Historia

'Operación Huelva', amor y espionaje en tiempos de guerra

  • En 1943, en plena Guerra Mundial, los grupos operativos ‘Gamma’ italianos realizaron acciones de sabotaje en Huelva. El buque ‘Gaeta’ fue su base de operaciones. Atracado en el puerto onubense desde 1940, la presencia del barco italiano dejó también huellas en los habitantes de la ciudad

El ‘Gaeta’, atracado en el muelle norte tras ser atacado por los espías alemanes (ilustración de Fernando Álvarez Uribarri).

El ‘Gaeta’, atracado en el muelle norte tras ser atacado por los espías alemanes (ilustración de Fernando Álvarez Uribarri).

Casi podían masticar la niebla aquella anoche. Se había levantado de repente, tan espesa que apenas se veían sus propias manos. Vianello apuraba un cigarrillo y se movía, nervioso, de un lado a otro. No ayudaba el frío, desde luego, ni tampoco el incesante tintineo metálico de algún bote que, fondeado detrás del muro, probablemente esperaba a algún pescador nocturno. Aunque también era posible que ya hubiera alguien a bordo. Algún silencioso pasajero, de esos que tan bien se manejaban en lo de permanecer con la boca cerrada y los oídos abiertos, acechando cada movimiento, cada palabra, para contarlos. Se suponía que nadie sabía de su presencia en la ciudad, pero uno nunca podía fiarse de un espía. Para colmo, les acechaba la sombra invisible del coloso de piedra que tenían justo detrás, que parecía vigilarlos desde allí arriba, dispuesto a aplastarlos al más mínimo movimiento.

-Merda, Salvatore. ¿No había otro sitio para hacer esto? A mí esta cosa, questoColombo giganti, me está poniendo nervioso.

-Es aquí. Dicen que es más seguro, que está lejos de la ciudad y que no pasa nadie, Carlo. Tranquilízate.

Vianello lanzó la colilla contra el suelo, haciendo ligeros aspavientos con las manos, como descartando cualquier tipo de discusión, y empezó a caminar en dirección al muro, sacando la Beretta que ocultaba en el bolsillo del abrigo, preparando el cuerpo para enfrentarse a lo que sea que hubiera en el agua. No llegó a asomarse. El chirrido de unos frenos rompió el inquietante silencio y los alertó de la llegada del coche llevaban esperando desde la caída de la tarde. Dos tipos salieron rápidamente del vehículo, abrieron el portón trasero y, sin mediar palabra, fueron dejando sobre el suelo montones de cajas. Luego, se marcharon con las mismas: sin decir ni mu, rodando muy despacio y sin encender las luces del Fiat, que enseguida se tragó la niebla. Nizzi y Vianello se apresuraron a recoger la carga para subirla a su propio coche. Después de un mes de desesperante espera, allí estaba, por fin, todo el equipo: los trajes, las bombonas, una barca hinchable, algunas armas y una cantidad de explosivos suficiente para echar abajo el dichoso monumento y más de media ciudad, si se terciaba. Pero no estaban allí para eso.

