Los Horta, una raza de artesanos del mimbre (y II)
Historia menuda



ESTE representante de esta saga fascinante, a pesar de su pasión por la labor que realizaba sus ascendientes y que su padre a lo largo de los años le había preguntado si seguiría su ruta laboral o si vendía el negocio, quiso tener una formación completa y tras estudiar el Bachillerato en el Instituto de La Rábida, se matriculó en la Facultad de Química y terminó sus estudios licenciándose en tal especialidad.
Y en Refinería estaba trabajando, pero la llamada de la tradición familiar era diaria. Un día le dijo: "Papá, me voy contigo". Y padre e hijo se fundieron en un emocionado abrazo, porque la ilusión de su padre era que siguiera con las riendas del negocio. Así, en varias ocasiones le había dicho: "Manolo, tú llevas la bandera de los Horta, no queda nadie en la familia que haga el tema del mimbre…". Y llevaba su padre más razón que un santo: El resto de la familia Horta (sus primos) había trabajado este material, pero después los caminos de la vida le había hecho que prefirieran dedicarse a otros productos, como los de la rama de los electrodomésticos, por ejemplo.
Manuel está contento de su segunda vida, la actual. La otra era bonita, pero estaba cansado y pasó página. Ahora sólo se ocupa del Arte en el mimbre y se siente libre. Arde en hacer experimentos porque lo que le gusta del Arte es el enigma. Le sigue gustando mucho la fantasía en la confección de sus artículos, pero no por eso ha dejado la filosofía artística de sus antecesores que con él no se ha perdido.
Pero, sigamos con las cuitas de los Horta. En los años setenta triunfa Julio Iglesias. Su paso inmediato fue trasladarse a vivir a Miami (Estados Unidos) en una mansión soñadora, pródiga en arte y saturada por los encantos con que la Naturaleza supo prodigarle. Y junto a los jardines versallescos, los lectores de las diversas revistas del corazón de la época, vieron que el famoso cantante se había nutrido de unos muebles en los que armonizaban belleza y sencillez. Así, se veía a Julio sentado en confortables y bonitos sillones de cañas. Y a Casa Horta llegaban los clientes con la pretensión de que les fabricaran idénticos sillones y como no había catálogos les llevaban las fotos de las revistas.
-- "A ver si usted me puede hacer este conjunto".
Y esta laboriosa empresa, que venía fabricando de todo a medida que las exigencias de la vida les iban obligando a dejar unos materiales y adoptar otros, aceptó el reto. Y salió triunfante en el empeño. Así, teniendo como modelo los muebles que aparecían en las fotos de la revista, Casa Horta le buscaba las medidas de profundidad, de inclinación, incluso le buscaba otras ventajas. Al entregar los muebles al cliente éste les felicitaba diciéndoles: "Qué bien les ha salido". Y es que los Horta se recreaban, ya que decía José: "Esto aunque no venga se lo voy a poner para que el mueble quede más original, más elegante…". A los muebles realizados, José Horta le sacaba unas fotos de sus diversas perspectivas y éstas pasaban a engrosar un catálogo especial de la Casa. No obstante, continuaba conservando los modelos clásicos, los artículos que tenían en existencia líneas antiquísimas.
A lo largo de los siglos, los Horta han empleado todo tipo de materiales: Esparto, mimbre, rejillas, juncos, enea, fibra, laminación de castaño, bambú, paja trenzada, palma, caña maciza, no hueca, y flexible, que se trenza a mano…
No era tan sencilla la obtención de los mismos. Así, los nacionales porque generalmente necesitan un clima especial y los otros porque vienen de lejos, de países lejanos, como por ejemplo China. Además, las grandes compañías se dedicaban y se dedican a adquirir la mayor parte de la producción y luego la revendían a las fábricas y talleres de artesanía a precios elevadísimos, que encarecían notablemente el producto.
Otro inconveniente era que el precio de estos materiales subía como la espuma. Así, un kilo de mimbre valía en el año 1971 diecisiete pesetas. Tres o cuatro años después costaba de ochenta a noventa pesetas.
