Huelva

Incendio en Huelva: La angustia de ver el horror ante tu ventana

Imagen del incendio en Huelva desde el balcón de una vivienda.

Imagen del incendio en Huelva desde el balcón de una vivienda. / Alberto Ruiz (Huelva)

Pasadas las 7:30 de este martes, un olor a quemado llega a la cocina de mi vivienda. Bajo la vista del teléfono móvil y dirijo mis ojos hacia el tostador, pensando que, por un despiste, podría provenir de mi desayuno.

Sin embargo, los gritos de auxilio de los que parecen jóvenes estudiantes me hace saber que el problema no está en mi casa, sino en la que se sitúa frente a mi balcón. Aquella que tantas veces habré mirado al asomarme cuando necesitaba respirar un poco de aire fresco.

Corro hacia la ventana de mi salón y, a medida que me acerco, comienzo a percibir un fuerte calor en mi rostro. También ese olor a quemado que te hace ponerte en lo peor.

El tono rojizo de las llamas ya podía atisbarse tras mis cortinas y, pese a ello, soy incapaz de ocultar mi sobresalto al llegar al balcón. Un impactante muro de fuego y una amplia columna de humo confirman lo que ya me temía un segundo antes. Imponentes, las llamas arrasan todo lo que encuentran a su paso y, en cuestión de segundos, todos los vecinos de la calle Villanueva de los Castillejos se asoman a sus ventanas alertados por los gritos de ¡ayuda, nos estamos quemando!. Unos chillidos que aún no han abandonado mi cabeza.

Mi primera reacción es llamar al Servicio de Emergencias 112. Comienzo a hablar con la profesional que estaba de guardia y confieso que mi testimonio puede antojársele difuso. Me es difícil contar lo que están viendo mis ojos y los gritos de mis padres, que ya son conocedores de lo que pasa frente a su balcón, hacen aún más complicada la conversación que mantengo con el 112.

Intento narrar todo lo que sé, pero me interrumpen los gritos de los jóvenes. Hasta en tres ocasiones tengo que rehacer mi relato, el cual consigo terminar a las 7:46.

Desde mi balcón observo que son varios los vecinos que, con las manos en la cabeza, corren despavoridos frente a la puerta del edificio que arde. Tratan de contactar con los vecinos del bloque, pero es inútil. Tampoco pueden ayudar. Nos sentimos impotentes. Sabemos que varios jóvenes están atrapados por el fuego y no podemos socorrerlos.

Cuatro minutos después de mi llamada, y la de tantos otros vecinos, llegan varias dotaciones de bomberos que, rápidamente, comienzan a actuar. Un equipo se encarga de extinguir las llamas, mientras otro entra en el edificio para efectuar labores de rescate.

Varios vecinos salen por su propio pie y otros son evacuados por los bomberos, pero seguimos sin tener noticias de los jóvenes.

Rescatan al chico, al que tienen que reanimar en plena calle. Y también evacúan a las otras dos estudiantes, que abandonan el edificio inconscientes en camilla.

Todos ellos son conducidos a las ambulancias que, posteriormente, los llevan a los hospitales. De los gritos al silencio. La zona queda en calma tras la intervención de los bomberos. Los vecinos del bloque que logran salir por su propio pie intercambian pareceres con el resto de personas del barrio que se han acercado a la zona de los hechos. No pocos son los que rompen a llorar.

Aún me tiembla la mano cuando escribo sobre lo acontecido en la mañana de este martes y todavía resuenan en mi cabeza los gritos de auxilio de tres jóvenes que tenían toda la vida por delante.

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