Las victimas del doble crimen de almonte | a pocos días del juicio

Miguel Ángel y María: una simbiosis de amor incondicional

  • El almonteño Aníbal Domínguez habla por primera vez en cuatro años y medio sobre cómo eran su hermano y su sobrina

A veces hablamos de las víctimas de un crimen sin reparar (de verdad) en ellas. Sin darnos cuenta de que eran personas de carne y hueso, con virtudes y defectos, llenas de una vida que alguien decidió interrumpir para desgracia eterna de los que los amaban. Uno empatiza y se sobrecoge con un caso como el del doble crimen de Almonte, con víctimas con nombres y apellidos: Miguel Ángel Domínguez Espinosa y María Domínguez Olmedo. Cómo no hacerlo. Pero llegado el momento, cuando el asunto se dilata en el tiempo, la propia psique pone pies en pared, quizá por aquello de tratar de protegernos de lo inconcebible de las consecuencias de la vileza humana.

Hoy les damos voz a través de Aníbal Domínguez, hermano y tío de padre e hija. Él, también una víctima colateral de las circunstancias, ha ejercido de portavoz de la familia todo este tiempo. Pero hasta ahora no se ha atrevido a regresar a las fotos de su hermano y su sobrina del alma. Hasta ahora, y han pasado casi cuatro años y medio de los crímenes, no se ha aventurado a hablar con la prensa para contar cómo eran. Lo hace hoy, en primicia, para Huelva Información.

Ya ni los días soleados son bonitos para mí, siempre tienen algo grisáceo; los echo mucho de menos"

Miguel Ángel Domínguez Espinosa era almonteño de pura cepa. Tenía 39 años cuando el cuchillo empuñado por un desalmado se interpuso en su camino vital. El 28 de mayo iba a cumplir los 40. Era muy conocido y querido en su pueblo. Después de obtener el título de auxiliar administrativo "siempre se dedicó a trabajar de cara al público" en distintos establecimientos, supermercados básicamente. Precisamente allí conoció a la que sería su pareja durante años, la madre de María, Marianela Olmedo (personada también en la causa como acusación particular), con la que empezó a salir en torno a 1995 y con la que se casó el 27 de octubre de 2001.

Los tres conceptos que mejor definen a Migue, como lo llama su hermano Aníbal, son "la paciencia, la amabilidad y la capacidad tremenda de empatía, aunque tuviera un problemón siempre trataba muy bien a los clientes, de forma exquisita". Educado, afable y amigo de sus amigos, tenía "cero ambición y no envidiaba nada a nadie". Tanto es así que los investigadores de la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil que investigaron el caso se mostraron sorprendidos al realizar más de 700 entrevistas "y que nadie hablara mal de él". De hecho, esta circunstancia dilató más la investigación: la detención de Francisco Medina no se llevó a efecto hasta 14 meses después del doble asesinato.

Sus principales aficiones eran su hija, el cine y los libros. Devoraba películas e historias encuadernadas, era un "lector empedernido". Además, "no tenía carné de conducir y mi padre o yo lo solíamos llevar a los cines de La Palma", cuenta Aníbal. A Miguel Ángel le encantaba jugar al fútbol -llegó a formar parte de la plantilla del equipo amateur de Almonte y de la del Bollullos-, y era seguidor del FC Barcelona.

Su padre, Antonio, era su gran apoyo. Sin embargo, Aníbal dice que su hermano tenía "una inteligencia retraída: sabe mucho pero calla". Era, en cierto modo, introvertido y no solía hacer partícipe de sus problemas a su entorno.

Los primeros años de convivencia con Marianela en el piso que los dos habían comprado en la avenida de los Reyes de Almonte fueron buenos, aunque a juicio de Aníbal en la relación entre ambos "Marianela tenía más carácter y mi hermano era más dócil". A pesar de preservar una estrechísima relación con sus padres y su hermano Aníbal, al que llevaba cuatro años de diferencia, "nunca llegó a darnos llaves del piso, por ejemplo".

María era el centro de su universo. Cuando vino al mundo aquel 25 de enero de 2005 lo vivió con mucha emoción. "Ya le gustaban los niños, imagínate cómo se comportaba con su hija". La relación de padre e hija se resume, en palabras de Aníbal, "en una simbiosis de amor, amor y amor". Eran "uña y carne".

Ella había heredado de su padre la pasión por la lectura. Le gustaba, de hecho, leer en voz alta. Un día que estuvo con su tío y sus abuelos en Huelva "nos asustamos porque la perdimos de vista, y era que se había quedado rezagada leyendo el menú de la carta de un restaurante", expuesto en la calle.

La pequeña -a la que el asesino arrebató la vida cuando sólo tenía ocho años- era "alegre, espontánea, inteligente y educada, de eso se encargaba su padre", que incluso llegó a pedir a su maestro en el colegio El Lince de Almonte, donde la menor cursaba 2º de Primaria, que volviera a sumar los puntos de un examen porque se había equivocado en la nota. A Miguel Ángel no le gustaban las trampas. Y a ella se le daba bien estudiar.