Aquella noche, la del 6 de abril de 1943, fue oficialmente la primera de la 'Operación Huelva', aunque en realidad había empezado a gestarse mucho antes, hacía casi un año, en el verano de 1942, cuando el mando de la Décima Flotilla italiana diseñó una curiosa estrategia de guerra basada en la realización de ataques por sorpresa contra intereses económicos y militares ingleses. Los Grupos Operativos Gamma eran una pequeña fuerza de buceadores especializada en acciones de sabotaje que se estaban convirtiendo en la pesadilla de los aliados en los puertos de los países supuestamente neutrales, como los españoles, en los que el tráfico naval mercante enemigo era continuo. Aquel puerto en concreto, el de Huelva, era estratégico para los ingleses porque desde allí se embarcaba un importante volumen de minerales y piritas, una materia prima básica para la industria bélica. Salvatore Nizzi y Carlo Vianello habían sido llamados por el comandante Borghese para dirigir la actividad de los Gamma en España. Viajaron hasta Barcelona de forma clandestina, y tras un paso fugaz por Madrid y Sevilla llegaron a la ciudad de Huelva un mes antes, el marzo de 1943. Durante ese tiempo habían permanecido escondidos a bordo del Gaeta, conviviendo con la tripulación con nombres y cargos falsos: Nizzi, como el nostromo Sergio Niggian, y Vianello, como el primer oficial de cubierta Cesare Viani. El Gaeta era un barco de bandera italiana que llevaba ya varios años refugiado en Huelva, desde que la entrada de su país en la guerra los pillara en medio de ninguna parte y decidieran darse media vuelta para evitar a los ingleses. Nada que reprocharles, se decían los dos soldados. Los del barco habían ejercido su derecho a salvar el pellejo y nadie, mucho menos ellos, les podía decir por eso que fueran unos cobardes o unos traidores. Eso no quitaba, claro, para que apenas les dirigieran la palabra. Al fin y al cabo, no podían evitar que cierto resquemor, puede que envidia, les recorriera el cuerpo al ver a sus compatriotas tan lejos de una guerra en el que ellos llevaban ya tanto tiempo combatiendo y arriesgando sus vidas. Sin molestar, pero sin hacer amigos, entraban y salían del barco cada día lanzando, si acaso, algún saludo seco, casi hosco, como el de esa noche cuando se cruzaron con D’Altilia, un mozo de cubierta alto y simpático que había terminado echando raíces en la ciudad después de que conociera a Luisa Carretero, la hija de uno de los buzos del Puerto. La historia de amor de siempre, ya saben: la muchacha va cada día a llevar el almuerzo al padre, la muchacha cruza una o dos miradas con el apuesto marinero italiano, el apuesto marinero la saluda, y al otro día intercambia un par de palabras, y la muchacha le ríe la gracia y entonces el apuesto marinero sale todos los días a la misma hora para fumar un cigarrillo y volver a cruzarse con ella, y la muchacha que se para y ambos charlan un rato, y al día siguiente, más, y al otro más tiempo aún, y ninguno de los dos quiere irse de allí nunca, de ese momento en el que ríen y aprenden palabrejas en el idioma del otro y entones ríen aún más, y un día de esos el apuesto marinero no lo resiste más y la besa, y la desprevenida muchacha se pone como un tomate y se marcha corriendo a casa, y al día siguiente vuelve y él da un salto de alegría cuando la ve, y siguen hablando de cada cosa que les pasa en sus vidas y un día el joven conoce a los padres de ella, y al domingo siguiente se van a pasear al parque, y al otro a La Rábida, y al otro ven El prisionero de Zenda en el Teatro Mora, y cuando se dan cuenta se están casando, y al poco ella está embarazada y tienen una niña preciosa, y luego esperan al segundo para hacer la parejita y todo ha pasado tan rápido que Rafael no puede evitar sonreír durante unos segundos antes de responder el antipático saludo de los dos nuevos marineros.

-Ciao -replica el mozo de cubierta, con un gesto bobalicón porque ahora está pensando en lo que hará cuando vea por primera vez la cara de su hijo. Cuando sea padre otra vez, dentro de solo tres meses.

Nizzi y Vianello se miran y, sin decir nada, continúan arrastrando los sacos hasta el Gaeta. Con todo el sigilo que pueden, sacan el material y lo van colocando sobre la cubierta antes de ordenarlo con meticuloso detalle. Después lo esconden todo en el camarote de Vianello y se van a dormir con la certeza de que no van a pegar ojo por los nervios y la adrenalina. Les esperan unos días intensos. Intensos y peligrosos. Aunque esperan que para los ingleses sea mucho peor.

El 'Gaeta', fondeado en la isla de Bacuta (Colección Jesús Copeiro). El 'Gaeta', fondeado en la isla de Bacuta (Colección Jesús Copeiro).

El 'Gaeta', fondeado en la isla de Bacuta (Colección Jesús Copeiro).

