Mari Luz, el crimen que reformó leyes y removió conciencias
El cuerpo sin vida de la pequeña apareció el 7 de marzo flotando en la ría de Huelva · El pederasta Santiago del Valle, su mujer y su hermana, imputados por la muerte
No se recordaba una movilización ciudadana espontánea de tales dimensiones en Huelva. Quizá sólo la memoria pueda rescatar otro episodio trágico de la historia más negra, el macabro asesinato de la niña Ana María Jerez Cano (1991).
La desaparición de la pequeña Mari Luz Cortés recorrió los cinco continentes. No quedó rincón del mundo en que no se conocieran su rostro y su historia. La confirmación de su muerte desató el llanto de media España, logró hacer tambalear los cimientos del sistema judicial, destapó las vergüenzas de muchos, y puso contra las cuerdas a los propios legisladores. Detrás de las lágrimas de todos, de las reformas legales llegadas (y las por llegar), la lucha sin tregua de un padre, Juan José Cortés, arropado en todo momento por una multitud y, sobre todo, por el silencio más sacrificado, el de Irene Suárez, la mujer que llevó en sus entrañas a Mari Luz.
La anónima Plaza Rosa de la barriada del Torrejón saltó a las primeras páginas de los diarios y se convirtió en destino del peregrinaje de cientos de personas a partir del 13 de enero de 2008. En esa plaza, donde continúa viviendo la familia Cortés-Suárez, y en aquella fatal fecha, se le perdió la pista a la niña. Poco después de comer, la pequeña bajó sola a comprar golosinas a un quiosco próximo a la casa (sólo tuvo que doblar una esquina) para no regresar nunca más.
El Torrejón se movilizó aquella misma tarde y removió, junto a la familia Cortés, hasta las mismas piedras. Tras el Torrejón, la Policía Nacional (que concentró a la plantilla en la búsqueda de la niña), apoyada por la Policía Local, la Guardia Civil, Protección Civil, Bomberos y centenares de voluntarios.
Juan José Cortés, convertido en fenómenos de masas en la peor de las circunstancias imaginables, pidió ayuda y Huelva no lo dejó solo. La ciudad estuvo despierta, con los ojos abiertos de par en par durante semanas.
Efectivos policiales y voluntarios pusieron patas arriba la barriada y peinaron en reiteradas ocasiones el núcleo urbano y 10 kilómetros a la redonda de la capital por tierra, mar y aire. Sin resultados. Mientras, 10.000 personas se echaban a la calle, en una marcha sin precedentes, para pedir con una sola voz la liberación de Mari Luz.
A los tres días de la desaparición, la Policía Nacional retenía e interrogaba en Granada a un primer sospechoso, el pederasta Santiago del Valle, hoy principal imputado por la muerte de la pequeña, al que ni los investigadores ni la propia familia de Mari Luz le quitaron ojo desde el primer día. De hecho, en una conversación fuera de micrófonos que Juan José Cortés mantuvo el 5 de febrero con un reducido grupo de periodistas, insistía en las sospechas contra Del Valle, con pleno conocimiento ya de sus antecedentes de pederastia por los abusos hacia su propia hija.
Sin embargo, ante la falta de pruebas inculpatorias, la Policía no tuvo más camino que dejar al pederasta y a su mujer, Isabel García, en libertad pero sin perderlos de vista. De hecho, sólo tres días después de la desaparición de Mari Luz, el 16 de enero, la Policía Judicial solicitó autorización al juzgado para pinchar su teléfono. Las escuchas telefónicas, que se hicieron también sobre terminales de Isabel García y varios miembros de la familia Cortés, permitieron conocer los pasos que iban dando e incluso su interés que mostraban en estar al tanto de la evolución de la desaparición de Mari Luz.
Estas escuchas permitieron además a la Policía estar al tanto de las intenciones de Santiago e Isabel. El pederasta llamó a la entidad bancaria donde tiene domiciliada la pensión que cobra para informarse de la posibilidad de percibirla en el extranjero, una conversación en la que deja ver su intención de marcharse del país para no regresar y que pone en guardia a la Policía.
A esta información, se suma un cambio en Isabel García, que guardó las espaldas a su marido en un principio y posteriormente modificó su versión: le retiró la coartada a su marido y reconoció que justo en la hora en la que se sitúa la desaparición de Mari Luz (sobre las 16.30 horas) y en un tiempo posterior, su marido no estuvo en la casa ni tampoco en su compañía.
Cuando se cumplían 54 días de agonía ante la incertibumbre por el paradero de Mari Luz, al matrimonio Cortés le llegaba un trago aún más duro: el cuerpo sin vida de la niña apareció el 7 de marzo flotando en la confluencia de los ríos Tinto y Odiel.
La aparición del cuerpo ponía fin a una búsqueda, y abría otra fase, centrada en la localización de los autores de su muerte. En la mañana del 25 de marzo, el equipo de la Policía Judicial de Huelva detenía a Santiago del Valle, a su mujer y a su hermana Rosa, en la estación de autobuses de Cuenca, provincia a la que se había trasladado a vivir (en el pueblo de Pajaroncillo).
Los presuntos autores del crimen de Mari Luz eran trasladados a Huelva dos días después. Su llegada desató una auténtica batalla campal a las puerta de la Audiencia Provincial. Desde entonces, se encuentran en prisión por orden del Juzgado de Instrucción número 1, encargado del caso.
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