Solidaridad

Fini, el reto diario de vivir

  • Serafín Correa Benítez sufrió con 37 años un grave ictus que lo dejó en una silla de ruedas y con escasa movilidad. Ahora es escritor y diplomado en Neuropsicología y ayuda a otras personas a aceptar su discapacidad

Serafín Correa Benítez, 'Fini'.

Serafín Correa Benítez, 'Fini'.

Esta es la crónica de un reportaje frustrado, del que pudo haber sido el reportaje perfecto. Un testimonio sobrecogedor, una historia trágica, algunas dosis de tristeza mezcladas otras de alegría, futuros truncados, sillas de ruedas, problemas irresolubles, superación. Supervivencia. Todos los ingredientes para explayarse en una desgracia ajena, para sentirse solidario por un rato o incluso empatizar con un gran protagonista hasta la próxima página del periódico o el siguiente meme en las redes. Un reportaje para regodearse. Para emocionar al respetable.

Pero luego llega Fini y, maldita sea, rompe todas las reglas.

A Serafín Correa Benítez le encanta la mecánica. De hecho estudió para aprender todos sus secretos e incluso pasó algún tiempo trabajando en un taller hasta que unos problemas de columna le hicieron pasarse al mundo de la hostelería. Trabajó durante 23 años y, cuando cumplió 37, su aparato circulatorio le jugó una mala pasada. Un accidente cerebro vascular (AVC) lo dejó en coma durante 50 días. Cuando despertó el cuerpo ya no le funcionaba igual. Su médula espinal había quedado severamente dañada, dejándole postrado en una silla de ruedas. La movilidad de las manos, los brazos y las piernas, mermadas porque una mitad de su cuerpo solo funcionaba al 5%, mientras que la otra mitad, también limitada, no daba para abarcar el resto. Sus cuerdas vocales también se habían estropeado. Era el año 2013, así que Serafín lleva, con sus más y sus menos, la friolera de ocho años comunicándose con el mundo unicamente pulsando con el dedo índice de su mano derecha el teclado flotante de su tablet Lenovo. Serafín no puede hablar, como tampoco pudo entonces, cuando despertó tirado en el suelo, tratando de llamar a su madre mientras reptaba para volver a la cama. Ni cuando llegaron el susto y los gritos, la ambulancia y, después, el coma.

En realidad, Serafín no se llama Serafín, al menos no para quienes lo conocen (y son legión). Serafín es Fini. No puede hablar, no, pero ni falta que le hace. Con ese mismo dedo índice con el que escribe sus respuestas a las preguntas de lo que prometía ser un reportaje de lo más trágico ha escrito dos libros. El primero de ellos, Coma inefable, es una autobiografía que se le metió entre ceja y ceja nada más despertar. Quería contar su experiencia. Quería “narrar el coma desde dentro”, aunque, eso sí, “me llevó lo mío” porque Fini no es precisamente un derroche de movilidad. Quería hacerlo porque “era consciente de que de esa forma podía ayudar a muchas personas”.

Ya lo notarán en las siguientes líneas, pero es que, en una conversación con Fini, ayudar es la palabra que más se repite. Por esa razón publicó Coma inefable, por esa razón se diplomó en Neuropsicología, por esa razón escribió su segundo libro (La mirada de los ángeles) y por esa razón pasa gran parte de su tiempo escuchando y aconsejando a personas que han pasado o están pasando por lo mismo que él. También administra un grupo de Facebook (Ayúdame a ayudarte) en el que los usuarios se apoyan mutuamente para superar problemas más o menos cotidianos, desde comida y cobijo hasta clases gratis e incluso trabajo. Todo lo hace gratis y los beneficios de las ventas de sus libros son donados a investigación sanitaria. Solo con eso, afirma, “ya me siento completo”.

Cuando uno quiere escribir una historia de superación personal lo primero que debe hacer es atar un buen nudo, lo más emocionante posible, en el que se narre cómo el protagonista, después del trauma inicial, se siente hundido, desesperado. Vencido hasta que algún acontecimiento le hace recuperar la ilusión. Resulta que eso con Fini también es imposible. Cuando despertó, después de la escena dantesca explicada arriba y de casi dos meses dormido, le bastaron tan sólo unos minutos para “reinventar 37 años vividos de una forma que no volvería a vivir”. El Fini de antes y el de después son totalmente distintos. No se parecen en absoluto “y me alegro”, explica: “Mi nivel de aceptación fue tan rápido y tan inmenso que anuló por completo al Fini de antes”. Aquel tenía “más inseguridad, más miedo, más seriedad, menos templanza”. Aunque parezca irónico, antes “sólo era un proyecto de futuro lleno de malas decisiones, lo que no ayudaba absolutamente en nada a mi inmediato presente, y ya ni contar a mi futuro”. Para colmo, en los estudios era “bastante vago”, lo que despertaba la ira de su padres y profesores. “Lo mismo sacaba dieces que ceros”, comenta con sorna. A algunos (a casi todos) les puede resultar extraño, incluso duro, pero tras aquel lance Fini cree que ha descubierto "lo mejor de mi vida”. Por supuesto que “nadie se alegra de algo así, pero no estoy triste, ni mucho menos”.

Fini se toma la vida con humor. A menudo se disfraza para divertirse y divertir a los demás en la clínica Mentalia La Viña, de Chucena, donde vive. Fini se toma la vida con humor. A menudo se disfraza para divertirse y divertir a los demás en la clínica Mentalia La Viña, de Chucena, donde vive.

Fini se toma la vida con humor. A menudo se disfraza para divertirse y divertir a los demás en la clínica Mentalia La Viña, de Chucena, donde vive.

Si llega el momento en el que se va a escribir un reportaje como el que podría haber sido este y ya no queda nada a lo que agarrarse siempre resulta eficaz la opción de la denuncia social. Darle fuerte a las administraciones da mucho juego, y el redactor dispara a matar: 

-Menudo problema con las barreras arquitectónicas, ¿verdad?.

Y Fini destroza el prejuicio una vez más: “Sinceramente, el hecho de ir en silla de ruedas eléctrica en lo personal me de da una independencia brutal”, espeta como si nada. No niega que haya barreras para la gente como él, ojo, “pero también las hay para un bebé o un anciano, o cualquier persona. Yo normalmente si encuentro alguna la evito y punto”. No es ese el principal problema con respecto a la igualdad y la inclusión, expone, sino “la falta de respeto y de empatía, la vanidad y el egoísmo”. Al mundo “le falta humildad y para ello es necesario un cambio radical en el que no existan clases ni etiquetas y todo el mundo se rija bajo una misma idea. Entonces, sólo entonces, seremos iguales”. ¿Barreras arquitectónicas? “Claro que hay que eliminarlas, pero llegará el día en que no haya y tristemente veremos que todo lo demás sigue igual”.

Mientras el mundo cambia, si es que alguna vez lo hace, Fini trata de hacer la guerra por su cuenta. Su día a día transcurre como el de cualquier otra persona. Lee, escribe, hace gimnasia “dentro de mis posibilidades” y, en general, procura que sea “lo más completo posible”. El resto de su vida la emplea en ayudar a los demás. Además de sus libros, Fini da terapia a otros discapacitados a través de Messenger. Trata a personas con problemas de aceptación con respecto a su discapacidad. A diario “río y lloro con ellos, y ese pequeño instante me convierte en una persona muy afortunada, me da vida”.

Si uno intenta hacer un reportaje como iba a ser este es necesario encontrar lo excepcional. Lo que convierte al protagonista en un héroe. Con un terapeuta en silla de ruedas, con movilidad reducida en casi todo el cuerpo, que salva a otros como él, ya está casi todo hecho, aunque luego llegue Fini y, otra vez, suelte que “en absoluto” se considera especial. Ni él ni su historia. Lo único que hace, explica, es “ser yo. No imito, no me limito a parafrasear”, sino a transmitirles “que no existe límite, que imposible es solo una palabra y que siempre, siempre, se den una oportunidad porque aún ignoran el universo infinito lleno de posibilidades que hay en cada uno de ellos”.

Fini, realizando gimnasia. Fini, realizando gimnasia.

Fini, realizando gimnasia.

Fini descubrió el suyo nada más despertar. Otros lo hacen más tarde. Aceptarse a uno mismo, asegura, no es tan difícil, porque “es la propia diversidad la que crea falsos sentimientos, a veces traicioneros”, pero para combatirlos solo hay que “recordar quiénes somos y de dónde venimos”. La vida “pasa por fases a las que debemos adaptarnos, digamos que nos fuerza a vivir distinto”. Lógicamente “yo no soy el mismo que hace 25 años”, aunque si decidió “ser mejor” hace ocho años es porque “eso ya lo traía de serie”. La vida es “un enorme caos” en el que “nuestra única misión consiste en darle forma a una serie de acontecimientos, llámese acciones o accidentes, de los cuales iremos aprendiendo constantemente”. Lo importante “es seguir con el aprendizaje a diario, no desistir jamás en tu lucha”, y aunque “está permitido tropezar”, es “obligatorio levantarse”.

Fini lo hace a cada momento. Se toma su vida “como un reto diario” que supera con sentido del humor y con humildad. No es diferente a cualquier otra persona: hace lo que le hace “más feliz”, ayudar, y disfruta de “las pequeñas cosas”. De esos regalos que la vida (que “no es justa para nadie”, aclara) ofrece de vez en cuando, entre tropiezo y tropiezo, como un bálsamo para poder seguir tropezando. Así que este reportaje no iba sobre los avatares de las vidas de otros ni sobre sus desgracias o sus lecciones. Ni siquiera iba sobre la vida de Fini. Este reportaje trata de la propia vida, de la de todos y de lo que las une, porque “el ser humano tiene mucho más en común de lo que cree”. Y es que, en realidad, quien preside un gobierno, quien mendiga un trozo de pan en la puerta del súper, quien sube un monte en bici, quien redacta un reportaje frustrado o quien se comunica con el mundo usando tan solo una tablet y el dedo índice de su mano derecha son iguales porque hacen lo mismo. Lo más importante y lo más sencillo: vivir.

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