Ana García y Alfonso Corbi dan un recital en la Peña Candil Minero

Alfonso García Corbi, Ana García Caro y Manuel Rodríguez.
Pablo Pineda El Campillo

24 de abril 2016 - 01:00

La obra, magnánima, de Juan José Gómez, de su pincel preciso y rebelde. La interpretación, de la voz, brava, sublime, de Ana García Caro, de la garganta, inagotable, de Alfonso García Corbi, y de la maestría en las cuerdas de Manuel Rodríguez. La narración, erudita, de Luis González. El arte, que grita, aun cuando calla, que viene y va, que emigra para beber el agua, fresca, de otros manantiales, para respirar la pureza de otros aires, remotos, y regresar, para quedarse, eterno, en el viento, templo consagrado a las musas, en la Peña Flamenca Candil Minero de El Campillo, parada ineludible de la Ruta del Fandango.

Se presentaba el mural que desgrana el ser de una entidad con historia, que ha sabido romper las cadenas de dos décadas de larga noche y renacer, vigorosa. Se descubría la pintura que desnuda su esencia, su origen, para entregarse y ser arropada, como antaño, y cantada. Y lo fue, por el calor de su público y por la loa del Circuito Flamenco que la Federación Onubense El Fandango, con la colaboración de la Diputación, dedica a los palos de ida y vuelta. Por vez primera lo hacía Ana García Caro, elevada a los altares del cante en el III Concurso Nacional de Saetas de Cartagena, diamante en sí misma que sueña con la conquista, para Huelva, con su luz, de la Lámpara Minera del Festival de La Unión. Recitaba los versos de sus perfectas malagueñas, semilla que se erige en nexo entre el fandango y las tarantas o las granaínas y que convertía en poesía para dejar grabado para siempre su nombre en el Candil Minero de El Campillo. Como lo hizo también el, aunque joven, viejo conocido de la peña salvocheana, Alfonso García Corbi. Versátil, completo, sobriedad y espectáculo en uno, dominio de las tablas, arrancaba por seguiriyas, con su sentimiento, su jondura, su quejío. El público sucumbía, embelesado, al arte.

El auditorio, en silencio, aun inmóvil, partía una y otra vez, con la palabra ilustrada de Luis González, rumbo a América, inmerso en ese traqueteo constante, en ese vaivén permanente, en esa mezcla de culturas, de cante, que impregna el flamenco y de la que emergen la milonga, armoniosa, con su drama leve, la vidalita o la guajira. Un viaje acompasado por las melodías, cuidadas, magistrales, creadas por los dedos de Manuel Rodríguez. Una marcha para volver, traídos por el duende de Ana García y Alfonso Corbi.

No hay comentarios

Ver los Comentarios

También te puede interesar

Lo último