Informe DAFO

Una Iglesia en Huelva valorada con mucho y bueno que ofrecer

  • La imagen positiva se ve fortalecida por su actividad caritativa con los necesitados

Santiago Gómez en la bendición de la primera piedra de la iglesia de Cristo Sacerdote.

Santiago Gómez en la bendición de la primera piedra de la iglesia de Cristo Sacerdote. / alberto dominguez

En el informe DAFO, de la realidad social y eclesial en la Diócesis de Huelva, se apunta que se aprecia en la mayoría de las parroquias, la comunidad está envejecida. Reconociendo esto, dice que es consecuencia de una comunidad social que también lo está, especialmente en algunos barrios y pueblos –sobre todo en zonas rurales–, donde se hace evidente el envejecimiento demográfico.

La ausencia de jóvenes es una de las preocupaciones más evidentes

La ausencia de jóvenes en la vida de la iglesia es una de las preocupaciones más evidentes en los análisis y el mayor síntoma de una Iglesia que pierde vitalidad. Una de las intervenciones indica que en esta debilidad pueden reconocerse los grandes retos pastorales para la Iglesia de hoy.

Se habla también de un clero cansado, sin motivación ni liderazgo. Son muchas las razones que están detrás del cansancio pastoral y la falta de motivación del clero. Entre las primeras señaladas, un clero envejecido y sobrecargado de tareas y funciones, que les impide cuidar la interioridad, su cercanía y disponibilidad. La dispersión en la acción, unas veces como huida y otras por una descompasada distribución de los encargos pastorales, impide dedicar el suficiente tiempo al cuidado espiritual y humano, echándose en falta el acompañamiento al sacerdote y un adecuado asesoramiento, especialmente en cuestiones de orden civil. No existen medidas de cuidado sacerdotal como una casa sacerdotal, lugares de descanso, y una formación continuada de calidad.

Se habla de un laicado pasivo y poco formado. Por circunstancias unas veces comprensibles y otras injustificables, hay laicos que no asumen la responsabilidad que deberían tener en la Iglesia, lo que redunda en menoscabo de su sentido eclesial. Esta insuficiente vivencia comunitaria en algunos agentes de pastoral contribuye al debilitamiento del sentido de pertenencia de los adultos, al no ver en ellos un signo de la dimensión maternal de la Iglesia.

Se habla de la excesiva sacramentalización, sin vivirse integradamente dentro de los procesos personales de fe; el culto superficial, muchas veces más centrado en lo estético que en el verdadero espíritu de la liturgia, desconectado de la vida comunitaria; el exceso de burocratización en los despachos parroquiales; la escasez de espacios de oración, retiro u ejercicios espirituales, tanto para el clero como para el resto de fieles; etc., son algunos de los síntomas expresados en los que se denota una falta de atención al hambre espiritual de los fieles.

Al mismo tiempo el informe constata que en la actualidad se vive un ambiente altamente secularizado en el que, entre otros síntomas, se destacan: los prejuicios, la pérdida de confianza y una cierta beligerancia, sobre todo ideológica, ante la Iglesia; el desconocimiento de la Palabra de Dios; la devaluación del sentido de trascendencia; la indiferencia religiosa, etc. La Iglesia se presenta como un estereotipo del pasado ya superado cuyas propuestas no responden a las necesidades actuales e incluso se oponen a los derechos sociales. Una intrusa en determinados aspectos sociales, poco atractiva, desfasada y envejecida.

Refleja el informe que el descarte de Dios y del hecho religioso en la sociedad en general y en la vida de las personas, es apoyado por corrientes del pensamiento moderno, por los medios de comunicación y sistemas educativos que van conformando una cultura y una forma de vida individualista y hedonista, contraria a la solidaridad y el bien común. Estos síntomas son reconocidos como especialmente graves en niños y jóvenes. Los extremismos, la intensa polarización de la masa social y el acondicionamiento de los lobbies pueden llevar a una división interna si la vida de la Iglesia se deja arrastrar por las ideologías y la cultura dominante.

En cuanto a la crisis de la familia, la Iglesia diocesana no puede mantenerse en la creencia de que los niños y los jóvenes actuales crecen en el seno de hogares cristianos sin acabar de adaptarse a una realidad que ya no es así. La secularización de las familias se apunta como una auténtica amenaza: familias desestructuradas; cambio de roles; desintegración de la identidad personal y desorientación afectivo-sexual a través de la ideología de género, apunta; revalorización de la vida ‘single’ y falta de compromiso ‘para siempre’; el avance de una cultura contraria a la vida; etc.

En cuanto al desprestigio se apunta la repercusión que ha tenido sobre la Iglesia actual la campaña de desprestigio que viene sufriendo en los últimos años. Los errores cometidos, como los abusos de menores y de conciencia, especialmente perpetrados por algunos sacerdotes, han dañado mucho la imagen y credibilidad de la Iglesia.

El mayor aval es la entrega y disposición de servicio para toda la sociedad

Frente a ello se habla también de fortaleza. La entrega, disponibilidad y servicio en los distintos agentes de la pastoral, con sus muchas capacidades que pueden enriquecer la vida de la Iglesia es una de las grandes fortalezas. Hay personas que permanecen en su servicio, muchas de forma desapercibida: archivos parroquiales, despacho, limpieza, catequesis, etc.

La Iglesia cuenta con una buena red de parroquias con recursos materiales y humanos básicos para su funcionamiento y, en la sociedad, alianzas con organizaciones bien estructuradas que aportan recursos y plataformas que, bien aprovechadas, podrían dar unos excelentes frutos. Posee sus propios medios de difusión y tiene fácil acceso a los de titularidad privada. También es heredera de un depósito inmaterial y patrimonial que aporta recursos para el sostenimiento de la Iglesia.

Uno de los valores que se apuntan es el de las hermandades y cofradías, que ocupan con mucho el primer puesto de asociacionismo en la capital y la provincia. Cuantitativamente son el movimiento apostólico más numeroso, con mayores recursos y posibilidad de cobertura, y, cualitativamente, con una gran disposición: muchos de ellos cristianos comprometidos, con capacidad de interpretar la liturgia y desarrollar contenidos catequéticos a través de la vía pulchritudinis, con potencialidad en la transformación social y con fácil acceso a la juventud.

La imagen de la Iglesia se ve especialmente fortalecida por su actividad caritativa de ayuda a los más necesitados, sea en medio de la realidad social más inmediata o por su ayuda en el tercer mundo. El compromiso de la Iglesia por los excluidos la hace más fuerte ante los ojos del mundo y de la sociedad. Hay también grandes oportunidad porque se ve en el informe que en medio del materialismo reinante y los vacíos existenciales subyace una búsqueda sincera de sentido que orienta la vida y en la que, de algún modo, se anhela el encuentro con el verdadero rostro de Dios.

Ante la pérdida de fe, el agnosticismo, la incidencia y la indiferencia de la sociedad actual para con la religión y las prácticas religiosas en general y con la Iglesia en particular, está la oportunidad de valorar positivamente el ‘sentir religioso’, la búsqueda y recuperación de valores humanos y religiosos y la demanda de interiorización y espiritualidad que aún percibimos en una parte apreciable de la población en general, y de percibirlo como una oportunidad para proponerles el Kerigma y animarles a dar un primer paso hacia el encuentro con Cristo.

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