El primer ataque de los Gamma en Huelva se llevó a cabo pocos días después, el 22 de abril. Vianello había logrado acercarse a unos cuantos metros del objetivo, un mercante británico de unas 4.500 toneladas, pero un fallo en el suministro de oxígeno justo cuando estaba llegando al casco del barco le obligó a darse la vuelta y abortar la operación. A la noche siguiente, una vez reparado el equipo, volvieron a intentar el ataque, esta vez con éxito. Dejaron varios explosivos bauletti adosados al casco del Saltwick y volvieron al Gaeta a esperar noticias. Al fin, el 6 de mayo, los espías dirigidos por Alberto Tonelli, que operaba en Huelva amparado en una empresa de transporte de pescado, les advirtieron de la llegada de nuevas presas: tres vapores británicos que acababan de entrar en el puerto para cargar mineral. Le echaron el ojo al más grande, el Ladovich, un gigantesco buque de 9.700 toneladas que estaba atracado en el muelle norte, a unos 3.000 metros del Gaeta. El ataque fue planificado para la noche del 12 al 13 de mayo. Para evitar sorpresas, Nizzi decidió recorrer a nado la distancia que lo separaba de su objetivo. Se lanzó al agua a las 21.45, poco después de ponerse el sol, y empezó a nadar, despacio y en silencio, hacia el muelle, pero en cuanto abandonó la protección del Gaeta, se dio cuenta de que algo no estaba yendo como esperaba: la corriente, muy fuerte, nadaba en su contra y le hacía imposible moverse desde allí, así que eligió tomar otro camino, acercándose al mercante desde la orilla para sumergirse cuando lo tuviera enfrente y a poca distancia. Nizzi inició al fin la inmersión con el Ladovich a unos 30 metros. Era la 1:00 de la madrugada, y a las 4:30 ya estaba de vuelta en el Gaeta con el trabajo hecho. Ya solo había que esperar a que los baulatti que había pegado bajo la sala de máquinas del buque hicieran bien el suyo.

Buceadores de asalto italianos colocando los bauletti explosivos (ilustración de Miguel Ángel Bolaños Ruiz publicada en ‘Espías y Neutrales. Huelva en la II Guerra Mundial’, de Jesús Copeiro) Buceadores de asalto italianos colocando los bauletti explosivos (ilustración de Miguel Ángel Bolaños Ruiz publicada en ‘Espías y Neutrales. Huelva en la II Guerra Mundial’, de Jesús Copeiro)

Buceadores de asalto italianos colocando los bauletti explosivos (ilustración de Miguel Ángel Bolaños Ruiz publicada en ‘Espías y Neutrales. Huelva en la II Guerra Mundial’, de Jesús Copeiro)

El siguiente trabajo de los Gamma en Huelva se ejecutó exactamente un mes más tarde, la noche del 12 al 13 de junio, cuando otros cuatro barcos ingleses realizaban las operaciones de salida del Puerto. Nizzi había planeado un ataque fugaz a uno de ellos, pero un inesperado movimiento lo disuadió: probablemente alertados por el servicio secreto británico, los operarios empezaron a hacer inspecciones de todos los buques justo antes de que salieran del Puerto. Primero deslizaban un cable de acero bajo los cascos, y no contentos con eso, los buzos ingleses realizaban después una inspección visual, lo que terminaba reduciendo al mínimo cualquier posibilidad de éxito de los sabotajes de los italianos. Cuando Nizzi y Vianello habían dado ya por finiquitada su misión en Huelva, sucedió lo improbable: una maniobra de salida desafortunada dejó a uno de los vapores encallado en la ría, y Nizzi no se lo pensó dos veces. Regresó rápidamente al Gaeta para recoger el equipo y meterse bajo el agua, dejando dos cargas dispuestas en el centro del barco, que con la subida de la marea logró liberarse y continuar con su travesía.