Le gustaba disfrazarse y todo lo que tuviera que ver con ser una princesa. "Se ponía los tacones de su madre o cualquier bata de la abuela y caminaba por casa", recuerda con nostalgia Domínguez. Entre los recuerdos que la familia comparte con nuestros lectores, se la puede ver disfrazada. Y siempre acompañada de amigos, unos críos que están traumatizados por el fatal desenlace de María.

La menor era "cariñosa" y sentía fervor por los animales. "Un mes antes de lo sucedido, el Miércoles Santo, fuimos al campo y vimos un perrito blanco que parecía perdido; pues se lo llevó a casa para darle de comer", recuerda su tío. Antonio, su abuelo paterno, era "su gran confidente".

Las cosas entre los padres de María Domínguez comenzaron a torcerse -calcula- en torno a 2007 ó 2008. Todos trabajaban en un supermercado local. Incluidos Aníbal y Francisco Javier Medina, el almonteño procesado por el asesinato de padre e hija. El acusado había sufrido un accidente de caza -le disparó su hermano- y "mi hermano me dijo que iba a ir a verlo con Marianela".

Ahí empezaron las sospechas de que ella podía estar manteniendo una relación con el presunto asesino de su hija y de su todavía marido. Medina también tenía novia y, al parecer, fue ella la que destapó el pastel. "Yo lo conocía bien; no me gustaba, era muy zorro, astuto, huidizo", sentencia Aníbal.

Y Miguel Ángel también se daba cuenta de todo. Tanto es así que cuando Fran Medina se ofreció para trabajar en el turno de noche, "él también; quería tenerlo controlado". La situación se prolongó durante varios años. "Creo que mi hermano aguantaba porque la quería y por la niña, a la que trataba de evitarle cualquier dolor", precisa Aníbal.

Tras el verano de 2012, sólo unos meses antes de la tragedia, Marianela le pidió el divorcio. Le planteó un convenio de separación que Miguel Ángel no estaba dispuesto a aceptar "porque se aferraba en alma a su hija y a su piso", el que había ganado con el sudor de su frente. Sacó las uñas "porque consideraba que él no había hecho nada". No obstante, Marianela decidió "darle otra oportunidad al mes de presentarle el convenio de separación". Pero la tregua acabó pronto y regresó a los brazos de Medina.

Según la versión de Aníbal Domínguez, "él le tenía grandes celos a mi hermano". Tanto que "ella recogía a la niña en la puerta del piso porque Medina le impedía entrar y tener contacto con mi hermano". Y María, tras la separación de sus progenitores, ya en los últimos meses de noviazgo de su madre con el presunto autor del doble asesinato, estaba "más tristona". Ella, asegura su tío, "lo sufrió calladamente, se le notaba triste y a veces con la mirada perdida".

El último rato que Aníbal compartió con su hermano y su sobrina en vida fue el viernes 26 de abril de 2013, un día antes del asesinato. Miguel Ángel había dejado a la niña en casa de los abuelos "y yo mismo la bañé esa tarde; la puse en la mesa, la sequé y nos reímos un rato; mi hermano llegó en ese momento y bromeó con que era la primera vez que la bañaba su tío". A continuación "se puso a echarle cremita por los brazos y en las corvas, porque la niña tenía dermatitis atópica". Sobre las 22:00, "Migue recibió una llamada de Marianela y estaba ofuscado porque ella quería que le llevara a la niña a casa y él no tenía coche; yo me fui en ese momento". Fue la última vez que se vieron.

Aníbal Domínguez subraya una cuestión que, a su juicio, refuerza más si cabe la idea de ese lazo indestructible que conectaba a la pequeña María con su padre. Según el informe de parte sobre la reconstrucción del crimen realizado por el perito Juan Hellín (y como también se señala en el auto de procesamiento de Francisco Medina), la niña no abandonó a su padre. Quizá pudo huir cuando el asesino se ensañaba con Miguel Ángel. Pero no lo hizo. Por alguna razón, "ella dio un giro en el pasillo, fue a la cocina, abrió un cajón, cogió un cuchillo y se fue a su habitación; no podemos decir que sea una heroína porque ninguno nos hemos visto en una de ésas, pero lo cierto es que no huyó escaleras abajo cuando el asesino apuñalaba a su padre".

Aníbal echa muchísimo de menos a los dos y ya "ni los días soleados son bonitos para mí, siempre tienen algo grisáceo". Vive con la permanente sensación de que "nos faltan cosas por hacer juntos; me hubiera gustado llevar a María a ver el musical de El Rey león, irnos los tres a la playa a Mazagón, como solíamos hacer, o ver partidos del Barça con mi hermano".

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