencias con gente que tiene la humildad por bandera y el esfuerzo en el alma. Esto es La Orden Alta. Donde uno se enamora cada invierno. 

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios