Cofradías en la historia

Devociones en la Huelva barroca del siglo XVIII

  • El valor artístico de las tallas de la corporación mercedaria de Los Judíos lleva a incluirlas en la nómina de las mejores producciones de la escultura dieciochesca andaluza

La Virgen de los Dolores.

La Virgen de los Dolores. / Román Calvo (Huelva)

Aquella mañana de 1835, la orden mercedaria fue desalojada de aquel excepcional edificio que había sido erigido en uno de los puntos vitales de la ciudad de Huelva, la Vega Larga, en un lugar en que originariamente se encontraba la ermita de San Roque, en el ya lejano siglo XVI. Su bella fachada barroca, de doble espadaña, que preside la plaza, cuya denominación de la Merced, recuerda la huella tan excepcional que dejo en la historia de la ciudad. Concebido por el arquitecto Pedro de Silva, a instancia fundacional del, entonces Conde de Niebla, luego Duque de Medina Sidonia, en el año 1605, incrementando la nómina de cenobios conventuales en la ciudad, al haber fundado en 1585, su propia sede la Orden de los Mínimos.

En 1882, un fotógrafo excepcional, perteneciente al taller de J. Laurent y Compañía, nos dejaría un precioso testimonio de aquellas páginas de la historia barroca, en la que artistas de la talla de Juan Martínez Montañés y Juan de Mesa realizaron en el siglo XVII. El porte barroco de su fachada, había pervivido, a pesar de que el antiguo convento mercedario se convirtió en un cuartel en 1849, para albergar ya en 1878 un Instituto de Segunda Enseñanza, así como la Diputación Provincial. Unos años después alojaría también el Hospital General de la Provincia.

El espíritu de aquel recinto conventual, posteriormente desamortizado, hoy sigue siendo revivido gracias al esfuerzo de la cofradía de los Judíos, al pervivir entre sus hermanos la devoción de las tres imágenes más antiguas que actualmente procesionan de aquella Semana Santa de raíces barrocas.

El Santísimo Cristo de Jerusalén y el Buen Viaje, de Huelva. El Santísimo Cristo de Jerusalén y el Buen Viaje, de Huelva.

El Santísimo Cristo de Jerusalén y el Buen Viaje, de Huelva. / Román Calvo (Huelva)

Un mundo cofrade que se articulaba en torno a cinco procesiones, el Santísimo Cristo de la Vera Cruz, el Santo Cristo de los Azotes, el Dulce Nombre de Jesús, Jesús Nazareno (iglesia de la Concepción), Jesús Nazareno del convento de la Victoria, el Gremial de Jesús Nazareno de la ermita de Saltes, Nuestra Señora de la Soledad y Santo Entierro de Cristo, de la ermita de la Soledad, y la Orden Tercera de los Siervos de María Santísima de los Dolores, del convento de la Merced. Y es que en los años del siglo XVIII se vivió uno de las páginas más entrañables de la Semana Santa onubense, especialmente los días del Jueves y Viernes Santos, con acompañamiento musical y la disertación de sermones pasionistas.

Uno de los escenarios más importante de la Semana Santa a finales del siglo XVIII lo protagonizaría la procesión de Nuestra Señora de los Dolores, a partir de 1792, la advocación que hoy quedaría integrada en la cofradía de los Judíos.

Y es que un grupo de devotos que daría culto a la Virgen de los Dolores, instalados en la iglesia conventual mercedaria, se constituirían el 8 de julio de 1772, en una Venerable Orden Tercera, uniéndose a un amplio movimiento que se había ido extendiendo por un gran número de ciudades y localidades andaluzas, como fueron los casos de Cádiz y Sevilla, así como en la propia Sierra de Huelva o el Condado, como fue el caso de La Palma.

Una devoción nacida a instancia de una orden nacida en la ciudad de Florencia, en pleno siglo XIII, en torno a siete mercaderes florentinos, a quienes se uniría la figura de San Felipe Benicio, el gran impulsador de la Orden. Con los mercedearios se había iniciado la institucionalización de la devoción de los dolores marianos, llegando a su máxima expresión durante el siglo XVIII en el ámbito de las fundaciones de las Ordenes Terceras, como fue el caso de la de Huelva.

