Domínguez Rivas, pintor del Andévalo
Una de las facetas más destacadas de este artista es su corrosiva crítica social: Cualquier escena es propicia para denunciar la injusticia y la frivolidad Le gusta pintar al aire libre
Todavía Todavía recuerdo su cara de emoción cuando en la casa de su maestro Sebastián García Vázquez su propio hijo le regalaba unos de los bocetos de su padre, aquél que tanto había perseguido y soñado. La relación se había fraguado en los veranos amarillos de La Puebla de Guzmán a golpe de conversación y de discernimiento sobre la pintura y sus quimeras. Todo ese mundo especial de la representación gráfica utilizando pigmentos mezclados con aglutinantes no escapaba a sus miradas, tampoco las técnicas, el conocimiento del color, los soportes, la composición pictórica o el dibujo. De allí trajo Fernando Domínguez Rivas, que es de quien hablamos, temáticas tan cercanas al Andévalo como el paisaje.
Luego llegó su etapa formativa licenciándose en Bellas Artes por la Universidad de Sevilla, asimilando la docencia de profesores de tanta reputación como Miguel Pérez Aguilera o Carmen Laffón, nombrada este año hija predilecta de Andalucía. Su prolífica creatividad le llevó a crear la Academia Arte 2 junto a Paco Rivera y Equipo 2 y a participar en numerosas exposiciones individuales de pintura en Huelva, Córdoba, La Palma del Condado, Niebla, Marbella o Punta Umbría. Pero también en exposiciones colectivas como el Salón de Otoño de la Facultad de Bellas Artes de Sevilla (1981-1982), Ocho pintores y dos escultores de La Carbonería de Sevilla (1984), Certamen Hispanoamericano Vázquez Díaz (1986), Evolución de la escultura en el Museo de Huelva (1989), Pintores para el 92 (1990), Huelva Descubridora, Descúbrela (1991) y Discurso de la pintura onubense en el siglo XX (2000).
Pronto llegaron los galardones como el primer premio de pintores para el 92, el primer premio ciudad de Ayamonte (1987), la mención de honor del Nacional de Pintura y Escultura (1994) o los premios de la Diputación de Toledo (2009) y Ayuntamiento de Valdepeñas (2011).
Conocí a Fernando en su laberinto, en La Puebla de Guzmán, las pasadas Jornadas de Patrimonio del Andévalo y me cautivó su andar pausado, su conversación equilibrada y su simbiosis con la naturaleza. Compartí con él sus espacios rituales como son la casa encalada de su madre, su estudio, sus bocetos, pero sobre todo sus anhelos. En los caballetes numerosos cuadros, algunos de ellos salpicados de animales que humanizaban un territorio muy maltratado por la mala política.
Fernando es una persona sencilla que sabe bien que en las horas centrales del día es cuando mejor se pinta porque la luz se mantiene más tiempo quieta. Le gusta pintar al natural porque la realidad no engaña en sus lienzos, todo es auténtico, aunque siempre le ha fascinado la abstracción. De hecho comenzó en esos caminos, cultivando la pintura y la escultura de figuras geométricas, donde el volumen y la materia se daban la mano. Otro elemento fundamental en su paleta es el color, dominando las múltiples combinaciones, pero siempre fascinado por los colores terrosos, sobre todo los minerales de faja pirítica.
Pero si por algo destaca Fernando es por pintar paisajes andevaleños, de hecho en las Jornadas de Patrimonio participó junto con otros artistas en una exposición que se llamaba pintar el Andévalo, que no era ni más ni menos que una selección de cuadro de temática paisajística donde figuraban prestigiosos pintores como Ignacio Alcaría, Manuel Blandón, Manuel Antonio Domínguez, Rosario Martín, Emilio Gil Vázquez, Pepe Hernández, Domingo Delgado o Juan Antonio Domínguez. Los diversos estilos y el tratamiento de elementos como la luz y el color daban fe de las diversas miradas de los campos y pueblos andevaleños.
Una de las facetas más significativas de Domínguez Rivas, heredada de Sebastián García Vázquez, es su corrosiva crítica social, cualquier escena es propicia para denunciar la injusticia y la frivolidad del mundo actual, siendo capaz de comparar una sencilla oveja con las actrices del cine americano. Este impulso parte de elementos reales, sobre todo le gusta decir que en el arte contemporáneo ve mucha prisa y mucho camelo.
Como resumen podemos decir que estamos ante un pintor que hay que insertarlo en su medio ambiente, el Andévalo, donde encuentra el equilibrio y la cadencia necesaria para llevar a los lienzos una pintura humanizada, colmatada de grandes sentimientos en un inmenso mar de naturaleza. Su tratamiento del color y de la luz, diferente dependiendo de la hora del día, generan una atmósfera mágica que nos transmite tranquilidad y que son el resultado de esa búsqueda científica y filosófica de la realidad.
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