Exhumar la memoria de todos
Iniciado el proceso de beatificación de Manuel Caballero Rubio, mártir de la guerra civil La Iglesia descata "la fidelidad heroica de estos cristianos" como testimonio para hoy
LA empresa realizada hasta ahora y la que hoy inauguramos no tiene otro norte que la gloria de Dios y el bien de la Iglesia". Así lo proclamaba el arzobispo de Sevilla, Juan José Asenjo, al iniciar la causa de beatificación de un grupo de mártires de la Guerra Civil. Entre ellos figura el coadjutor de la mayor de San Pedro Mariano Caballero Rubio, en un grupo de 21 personas, además de sacerdotes, seminaristas y laicos incluidos en este proceso al pertenecer entonces a la Archidiócesis de Sevilla, de ellos hay otros onubenses más en destinos pastorales fuera de la provincia. Miguel Borrero Picó, de Beas, coadjutor en Utrera; y otros en Cazalla de la Sierra como Antonio Jesús Díaz Ramos, de Bollullos, cura ecónomo; y los seglares Vicente García Manzano, de Nerva; Cristóbal Pérez Pascual, de Alájar, y Manuel Palacios Rodríguez, de Aracena.
Afirma Juan José Asenjo que "es un acto de justicia exhumar su memoria y poner sobre el candelero de la Iglesia la fidelidad heroica de estos cristianos, que prefirieron renunciar a la vida antes que traicionar a Jesucristo". Y aclara: "De ninguna manera pretendemos echar sal sobre viejas heridas que aun parecen abiertas en algunos lugares a pesar del tiempo transcurrido". En esta línea señala que "tampoco pretendemos saldar las cuentas pendientes de quienes las dejaron canceladas perdonando a sus verdugos en un acto de generosa y extrema caridad".
Deja bien claro que el único interés es reconocer en ellos su compromiso a Dios y la Iglesia: "Hoy más que nunca, en una época como la nuestra de fidelidades cortas y de compromisos tenues, necesitamos del testimonio de aquellos cristianos que han vivido su fe y han encarnado el evangelio de forma heroica y radical en un tiempo y un ambiente de laicismo extremo".
La historia de Mariano Caballero Rubio nos sitúa en los primeros días de la Guerra Civil en Huelva. En el caos y en los primeros muertos de una larga e innecesaria lista de asesinados en una lucha fratricida. El levantamiento del general Franco el 18 de julio de 1936 tiene respuesta en Huelva con la quema de las iglesias por los defensores de la República. La parroquia mayor de San Pedro, como otros templos, fue saqueada y sus enseres, retablos e imágenes de la devoción del pueblo fueron quemados en la plaza. El clero de la ciudad, al igual que las comunidades religiosas, tuvieron que buscar refugio entre amigos y conocidos. ¿Cuál era el delito que había cometido Mariano Caballero? Pues probablemente su detención se debiera sólo al hecho de ser sacerdote y tener unas ideas distintas expuestas desde la libertad de su púlpito.
Mariano Caballero intentó buscar refugio en Punta Umbría, hasta donde se marcharon otras personas. Le habían ido a buscar a su casa. No tuvo mucha suerte el coadjutor de San Pedro, que fue descubierto y junto al coadjutor de Cartaya, Baltasar González, que se escondió en los pinares de Punta Umbría, fueron conducidos por una multitud armada a una lancha que les llevó hasta el muelle de Huelva. En su traslado se cruzó con el Fiscal de la Audiencia, Narciso Pascual, quien le dio ánimos y tuvo palabras de respuestas: "Estoy completamente resignado en las manos de Dios".
Llegados al muelle le esperaba un coche en el que iban a ser conducidos hasta la cárcel. En ese momento un mozalbete de unos 16 años se abrió paso entre los escopeteros y, pistola en mano, se acercó a Mariano Caballero disparándole por la espalda. Otro joven intentó, en el lado contrario del vehículo, disparar a Baltasar González quien al darse cuenta consiguió arrebatarle la pistola que empuñaba. Tres guardas del puerto que se encontraban cerca desarmaron al muchacho.
El coadjutor de San Pedro resultó gravemente herido. La bala se había detenido en las paredes del vientre, seguramente por chocar con la hebilla del cinturón, que impidió la salida de aquella y la rotura de la piel. De la Casa de Socorro, donde le hicieron la primera cura, fue trasladado al Hospital Provincial. El desenlace fue rápido y en las primeras horas del 23 de julio falleció, no sin antes solicitar el auxilio espiritual de un sacerdote que nunca fue llamado. Hoy su memoria la recuerda una placa en una de las columnas de la parroquia mayor de San Pedro.
Baltasar González tuvo más suerte, al menos salvó su vida aunque tuvo que realizar un penoso periplo. No dudó en agradecer la ayuda de los tres carabineros del puerto que les auxiliaron.
La situación que se describe en estos días es de revuelta en la ciudad. Mientras los mineros de Riotinto que habían ido cargados de dinamita a Sevilla y perecieron la mayoría de ellos en la gran emboscada de La Pañoleta, en Huelva los de Tharsis, Corrales y Aljaraque, unidos a otros de Riotinto, intentaban asaltar la cárcel. La Compañía de Infantería se sentía impotente para contenerlos. El Gobierno Civil decidió trasladar a un grupo de prisioneros al Ramón, un barco prisión en el río. Los presos eran el objetivo fácil si la ciudad iba a ser tomada por las tropas de Franco. No fue así, hubo mucho sufrimiento y la pérdida innecesaria de seis vidas en estos primeros días.
La Guardia Civil se sublevó declarando el estado de guerra a las afueras de Huelva. Todo había acabado en la mañana del 29 de julio, cuando se inutilizó el camión cargado con dinamita que a las puertas del Gobierno Civil, en plena calle Palacio, pretendía volar el centro de la ciudad.
Sin embargo la pesadilla de la guerra continuó tres años más y desde aquel 29 de julio las persecuciones, los paseos... la tristeza de las huellas de las balas en el muro del cementerio de la Soledad reclaman una mirada distinta ante tanta incomprensión.
Sí, hay que exhumar la memoria de todos.
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