La devoción de la Virgen de los Dolores se fue insertando en la ciudad onubense, convirtiéndose a finales del siglo XVIII probablemente en la veneración mariana más importante, como así consta en la amplia documentación que se conserva de estos años, entre las que se encontraban las múltiples donaciones, dádivas o cultos internos, a lo que se unía el amplio número de hermanos o esclavos. Su carácter penitencial lo obtendría el mismo año, haciendo por primera vez estación de penitencia el Domingo de Ramos en las parroquias de San Pedro y de la Purísima Concepción.

Una interesante investigación de David González Cruz nos proporciona el decoro que identificaba su procesión, que se proyectaba en el propio cortejo compuesta por el vicario, beneficiados, acólitos, capellanes y otros clérigos de la ciudad. Sus cultos internos no quedaban atrás, ya que se celebraba un solemne septenario en cada una de las dos parroquias de la villa, San Pedro y la Purísima Concepción. Era predicada por el Padre Comisario de la Orden o algún clérigo designado por la propia institución religiosa, que daba mayor solemnidad al culto, con la exposición del Santísimo, el Viernes de Dolores.

Jesús de las Cadenas. Jesús de las Cadenas.

Jesús de las Cadenas. / Román Calvo (Huelva)

Curiosamente en la procesión se agasajaba con chocolate y cien reales de vellón a los miembros de la comunidad mercedaria. De esta manera, había nacido una nueva congregación penitencial, a instancia de la espiritualidad de una orden, en unos años en que la Semana Santa onubense vivía momentos de reformas y proscripciones en el propio cortejo penitencial, al prohibir que los penitentes fuesen desnudos de cintura para arriba y se azotasen. Unido a ello, las propias autoridades civiles tuvieron que dictar normas de comportamientos que pudiesen frenar los frecuentes desórdenes que se producían en las calles. Eran los años de la Ilustración, los años en que ya el propio monarca Carlos III había promulgado un gran número de disposiciones que pudieran unir las ideas reformistas con el fanatismo religioso.

La imagen de expresionismo de dolor que proyecta la imagen de la Virgen de los Dolores, arroja sin ninguna duda el carácter de la identidad servita, muy en la línea emotiva definida en su iconografía por algunos autores de la talla de José Montes de Oca. Excepcional la definición del rostro de mirada afligida, se ha incluido en la nómina de las obras de Pedro Roldán o su hija, La Roldana. No obstante, hay semejanzas estilísticas con los talleres genoveses que en el siglo XVIII tanto desarrollo tuvieron. Una imagen que posteriormente sería restaurada por Antonio León Ortega, en 1993 por el taller Isbilia, y en 2016 por el restaurador sevillano Pedro Manzano, con la colaboración de la Diputación de Huelva.

Lo cierto es que sin duda se convirtió en la Dolorosa más devocional de la Huelva de finales del siglo XVIII, a la que se le uniría la imagen del Cristo de las Cadenas, una excepcional talla que deriva de la iconografía del Cristo meditando en una roca, la revisión cristiana de la melancolía, que en la religiosidad popular comenzó a identificarse con los Ecce Homo, en la escena posterior a los azotes de Cristo. Al igual que ocurriría con la Dolorosa, su culto se iría incrementando, hasta erigirse en una de las imágenes cristíferas más devocionales de la Semana Santa onubense.

Su fuerte impacto expresionista, perfilado en su cuerpo distorsionado, inclinado a uno de los lados, el propio giro de su cabeza lo lleva a incluirlo en la nómina de las mejores producciones de la escultura dieciochesca andaluza. La imagen sería restaurada por José Antonio Roca en 1984, posteriormente por el Taller Isbilia en 1994, y en 2015 por Pedro Manzano. El 4 de mayo de 1941 se incorporaría el Cristo de Jerusalén y Buen Viaje, como nuevo titular, una joya de la imaginería procesional, probablemente perteneciente a la escuela gaditano-genovesa, sin duda una de las joyas de la Semana Santa onubense. No debemos de olvidar a la Virgen de la Merced, atribuida a la obra de Juan de Mesa, muy parecida a la Virgen de Consolación de los Padres Terceros Franciscanos de Sevilla.

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