Marifer, memoria viva

Obituario

Fallece María Fernanda Thomás de Carranza, la compañera ideal del pintor onubense José Caballero

Medio siglo del mural de Caballero

María Fernanda Thomás de Carranza.
María Fernanda Thomás de Carranza. / José Ramón Ladra

Ha muerto María Fernanda Thomás de Carranza, la compañera ideal del pintor onubense José Caballero, la guardiana fiel de su legado; no solo de la obra material, también del sentido último de la misma, que ella explicaba como nadie. Podía hacerlo, porque fue testigo de excepción de la génesis de esa inmensa experiencia creativa que fue la pintura de Pepe Caballero, una obra que tiene un capítulo propio en la historia del arte español contemporáneo.

Yo nunca me atreví a llamarla Marifer, aunque así la conocía todo el mundo, probablemente desde que era aquella niña de la calle Jorge Juan del Madrid de los años treinta en que había nacido. Tampoco ella hubiera permitido, pienso, que la llamase doña María Fernanda, a pesar de que infundía un gran respeto. Pero no porque fuera persona de marcar distancias –todo lo contrario–, sino porque te hablaba como si tal cosa de los amigos que había tratado junto a Caballero, cuya nómina provocaba un vértigo absolutamente paralizante: Daniel Vázquez Díaz (ella siempre lo refería como don Daniel), Picasso, Pablo Neruda, Rafael Alberti, José Bergamín, Maruja Mallo….

Un día ya lejano la llamé desde Huelva con intención de hacerle una entrevista para el diario Odiel Información en el que yo trabajaba, a cuenta de una exposición de José Caballero que iba a recorrer Hispanoamérica. Le dije que me había facilitado su contacto Miguel Ángel Rubira (Librería Saltés), sobrino del pintor, y tras la entrevista no dudó en invitarme a visitar su casa de la Avenida de América de Madrid. Allí me recibió con su proverbial y elegante sonrisa, entre los ladridos de su perro Pinturaco, y pasamos varias horas charlando de la vida y la obra de Pepe Caballero, con tanto entusiasmo por su parte que a punto estuvo de costarme la pérdida del tren de vuelta.

Así era Marifer, nunca te hacía sentir incómodo. Lo mismo te hablaba con cierto resquemor de la actualidad política de la Comunidad de Madrid que te decía ven, voy a enseñarte algo: y ese algo era una dedicatoria manuscrita de Federico García Lorca para Caballero, un dibujo de Picasso o una colección de pipas de fumar que había pertenecido a Pablo Neruda. En otras ocasiones me llegó a presentar a algunas de sus amistades como, entre otras, la actriz Aurora Bautista o los pintores Rafael Canogar o Luis Caruncho.

Es indudable que José Caballero tuvo en vida, sobre todo en sus últimos 20 años, el reconocimiento que mereció por su trayectoria artística, pero también es indudable que el esfuerzo y la dedicación de su mujer, María Fernanda, para apuntalar en las últimas tres décadas el prestigio de una obra tan excepcional han sido cruciales.

No es fácil ser la compañera de un artista tan comprometido con la honestidad consigo mismo como lo fue José Caballero. María Fernanda también compartió los momentos de dudas, de tanteos, incluso de frustraciones. Las sombras también son el envés de la luz y no siempre es fácil. Pero esto no le ha impedido ser, como decía al principio, la guardiana más fiel del legado artístico de su marido, la luz que explicaba como testigo excepcional el sentido de una obra recorrió gran parte del siglo XX del arte español.

Marifer también recorrió el siglo XX y parte del XXI. Fue una gran mujer, adelantada a su tiempo, intelectual, sensible (escribió de moda en revistas), y consciente de su suerte al tener las vivencias y las amistades que tuvo junto a José Caballero, a quien siempre agradeció que le enseñara a mirar (no solo a ver) el arte.

Puso en pie la Fundación Caballero-Thomás de Carranza para salvaguardar la obra de José Caballero. Su esfuerzo ha merecido la pena. Porque Marifer, hasta casi ayer ha sido –y es– memoria viva.

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