Aquella fue la última intervención de los Gamma antes de marcharse de Huelva. En total, habían atacado tres barcos británicos: el Saltwick y el Hartbridge, cuyas cargas no llegaron a estallar nunca, y el Ladovich, el gran buque de 9.700 toneladas que, este sí, acabó hundiéndose en alguna parte del Atlántico cerca de Gibraltar. Los dos soldados regresaron a Madrid, donde fueron apresados por los ingleses en enero de 1944. En agosto de ese mismo año fueron repatriados a Italia, que ya por entonces formaba parte del bando aliado tras su rendición en septiembre de 1943. El movimiento de Italia dio una vuelta radical a la situación del Gaeta. El acuerdo de rendición ponía, entre otras cosas, todos los buques italianos a disposición de los aliados. Los espías alemanes que operaban en Huelva, y que conocían muy bien el barco, prepararon un atentado para inutilizarlo y evitar así que fuera utilizado por los británicos. La madrugada del 4 de diciembre de 1943 colocaron en la cola del buque una bomba de tiempo que destrozó la hélice y causó importantes daños en la parte posterior del casco. Poco tiempo después, el 8 de enero de 1944, el remolcador inglés Nimble llegó desde Gibraltar para llevarse definitivamente el Gaeta, que desaparecía así del paisaje del Puerto, donde había permanecido durante casi cinco años, tiempo de sobra para que esa imagen, la de un Gaeta roto y arrastrado abandonando las aguas de Huelva, no sea la que cierre su historia. El último capítulo hay que buscarlo en otro sitio.

Raffaele D’Altilia y Luisa Carretero. (Colección de Pepita D’Altilia, por cortesía de Enrique Nielsen). Raffaele D’Altilia y Luisa Carretero. (Colección de Pepita D’Altilia, por cortesía de Enrique Nielsen).

Raffaele D’Altilia y Luisa Carretero. (Colección de Pepita D’Altilia, por cortesía de Enrique Nielsen).

Durante más de 20 años, el investigador y escritor Jesús Copeiro trató de encontrar, sin éxito, a familiares o supervivientes de la tripulación del Gaeta para escuchar su versión de lo que ocurrió durante aquella larga estancia en Huelva. Fue mucho después, durante las investigaciones que realizaban para su libro El misterio de William Martin, cuando Enrique Nielsen dio con el último eslabón de la cadena: Raffaele D’Altilia, el ‘apuesto marinero italiano’, que no se fue con el Gaeta porque había decidido que su sitio estaba en Huelva, donde había formado una familia con Luisa y sus hijos Pepita y Francisco. Raffaele se ganaba la vida trabajando en el Puerto, como su suegro, y vivía feliz en su casita de la calle Padre Marchena, en un patio de vecinos al que alguien llamó Brasil Grande. Durante un tiempo, la familia D’Altilia vivió tranquila, sin más sobresaltos que los del día a día, hasta que fueron a buscarlo. Eran dos policías, italianos, y lo acusaban de cosas terribles: “ha abandonado a su país”, “ha desertado”, “tiene que volver a Italia con nosotros”, decían, y él solo podía besar a sus hijos una y otra vez: “mis bambinos”, repetía, y Luisa lloraba desconsolada, encerrada en su habitación, y entonces se lo llevaron y nunca más volvieron a verlo. Rafaelle, cuenta Pepita D’Altilia a Nielsen, llegó a mandar algunas postales desde la localidad de Rodi Garganico, un pueblecito italiano del Adriático, pero no hubo más. En 1949 se fueron a vivir a Madrid para estar cerca de la embajada italiana, no sea que llegaran noticias de Raffaele. Diez años después fue dado por muerto. Luisa “no lo pudo soportar y falleció joven, a los cuarenta y cinco años, de dolor y de pena”. Pepita y Francisco, sus bambinos, siguen viviendo en Madrid, donde han formado sus propias familias. Hijos, hijas, nietos y nietas que cada día les recuerdan que, pase lo que pase, en el amor y o en la guerra, al final, siempre, la vida sigue.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios