Faroleros en las noches de la Huelva decimonónica
Historia menuda
El alumbrado público se instaló en Huelva en un periodo situado entre los siglos XVIII y XIX l En 1943 no había iluminación entre mayo y agosto, y en los meses restantes, sólo durante 17 noches
PARA hablar de algún hecho sobresaliente o de la vida cotidiana que se desarrollaba en nuestra capital en tiempos antañones, es necesario meter la mano en el arca y leer en el Archivo Municipal un puñado de papeles polvorientos y amarillentos que, en este caso pertenecen a los legajos que se denominan Oficios y Minutas.
En esta oportunidad, visita el proscenio de la Historia Menuda de Huelva un hombre que usa pantalón a mitad de la pierna, esto es, debajo de las rodillas, camisa amplia y pañuelo al cuello, va tocado con un gorro y utiliza alpargatas. Lleva un mechero largo de aproximadamente dos metros y medio de longitud, en ocasiones porta una pequeña escalera y recorre las escasas calles y plazas de la villa de Huelva con cierta diligencia. Cuando llega ante una de las farolas, primero abre la espita y luego introduce el mechero en el farol, hasta que éste prende, iluminando la calle. También lleva un capuchón para apagar el artefacto lumínico. Nos estamos refiriendo al simpático farolero, inspirador de divertidas viñetas y letras pertenecientes a la canción y zarzuela españolas.
Pero vayamos a los orígenes. Resulta terrorífico imaginar cómo vería el pequeño puerto de la villa de Huelva el marinero que procedente del mar arribaba a nuestros lares, allá en el siglo XVIII. En esa época no existía el alumbrado público y las tinieblas se apoderaban de la población durante las tranquilas noches. Sólo unas teas encendidas en diversos puntos de la villa, que iluminaban un determinado número de horas dependientes de la mayor o menor intensidad del viento reinante, impediría que los escasos transeúntes que pululaban por sus calles y plazas tuviesen accidentes desagradables.
En España el alumbrado público surgió a partir de un decreto de Carlos III que ordenaba que Madrid tuviera luz nocturna. No tenemos información de cuándo comenzó a disfrutar de alumbrado público la villa de Huelva. Posiblemente se instalara a finales del siglo XVIII o inicios del XIX. Lo cierto es que las farolas que se ubicaron, hasta hace tres o cuatro años, delante de nuestro Ayuntamiento llevaban grabadas la inscripción de 1832, la corona real y los nombres de Fernando VII y Huelva.
Si en la mayoría de las poblaciones españolas los serenos municipales realizaban la labor propia de su oficio y la del encendido y mantenimiento de las farolas, en Huelva desempeñaban este cometido los empleados de las empresas que, mediante pública subasta, adquirían el servicio, como ocurrió en 1843. Y era lógico, ya que el gasto municipal destinado al alumbrado hizo que la cuantía de la subasta no fuera muy alta. Así, no habría iluminación en los meses de mayo, junio, julio y agosto y en los meses restantes sólo se encenderían diecisiete noches, dejándolo de hacer en los últimos días del cuarto de la luna llena, en los siete de la creciente y en los cuatro primeros del lleno. El quinto y sexto día del lleno era de medio alumbrado, es decir, solo se encendían las farolas desde las ocho o nueve de la noche hasta la hora que alumbrara la luna. Así pues, el trabajo de los que desarrollaban la labor de faroleros en la villa de Huelva comenzaba a las siete y media de la tarde, hora en la que iban iluminando las veintidós farolas que existían en la población y terminaba unos días a las once o doce de la noche y otros por la mañana. Además de estar encendidas las farolas cuando lo estipulara el contrato, su misión era tenerlas limpias, cuidadas y vigiladas para que no se atentara contra ellas.
También eran los encargados de reponer la bombilla para su reverbero y suya era la responsabilidad en caso de que se perdiese o inutilizase alguna de las seis que recibía el postor de la subasta durante el tiempo que las tuviera a su cargo.
El aceite que empleaban los faroleros para el sustento lumínico de las farolas era el que se empleaba habitualmente para la alimentación. En este punto, dejemos que haga acto de presencia el anecdotario aunque nos alejemos un tanto del tema central de esta Historia Menuda: A lo largo de los años cuarenta del siglo decimonónico, la Cárcel de Huelva estaba mal iluminada. En la citada fecha, el alumbrado era a base de aceite. Conozcamos, según un escrito del alcalde de Huelva dirigido al Sr. juez de Primera Instancia de Huelva, fechado el 1 de diciembre de 1842 (Oficios y Minutas de 1842, del A. M. H.), qué es lo que ocurría para que reinase tal oscuridad:
"Alcalde Segundo Constitucional de Huelva.
Enterado este Ayuntamiento del oficio de Vd. de 25 de noviembre anterior, relativo al mal alumbrado que subsiste en la Cárcel Nacional y que se proporcione local que sirva de ampliación a la Cárcel referida, a que se pida aumento de fuerza necesaria en la guardia y algunos reparos en el Pósito, acordó en sesión de 28 del mismo noviembre sea pedida la fuerza necesaria para la custodia de dicha Cárcel y Pósito como ampliación de aquella; que se limpie dicho Pósito y componga lo absolutamente indispensable cerrándose las ventanas que no tengan los postigos o puertas de madera que le corresponden; y que en cuanto al aceite no puede ser de mejor calidad, sin que contenga mezcla de pescado pues esta medida se ha tomado por el alcaide para evitar el abuso que los presos hacían con el aceite guardándolo, bien para comer, o para otros casos, eludiendo así la vigilancia de la misma cárcel con un costo inmenso de estos propios. Dios guarde a Vd.…".
El primer día de mayo y jornadas sucesivas los faroleros debían desmontar las farolas y trasladarlas al local designado por el Ayuntamiento donde quedarían depositadas hasta que llegara la fecha en que nuevamente debían ser colocadas en los respectivos sitios que ocuparan meses atrás, excepto las cuatro de la Plaza de las Monjas que permanecían en el citado lugar fuese la época que fuese.
La figura del farolero se identifica con la del hombre simpático, la mayor parte del tiempo cumplían con el quehacer que desarrollaban a la perfección, ya que iban alumbraos (1). De ahí que surgiera una copla, letra de León y Quiroga, que decía y dice:
"Hubo allá en el Sacromonte
En un tiempo un farolero
Que con dos vasos de vino
Era un tipo con salero.
Treinta farolas tenían
En el barrio pá encender
Y cuando iba alumbrao
No encendía más que tres.
Y por eso los enamoraos
Que a deshoras la pava pelaban
Le pagaban dos vasos de vino
Porque de su ceguera abusaban…".
En ocasiones, se daba el caso de que una farola estuviese apagada (previo pago del señor de turno al farolero para que éste le facilitara la obscuridad total en la calle) para sus devaneos amorosos o para que el enamorado, adinerado o no, alcanzase la casa de su amada sin que se advirtiese su presencia.
En 1879 llegó a Huelva la iluminación por gas. A partir de la citada fecha fue la Fábrica del Gas la encargada de enviar a sus empleados-faroleros para la conservación y el cuido de las farolas cuyo número había crecido considerablemente.
En las primeras décadas del siglo pasado, la electrificación de las farolas produjo la desaparición de la clásica figura del farolero.
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