Nuevos tiempos en la Cámara, mismas broncas
Los enfrentamientos siguen a la orden del día en el hemiciclo, donde afloran los móviles y un beso sonado
Aunque es indudable que los tiempos han cambiado en el parlamentarismo español, el debate de investidura demostró que la capacidad para montar una bronca permanece intacta, y sólo hace falta mencionar la bicha o saber adjetivar ocurrentemente al adversario. La bicha, en este caso, fue la cal viva con la que los GAL enterraron a los etarras Lasa y Zabala, antiguo episodio de la guerra sucia rescatado por Pablo Iglesias para dirigirse a los socialistas y a su histórico Felipe González. En un discurso donde Iglesias repartió leña a diestra y siniestra, aludió al pasado "manchado de cal viva" del ex presidente del Gobierno.
Y si hubo protestas de los socialistas en su primera alusión, en la última se montó gorda, con sonoros gritos de "fuera, fuera, fuera" que Iglesias aprovechó para encararse con ellos y pedirles respeto, gracias a que tenía el micrófono abierto, poniendo a prueba al presidente del Congreso, Patxi López. Así terminó, entre gritos y ruido, su estreno en el Congreso, no exento de otros momentos estelares, el mejor de todos el beso en la boca a Xavier Domènech.
La mañana comenzó con un hemiciclo abarrotado a la espera de Mariano Rajoy, que se hizo esperar unos minutos presto a echar por tierra el envite de Sánchez por un pacto con Ciudadanos que calificó de "bluf". Sus continuas alusiones un tanto despectivas a los socialistas -"ya verán como lo entienden a pesar de ser ustedes", reiteró- no gustaron nada en los 90 escaños del PSOE, pero encantaron a los suyos.
La intervención de Rajoy fue aprovechada por Iglesias para repasar el discurso que luego iba a pronunciar, mientras Íñigo Errejón se afanaba en usar su móvil, práctica frecuente en el ala izquierda del Salón de Plenos. Desde la tribuna de invitados, el padre Ángel, fundador de Mensajeros de la Paz, no se perdía nada, mientras el padre y la novia de Rivera aguardaban el estreno del líder de C's.
Cuando Sánchez subió a la tribuna, Iglesias abandonó su ensimismamiento y puso caras y gestos a muchos de sus argumentos, e incluso intercambió mímicas con el ministro de Exteriores en funciones, José Manuel García-Margallo. Como ya ocurrió el martes con el discurso de investidura, el lenguaje gestual conformó un debate paralelo, con un Rajoy que no ocultaba aburrimiento mientras hablaban Iglesias o Rivera, o con Sánchez enfrascado en tomar notas y consultar el móvil sin mirar a Iglesias mientras intervenía en la tribuna.
Rivera se tomó con buen humor los cariñosos apelativos que el de Podemos le dedicó insistentemente para descalificar su acuerdo con el PSOE, en especial el que identificó a C's como "la naranja mecánica" por su color corporativo, pero Iglesias echó en cara a Sánchez que no lo mirara nunca. Aunque luego él se olvidó de atender a Rivera, ocupado en consultar su móvil, con la botellita de agua siempre a mano y que ya parece equipamiento imprescindible de los diputados de su grupo.
Eso sí, el reglamento del Congreso sigue siendo el mismo que en la anterior legislatura, y el artículo 71, que permite pedir la palabra por determinadas alusiones, sigue siendo el favorito. Rajoy, tal vez nostálgico, lo invocó y pudo hablar para puntualizar a Rivera, aunque el presidente López luego le reprochó que hubiera usado la palabra para ir más allá de unas supuestas alusiones; lo reclamaron Margallo, Fernández Díaz y Rafael Hernando. A todos los dejó intervenir Patxi López, incómodo por el transtorno que suponía para el debate, por otro lado inusualmente rápido, pero, cansado de tanta interrupción, a Domènech lo dejó con las ganas. Al fin y al cabo, él ya tenía su beso.
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