La maquinaria de estos artesanos siempre ha sido escasa. En los siglos XVIII y XIX, se utilizaban instrumentos de huesos de animales (guardados en la actualidad como auténticas reliquias). Con el paso de los años estos artesanos han tenido que recurrir a veces a la maquinaria, no para producir sino para dejar los materiales en condiciones de ser utilizados. También los Horta los utiliza en su taller de la calle Gravina. Así, tiene una máquina para treficar, es decir, laminar para hacer flexible lo que no lo era. Y otras dos para lograr la madera y hacer hormas, ya que hacerlas a mano les llevaría un tiempo que haría, por lo alto que se sitúan los salarios, que las obras alcanzasen un precio prohibitivo.
También se utilizan maquinillas manuales para afinamiento, estrechamiento, pero lo principal es la mano. Entrar en los talleres de Horta es degustar tres sabores principales que hacen sabrosa la Casa: un sabor de curiosidad y de exotismo, otro sabor de lujo galante y artesano y otro sabor español, popular principalmente. Todo muy señoril y muy íntimo, en donde han desembocado las costumbres artesanas de más de tres siglos. Pero, no seamos tímidos: Tras superar el elevado umbral, se aprecia un largo pasillo con techos muy alto, lo que denota la rancia antigüedad de la vivienda, con estanterías rudimentarias y muebles en los que acumulan cestas que hacen las veces de cajones, mesas (en una de las cuales observamos un artístico burrito elaborado en esparto), espejos y mil otros chismes que harían la ensoñación de un poeta árabe. Llegamos al patio-taller y no comprendemos cómo de aquel desorden, de ese amontonamiento de materiales, maquinarias y piezas, puede salir más tarde, al ser hábilmente manejados por unas manos mágicas, un objeto, capaz de despertar admiración en la aristocracia más encopetada. Un ejemplo nos indica bien a las claras la calidad de sus trabajos: En 1962, esta tienda hizo un costurero que fue vendido. Pues bien, ese costurero fue llevado a esta Casa y apenas necesitó unas pequeñas reparaciones en las patas.
El día 23 de septiembre de 2006, Casa Horta bebió del cáliz amargo del dolor: falleció en Huelva, su ciudad adoptiva, José Horta Palacios, a los 85 años. No obstante, ya había tomado el timón de la empresa el último vástago de los Horta, Manuel Horta Gómez, que mantiene el prestigio de esta casa tricentenaria. El dominio de Manuel es tal, que ha impartido, en colaboración con la Diputación Provincial de Huelva, un curso para enseñar sus técnicas a los jóvenes.
En la actualidad, su numerosa clientela (no limitada únicamente a España, ya que en Alemania, por ejemplo, se valora mucho su producción) sabe que en Casa Horta puede encontrar sillones clásicos a medida de mimbre, mesas, cunas, biombos, cabezales para temas de dormitorios o para salón, cestería (en los que siempre ha sido en su fabricación una gran especialista), estanterías de mimbre, sillas, cestas de ropa, cestas con varias medidas para encajarlas en estanterías, baúles, diversos temas de esparto… Sus artesanos también se dedican a la reparación, al mantenimiento del mobiliario. Así, si alguien les acerca un baúl partido, bien por un pequeño accidente que ha sufrido o por el deterioro del paso de los años; una silla o sillón con su asiento de enea deteriorado sabe que, continuando con la tradición, en el taller de la calle Gravina le harán la rejilla a mano, tirita a tirita para hacer el entramado…
En este Historia Menuda hemos conocido algunos secretos de la elegancia de una empresa pequeña y familiar que en la actualidad está dirigida por un enésimo Horta, que continúa con el mismo espíritu que sus predecesores y el orgullo del esfuerzo, sacrificio y honradez de más de trescientos años haciendo mimbre.
También te puede interesar
Lo último
Contenido ofrecido por Loiola
EN COLABORACIÓN CON MAYBELLINE