José Luis Diéguez estará en la final del Nacional de Cante por Alegría
el campillo l música
El campillero mostrará la maestría de su voz en Cádiz el próximo 27 de julio
El flamenco tiene acento campillero, salvocheano, el de José Luis Diéguez Conde, una estrella, un diamante en bruto que, pese a su juventud, a sus aún escasos 26 años, acumula ya un amplio caudal de premios de reconocido prestigio, un cantaor que, solo, sin el más mínimo atisbo de mecenazgo, ha avanzado peldaño a peldaño, hasta hacerse a sí mismo, con humildad, con honestidad. La misma modestia, la misma sencillez, con la que recibe en cada actuación la mejor respuesta, la que todo artista anhela, el final soñado por todo creador que se sube al escenario, que muestra su obra, que se enfrenta a la soledad de las tablas, esas por las que él se desenvuelve con una soltura apabullante, con una naturalidad sobrecogedora, como si de una extensión de su propio Yo, de su esencia, se tratara: un público entregado en cuerpo y alma, rendido a su música, tocada, orquestada, por la excelencia, un patio de butacas embriagado, magnetizado, por su voz.
No es una expresión artística sin más. Es una forma de vida, de supervivencia, de rebeldía, de evasión, un refugio ante la ingratitud de un mundo infame. El flamenco es Patrimonio de la Humanidad, un tesoro a proteger, a mimar, como la garganta de José Luis. Porque en este campillero ha germinado esa semilla que se repite en todo su árbol genealógico, regada por su estilo cuidado, por su exactitud milimétrica, por la magia del duende que dibuja su aureola.
Porque ha bebido de ese manantial desde su infancia. Porque se ha encargado de nutrir, de destapar, ese genio dentro de su ser, para que no se perdiera, para que no permaneciera oculto. Ningún palo escapa a su dominio, ni la soleá, ni el fandango, ni la originaria toná. En todos emerge como una figura, como una promesa confirmada, como un novel experimentado, como un peregrino con un techo aún lejano, sin un horizonte visible en el final de su camino.
El tramo recorrido habla. Tras irrumpir en 2009 con el primer premio en el Certamen Nacional de Fandangos Paco Toronjo, en Alosno, alimentó su estela en Cortegana. Empezaba a escribirse una larga lista de reconocimientos a la que, en 2010, añadió el Certamen de Fandango de la Fundación Cristina Heeren. No paró ahí, pues este joven, precursor del renacimiento de la Peña Flamenca Candil Minero-El Campillo, engrosaría su palmarés, en 2011, como ganador de Encinasola y con la Uva de Plata del Festival Ciudad de Jumilla (Región de Murcia).
Una epopeya reforzada por su condición de semifinalista en el insigne Concurso Internacional de Lo Ferro, donde ese mismo verano compitió por el Melón de Oro. Ahora se ha elevado hasta el Baluarte de la Candelaria de Cádiz, donde, el 27 de julio, repicará la maestría de su voz en la final del Nacional de Cante por Alegrías de la Tacita de Plata. Un paraíso tan sólo al alcance de unos pocos, de los elegidos. José Luis Diéguez Conde lo es.
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