Crecimiento personal

Gente inteligente: Desapego emocional, ¿sí o no?

  • Estamos ante un ejercicio sano que nos libera, pero posiblemente es de los que menos ejercitamos, quizá porque no es tan fácil de entender siempre

Gente inteligente: Desapego emocional

Empiece reflexionando una cosa: si una persona importante para usted le dijera que va a trabajar el desapego en su relación, ¿qué le parecería? Haga un ejercicio de honestidad y reconozca que, con bastante probabilidad, sentiría inseguridad. Posiblemente pensaría: “¿Qué quiere decir eso? ¿Va a cortar el vínculo conmigo? ¿Voy a dejar de ser importante? ¿Si no me necesita, es que ya no me quiere?”. Y nada más lejos de la realidad. El desapego no es frialdad emocional o egoísmo. El desapego elegido y con la intención limpia es una habilidad personal muy eficaz para vivir más libre y más feliz.

Para entender el desapego, nada mejor que saber de dónde viene; o sea, por qué nos apegamos a las personas y las cosas. Sólo así podremos identificar cuándo ese apego inicial y necesario empieza a esclavizarnos y podría hacer necesario desapegarnos un poco.

De necesidad a limitante

El apego es imprescindible en la vida humana. El que desarrollamos y atraemos al nacer y durante la infancia, sobre todo, nos garantiza la supervivencia y la preparación para volar del nido y valernos por nuestros propios medios. Es su función biológica. Lo que pasa es que, con el tiempo, cuando ya no es necesario para sobrevivir, no nos gusta perder la sensación de seguridad que nos da sentirnos apegados a las personas o las cosas. Y nos aferramos muchas veces de una forma emocionalmente insana que nos limita, porque nos hace dependientes.

Seguro que ha leído o al menos ha oído hablar de Marie Kondo y su bestseller La magia del orden. Ella propone estrategias para deshacernos de las cosas que acumulamos en la vida, o sea, para desapegarnos. De hecho, los armarios y los cajones de nuestras casas son un buen termómetro de nuestra capacidad para el desapego: ¿cuántas cosas guarda usted que ya no usa? Pues eso.

En las culturas orientales se suele entender mejor el desapego. El budismo, por ejemplo, habla del apego como de una actitud debilitadora por la que sobreestimamos las cualidades de las personas y de las cosas. Casi todas las grandes corrientes filosóficas o religiosas orientales invitan al crecimiento personal liberándonos, precisamente, del apego.

La libertad a través del desapego

Desapegarnos emocionalmente de personas, situaciones o cosas, siempre desde la intención sana con nosotros o nosotras mismas o con las demás personas, es un ejercicio de generosidad que nos libera. Me refiero, claro está, al desapego consciente, ese que yo decido, no al desapego emocional no deseado, que es la incapacidad para sentir empatía; y menos al desapego que surge como reacción a alguna experiencia traumática que nos sentimos incapaces de afrontar.

Hablamos aquí, por ejemplo, del desapego para afrontar lo que se acaba; ¿cómo lo dejo ir? Para afrontar los cambios, ¿cómo avanzo con menos dolor? O para cuando he perdido algo o a alguien, ¿cómo lo acepto?

El desapego emocional consciente y deseado nos hace libres porque nos permite elegir vivir nuestras experiencias y nuestros sentimientos sin el peso de la preocupación por perder, sin la inquietud de la sospecha o la frustración, o sin riesgo a caer más allá de la tristeza en la inevitable pérdida que incluyen los cambios. ¿Cómo lo hago?

¿Cómo me desapego? Tres pensamientos y un hábito para dejar ir

Como cualquier conducta, el desapego también necesita de pensamientos que le den sentido. Así que le propongo aquí que ejercite cuatro certezas y un hábito.

Primera certeza. “Todo cambia, el cambio es constante y difícil de predecir, y las pérdidas van a llegar, seguro”. Es inevitable.Ya lo sabemos, pero se nos olvida. Nada dura eternamente, y menos tal y como queremos que permanezca. Recordar esta certeza quizá le rebaje un poco de dolor cuando llegue el momento del cambio. Y ya sé qué estará pensando: “¡qué difícil!”. Sin embargo, aunque sea usted de esas personas que construye con facilidad castillos en el aire, entrenar este primer pensamiento agilizará, como mínimo, el tiempo del dolor. Eso no es poco.

Segunda certeza. “El presente es un regalo, por eso se llama presente”. Otra obviedad. Ya lo sé. Pero es otro pensamiento que por más que leemos y escuchamos no se nos queda. La lógica de que es mejor vivir el presente sin el peso del pasado y sin demasiadas expectativas de futuro se resquebraja con nuestras frustraciones. Perder una oportunidad de trabajo, sufrir una ruptura sentimental, estar en conflicto con la gente que quieres… ¿Cómo se hace eso de vivir el presente en circunstancias hostiles? Pues una buena forma es tomando decisiones que le protejan: deje de consultar el WhatsApp cada poco esperando ese mensaje o fustigándose con cuánto tiempo lleva en línea la otra persona; deje de esperar que le pidan perdón; deje de sacar ese tema cada vez que puede; deje de lamentarse y póngase nuevas metas que le ocupen su tiempo, sus manos y sus pensamientos.

Tercera certeza. “Yo soy quien decide”. Esta certeza quizá no sea tan obvia. Pero piénselo. No puede controlar las cosas que le pasan, o los cambios que suceden, pero sí puede decidir, siempre, cómo se los toma. No le regale a nadie más que a usted misma o a usted mismo el poder de decidir su propia actitud.

Y un hábito: piense cada día cuántas cosas merecen su agradecimiento.Pensar en lo que tenemos y no tanto en lo que nos gustaría tener. Sentirnos agradecidas y agradecidos por lo que vivimos… Si algo nos ha enseñado la pandemia es cuántas cosas superfluas llenaban nuestras vidas. Ha supuesto un desapego a la fuerza que nos permite valorar mucho mejor lo más importante. Aprovechemos la lección.

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